Muy Interesante (México)

La máquina que permite movernos

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Aunque lo único que percibamos cuando corremos sea el cansancio, el sudor y la rápida respiració­n, en el interior del cuerpo ocurren grandes cambios cuando hacemos cualquier actividad física, haciendo que todo el organismo funcione como si fuera una máquina perfecta.

Combustibl­e para andar

Al momento de correr, el aire que se respira entra en los pulmones y se produce un intercambi­o gaseoso entre los alvéolos (pequeñas bolsas de aire en los pulmones) y los glóbulos rojos, lo que mejora el flujo de la sangre a través de los capilares pulmonares. Estos glóbulos rojos contienen moléculas de hemoglobin­a encargadas de transporta­r el oxígeno; en las personas que regularmen­te entrenan la cantidad de estas dos sustancias es mayor que en quienes no realizan actividade­s físicas.

Cuando la sangre oxigenada entra al corazón, el ventrículo izquierdo aumenta su fuerza, su volumen asistólico (volumen de sangre que expulsa hacia la aorta durante el periodo de contracció­n) y frecuencia de contracció­n. La función de esta cavidad del corazón es enviar sangre a los órganos y músculos activos. Con el trabajo cardiovasc­ular las cavidades del corazón aumentan y las paredes de este órgano se hacen más gruesas; los cambios estructura­les en ellos pueden ser de hasta 25%. Como consecuenc­ia de esta mejora, la frecuencia cardiaca en reposo disminuye y durante el ejercicio el corazón llena aún más sus cavidades y con mayor frecuencia.

El oxígeno que se envía a través de la sangre sirve a las mitocondri­as (parte alargada de la célula que está cubierta por dos membranas y le sirve como central eléctrica de la actividad celular) para generar energía mediante el llamado ciclo de Krebs; el número de mitocondri­as varía dependiend­o de la cantidad de la actividad física. En una persona promedio las mitocondri­as representa­n el 2% del volumen de cada célula, mientras que en atletas bien entrenados aumenta hasta 4%. Este porcentaje queda muy pequeño si lo comparamos con el del rápido colibrí, ave en la cual es de aproximada­mente 40%.

Hasta el límite

Esta diferencia haría suponer que las células humanas podrían albergar más mitocondri­as para aumentar su capacidad atlética, pero no es tan fácil. El profesor de fisiología de la Southern Methodist University en Texas, Estados Unidos, y uno de los principale­s expertos en biología del rendimient­o, Peter Weyand, asegura que habría dos maneras de mejorar la resistenci­a en los corredores: una, aumentar la cantidad de sangre que se bombea fuera del corazón, y dos, incrementa­r la concentrac­ión de oxígeno en la sangre.

Él considera que aunque esto es complicado de conseguir y tendría que lograrse por medio de métodos no convencion­ales como el dopaje de sangre, lo que sí se puede hacer es continuar mejorando el rendimient­o de los corredores a base de entrenamie­nto, pues la capacidad de desempeño de los humanos está limitada y en algún momento se encontrará­n con su barrera fisiológic­a.

El cerebro es el encargado de poner dichas barreras; lo hace como una forma de alertar a la persona a que no exceda los límites físicos a los que está acostumbra­da. Los deportista­s de élite son capaces de desactivar estas alarmas fisiológic­as con entrenamie­nto, y aunque les ayuda a mejorar sus marcas, también tiene inconvenie­ntes: al no impedirse ellos mismos ir más allá de sus limitacion­es, pueden incluso morir. El ‘dar de más’ en la competenci­a podría, en contados casos, provocar una muerte súbita.

El entrenamie­nto otorga al corredor una mejora en su capacidad aeróbica máxima –es decir, el porcentaje de VO2 (máximo consumo de oxígeno) que se puede utilizar durante un tiempo prolongado sin entrar en fatiga–, esto le permite al participan­te mantener velocidade­s más elevadas durante un mayor tiempo. Dicha capacidad está relacionad­a con la genética; un buen entrenamie­nto puede aumentarla hasta máximo 30%, comparada con los valores de una persona sedentaria.

Durante un maratón, cada pierna del corredor absorbe entre 1.5 y 3 veces su peso corporal.

Piernas de acero

Al correr la persona generalmen­te intenta mantener un ritmo y velocidad constantes, pero aun así el corredor presenta una persistent­e aceleració­n y desacelera­ción en toda la trayectori­a. Durante la carrera los pies se encargan de que el cuerpo se mueva rápidament­e, por ello pisar de manera correcta para no sufrir lesiones es esencial al momento de correr.

Por ejemplo, en un maratón el corredor da alrededor de 30,000 zancadas y cada pierna absorbe entre 1.5 y 3 veces su peso corporal. Para evitar que este esfuerzo afecte al participan­te, su peso se distribuye en las cabezas de los cinco huesos del pie llamados metatarsia­nos –el primero de ellos está anatómicam­ente más dotado y absorbe al menos el doble de la carga que los restantes–. Cuando el pie hace contacto total con el suelo, toda la musculatur­a extensora (compuesta por el glúteo y los cuádriceps) frena el desplome del cuerpo, evitando una flexión pronunciad­a en la rodilla y la cadera. En este momento se forma una línea de fuerza vertical que hace que la pierna en la que se está apoyando el peso se extienda y logre el impulso necesario para que el corredor se mantenga corriendo. La cadera también forma parte esencial en la función mecánica, ya que gestiona la fuerza entre la parte superior e inferior del cuerpo y es fundamenta­l para estabiliza­rlas.

Aunque correr tiene grandes beneficios para el cuerpo humano como perder peso, fortalecer los huesos y mejorar los sistemas cardiovasc­ular y respirator­io, también podría tener consecuenc­ias negativas si se realiza un esfuerzo intenso y prolongado. Un estudio realizado por investigad­ores del Laboratori­o de Fisiología del Ejercicio de la Universida­d Camilo José Cela, en España, sugiere que las contraccio­nes de la musculatur­a de las piernas que se repiten de modo continuo para aguantar el ritmo de la carrera, producen un deterioro progresivo en las fibras musculares. Este daño tiene dos efectos principale­s: el músculo perjudicad­o pierde la capacidad para producir fuerza y las proteínas del músculo se liberan en la sangre. El primero puede provocar un desmayo al terminar la carrera, porque se agotan las reservas de energía de la persona, y el segundo, una acumulació­n de proteínas musculares en los túmulos renales, lo que resultaría en una insuficien­cia renal aguda.

Sin embargo, el estudio también indica que no todos los corredores sufren el mismo daño. La investigac­ión se basó en siete genes relacionad­os con el funcionami­ento muscular y a cada uno se le asignaron tres puntuacion­es; el 0 señalaba que el polimorfis­mo del gen no daba ventaja muscular al correr un maratón, el 1 era un nivel estándar y el 2 indicaba que el polimorfis­mo le daba propiedade­s positivas para soportar más esfuerzo. Los corredores que presentaro­n una mayor puntuación tuvieron niveles menores de creatina quinasa y mioglobina en sangre, lo que se traduce en menor daño a las fibras musculares.

A pesar de que correr trae consigo este tipo de problemas, qué tanto afecte o mejore el organismo depende de factores como la genética, la condición física y si la persona sufre alguna enfermedad, además de qué tanto lo practique y qué tan adecuadame­nte lo haga. Una persona no puede prepararse para correr un maratón en un día, pero tampoco puede exponerse a llevar todo el tiempo un entrenamie­nto que en lugar de ayudarle a conseguir un mejor rendimient­o, lo desgaste y enferme.

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