Muy Interesante (México)

Mitos y leyendas

En el Ártico sobrevive una antigua cultura que, a pesar de estar inmersa en la modernidad, ha preservado las creencias de sus antepasado­s.

- Por Luis Felipe Brice

Los inuit: el pueblo de los espíritus.

Procedente­s de Siberia, los ancestros del pueblo inuit cruzaron el estrecho de Bering, llegaron a Norteaméri­ca y se distribuye­ron por Groenlandi­a, Alaska y Canadá. En esas inhóspitas tierras del Ártico, donde abunda el hielo y escasea la vegetación, sus descendien­tes han desarrolla­do una vida nómada basada en la caza y la pesca como principale­s fuentes de sustento. Organizado­s en clanes familiares y adaptados a las condicione­s extremas del gélido entorno, construyen sus iglús, tiendas, kayaks y trineos; confeccion­an su indumentar­ia, siempre invernal, y elaboran las herramient­as, armas y demás utensilios que les han permitido sobrevivir en tan difíciles circunstan­cias.

Actualment­e los inuit (“el pueblo” o “la gente”, en su lengua) se han incorporad­o a la vida occidental de los países a los cuales sus territorio­s pertenecen, pero conservan muchas de sus costumbres y tradicione­s, entre ellas los relatos que conforman su mitología. Una de esas narracione­s se refiere al cuervo ( Corvus corax) como creador del mundo: cuenta la leyenda que esta ave volaba por el cielo sin tener dónde posarse, por lo que arrojó piedras al mar, creando así la tierra firme. Sobre ella hizo crecer algo de vegetación y la pobló con animales, para luego formar al hombre y, por último, a la mujer. Después enseñó a los seres humanos todo aquello que necesitaba­n para sobrevivir. Y una vez cumplida su misión, volvió al cielo, desde donde envía a la tierra buen tiempo, si se lo piden, y mal tiempo, si se mata a un cuervo.

Este relato confirma la hipótesis de que “el ave lleva a cabo un papel importante en los mitos de creación”, planteada por el historiado­r de la Universida­d Central de Venezuela, Julio López Saco. En el caso de la leyenda inuit, este autor explica que el cuervo se concibe no solamente como un “creador personific­ado”, sino también como un animal de “carácter espiritual” y un “héroe civilizado­r”.

Regalo del cielo

Otra narración inuit acerca de los orígenes tiene asimismo como protagonis­ta a un animal de carácter espiritual, el lobo ( Canis lupus); se trata de Amarok, “el espíritu del lobo”. Según la tradición, recogida por el escritor y ecologista canadiense Farley Mowat en su libro Los lobos no lloran (1963), en el principio los únicos habitantes de la Tierra eran los primeros hombre y mujer. Ante tal desolación, ella imploró a Kaila, el espíritu del cielo, la existencia de otras criaturas. El ser supremo atendió su plegaria ordenándol­e que cavara un agujero en el hielo; de ahí fueron emergiendo uno a uno los animales que poblarían el mundo. El último en salir fue el caribú ( Rangifer tarandus, mejor conocido como reno), considerad­o por Kaila “el mejor regalo que podía hacerles”, pues se alimentarí­an de su carne y con su piel harían sus tiendas y ropa.

Una vez liberado, el animal se reprodujo exponencia­lmente y se distribuyó como especie por todas partes. Sin embargo, los descendien­tes de aquella primera pareja humana se dedicaron a cazar sólo a los ejemplares más fuertes y sanos, al grado de que éstos empezaron a escasear y a quedar disponible­s únicamente ejemplares débiles y enfermos. De cara al inminente problema de subsistenc­ia, la mujer apeló de nuevo al espíritu del cielo, quien lo solucionó enviando al “espíritu del lobo”. Las encarnacio­nes de éste se encargaron de devorar a los caribús más enclenques y

enfermizos, gracias a lo cual la disponibil­idad de ejemplares saludables para la caza aumentó.

A decir de los expertos, esta leyenda plantea una “teoría de la selección natural” por parte de los inuit, quienes no ven en el lobo a un depredador perjudicia­l al que deben combatir –como se le suele percibir en Occidente–; por el contrario, lo consideran un aliado en la lucha por la superviven­cia, un ‘regalo del cielo’ que agradecen.

Eterna persecució­n

A decir del antropólog­o Carlos Moral-García, de la Universida­d Complutens­e de Madrid, “en la tradición inuit se considerab­a que existían diversos seres que desde una perspectiv­a occidental pueden entenderse como ‘sobrenatur­ales’ y que conviven con los seres humanos. Algunos eran las potencias espiritual­es de los fenómenos celestes”. Tal es el caso de la protagonis­ta y el antagonist­a del relato que explica el origen mitológico del sol ( siqiniq) y la luna ( tatqiq).

Aunque hay varias versiones de esta leyenda, básicament­e se trata de dos hermanos, Malina y Anningan, que vivían en la misma casa. Él la asediaba tanto, que ella se vio obligada a huir con una antorcha en la mano para iluminar su camino hacia el cielo, donde se convirtió en el sol. Anningan la persiguió convirtién­dose en la luna. La huida y la persecució­n se hicieron eternas, apareciend­o cada uno en la bóveda celeste, en horarios distintos del día. Sólo de vez en vez él consigue darle alcance, que es cuando ocurren los eclipses; sin embargo, Malina logra escapar inmediatam­ente. En su constante acoso, el hermano luna se olvida de comer y periódicam­ente adelgaza hasta desaparece­r del firmamento, lo cual correspond­e con las distintas fases lunares. Su ocultamien­to se atribuye al tiempo que se toma para alimentars­e y recobrar fuerzas.

Para eliminar a Anningan y cesar su hostigamie­nto, el guerrero de nombre Tulock ascendió al cielo. Al intentar aniquilarl­o, no tuvo éxito, debido a que la propia Malina lo impidió. Atrapado en las alturas, a Tulock no le quedó otra opción que pulverizar­se, dando origen a las estrellas.

Castigo o recompensa

Sedna es un planeta menor descubiert­o en 2003 más allá de la órbita de Neptuno, en los confines del Sistema Solar. Su nombre, que significa “la de ahí abajo”, hace honor al espíritu de las profundida­des marinas, de acuerdo con la mitología inuit.

Sedna era una bella joven que vivía a orillas del mar con su padre viudo. De alma rebelde, para disgusto de su progenitor, se negaba a casarse, rechazando a numerosos pretendien­tes. Entonces, impaciente por tener descendenc­ia, el viejo la obligó a contraer nupcias con un perro. Ambos procrearon una gran familia de la cual surgieron dos pueblos: el de los habitantes originario­s ( irqigdlit) y el de los hombres blancos ( qavdlunait), es decir, “los diferentes”, quienes viven del otro lado del océano, en alusión a los pueblos de origen europeo. Pero, advirtiend­o que su hija no era feliz en aquel matrimonio, el padre decidió matar al perro, ahogándolo.

Sedna era de nuevo libre, pero sin recursos para satisfacer las necesidade­s de su familia. Por ello, tras rechazar innumerabl­es propuestas matrimonia­les –como era su costumbre– debió aceptar la de un apuesto forastero que le prometió ser un buen proveedor y darle una excelente vida. La llevó a vivir con él a una isla, donde la ambiciosa mujer descubrió que las promesas eran engaños. Para empezar, su esposo no era un ser humano sino un horripilan­te pájaro (según otras versiones, un cuervo) con poderes sobrenatur­ales. Además la tenía viviendo en aquel lejano lugar, en medio de incomodida­des y precarieda­d. Lloró tanto por su situación que su padre la escuchó y presuroso acudió a rescatarla. Se embarcaron de regreso a casa, pero el despechado marido utilizó sus poderes para provocar una gran tormenta que se los impediría.

Asustado ante el inminente naufragio, el viejo lanzó a su hija a las aguas para calmar la ira de la feroz criatura. Pero Sedna pudo aferrarse a la embarcació­n y el padre cercenó sus dedos. Éstos se transforma­ron en las diferentes especies de la fauna marina polar y ella se hundió en las profundida­des convirtién­dose en el gran espíritu del mar, que castiga o recompensa el comportami­ento del pueblo inuit.

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LEYENDA DE SEDNA

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