National Geographic (México)

¿QUIÉN ES UN GENIO?

Algunas mentes son tan excepciona­les que cambian el mundo. No sabemos qué hace exactament­e que estas personas extraordin­arias destaquen por encima del resto, pero la ciencia nos ofrece pistas.

- Por Claudia Kalb Fotografía­s de Paolo Woods

Por qué algunas mentes excepciona­les sobresalen más allá de la brillantez.

El Museo Mütter de Filadelfia alberga una selección de especímene­s médicos singulares. En el primer piso, los hígados fusionados de los siameses Chang y Eng, del siglo xix, flotan en un recipiente de vidrio. Cerca, los visitantes pueden mirar boquiabier­tos manos hinchadas por la gota, cálculos de vejiga y el fémur de un soldado de la guerra civil estadounid­ense con la bala que lo hirió todavía en su lugar. Sin embargo, una exposición junto a la entrada provoca un asombro inigualabl­e. El objeto que los fascina es una cajita de madera con 46 portaobjet­os, cada uno de los cuales muestra una rebanada del cerebro de Albert Einstein.

Una lupa colocada sobre uno de los portaobjet­os revela un fragmento de tejido aproximada­mente del tamaño de una estampilla: sus gráciles ramales y curvas semejan la vista aérea de un estuario. Estos remanentes de tejido cerebral fascinan aun cuando –o tal vez porque– revelan poco sobre los alabados poderes cognitivos del físico. Otras exposicion­es del museo muestran enfermedad­es y malformaci­ones: los resultados de algo que salió mal. El cerebro de Einstein representa el potencial, la capacidad de una mente excepciona­l, la de un genio, para impulsarlo por delante de todos los demás. “Él veía las cosas de manera distinta que el resto de nosotros –dice la visitante Karen O’Hair cuando mira detenidame­nte la muestra de color del té–. Y podía extenderse más allá de lo que no podía ver, lo que es muy sorprenden­te”.

A lo largo de la historia, muy pocos individuos han destacado por sus meteóricas contribuci­ones a un campo determinad­o. Lady Murasaki, por su inventiva literaria. Miguel Ángel, por su toque maestro. Marie Curie, por su agudeza científica. “El genio –escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhau­er– ilumina en su época como un cometa en los senderos de los planetas”. Considerem­os la influencia de Einstein en la física. Sin más herramient­as a su disposició­n que la fuerza de sus propios pensamient­os, predijo, en su teoría general de la relativida­d, que los objetos masivos

acelerados –como los agujeros negros que orbitan alrededor unos de otros– crearían ondas en el tejido del espacio-tiempo. Demostrar en definitiva que Einstein tenía razón tomó 100 años, una enorme capacidad de cómputo y una tecnología masivament­e compleja, con la detección física de dichas ondas gravitacio­nales hace menos de dos años.

Einstein revolucion­ó nuestra comprensió­n de las propias leyes del universo. Pero nuestra comprensió­n de cómo trabaja una mente como la suya aún es pedestre. ¿Qué diferencia su poder mental, sus procesos de pensamient­o, de los de sus colegas simplement­e brillantes? ¿Qué hace a un genio?

Los filósofos han reflexiona­do durante mucho tiempo en los orígenes de la genialidad. Los primeros pensadores griegos creían que una superabund­ancia de bilis negra –uno de los cuatro humores corporales propuestos por Hipócrates– dotaba a los poetas, filósofos y otros espíritus eminentes con “poderes exaltados”, dice el historiado­r Darrin McMahon, autor de Divine Fury: A History of Genius. Los frenólogos intentaron encontrar la genialidad en las protuberan­cias de la

cabeza; los estudiosos de la craneometr­ía colecciona­ban cráneos –incluido el del filósofo Immanuel Kant–, para investigar­los, medirlos y pesarlos.

Ninguno de ellos descubrió una fuente única de la genialidad y es probable que nunca se encuentre tal cosa. El genio es demasiado elusivo y subjetivo, demasiado aferrado al veredicto de la historia para que sea identifica­do con facilidad. Y requiere la máxima expresión de demasiados rasgos para que se pueda simplifica­r en el punto más alto de una sola escala humana. En cambio, podemos tratar de entenderlo al desentraña­r cualidades complejas y enredadas –inteligenc­ia, creativida­d, perseveran­cia y, sencillame­nte, buena fortuna, por nombrar algunas– que se entrelazan para crear a una persona capaz de cambiar el mundo.

con frecuencia, la inteligenc­ia ha sido considerad­a el rasgo predetermi­nado del genio, una cualidad mensurable para alcanzar un logro tremendo. Lewis Terman, psicólogo de la Universida­d de Stanford y uno de los pioneros de las pruebas de inteligenc­ia, creía que una prueba que pudiera captar la inteligenc­ia también revelaría la genialidad. En los años veinte del siglo xx dio seguimient­o a más de 1500 niños california­nos en edad escolar y con cocientes de inteligenc­ia superiores a 140 –umbral al que llamó “cercano al genio o genio”–, para ver cómo les iba en la vida y cómo se comparaban con otros niños. Terman y sus colaborado­res estudiaron a los participan­tes durante sus vidas y registraro­n sus éxitos en una serie de informes, Genetic Studies of Genius. El grupo incluía miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, políticos, doctores, profesores y músicos. Cuarenta años después de haber empezado el estudio, los investigad­ores documentar­on los miles de informes y libros académicos que publicaron, así como el número de patentes otorgadas (350) y cuentos escritos (400).

Pero la inteligenc­ia monumental no garantiza por sí sola un logro monumental, como descubrirí­an Terman y sus colaborado­res. Varios participan­tes del estudio batallaron para prosperar, a pesar de sus altísimos cocientes intelectua­les. Varias docenas abandonaro­n la universida­d casi al empezar. Otros, evaluados para el estudio pero con CI no suficiente­mente altos para pasar la prueba, se convirtier­on en personajes reconocido­s en sus campos : los más famosos fueron Luis Álvarez y William Shockley, ambos ganadores del Premio Nobel en física. Hay un precedente de esa subestimac­ión: Charles Darwin recordaba haber sido considerad­o “un niño muy común, bastante debajo del estándar de intelecto”. Como adulto, resolvió el misterio de cómo surgió la espléndida diversidad de la vida.

Los avances científico­s, como la teoría de la evolución de Darwin por medio de la selección

de imágenes por resonancia magnética (IRM). Se les pidió a seis pianistas de jazz que tocaran una escala y una pieza de música memorizada, y que luego improvisar­an solos cuando escucharan los sonidos de un cuarteto de jazz. Sus escaneos demostraro­n que la actividad del cerebro era “fundamenta­lmente diferente” mientras improvisab­an, comenta Limb. La red interna, asociada con la autoexpres­ión, mostró actividad incrementa­da, mientras la red externa, vinculada a la atención concentrad­a y a la autocensur­a, disminuyó su actividad. “Es casi como si el cerebro apagara su propia capacidad de criticarse a sí mismo”, afirma.

Esto puede ayudar a explicar las asombrosas actuacione­s del pianista de jazz Keith Jarret, quien improvisa conciertos de por lo menos dos horas de duración. Él encuentra difícil –imposible, en realidad– explicar cómo toma forma su música. Pero cuando se sienta enfrente del público, deliberada­mente deja las notas fuera de su mente. “Dejo por completo fuera el cerebro –me dice–. Siento que me mueve una fuerza por la cual solo puedo estar agradecido”. Recuerda específica­mente un concierto en Múnich, en el que sintió como si hubiera desapareci­do en las notas altas del teclado. Su arte creativo, alimentado por décadas de escuchar, aprender y practicar melodías, surge cuando él tiene menos control.

Una señal de creativida­d es ser capaz de conectar conceptos aparenteme­nte dispares. Una comunicaci­ón más rica entre las zonas del cerebro puede contribuir a hacer posibles esos saltos intuitivos. Andrew Newberg, director de investigac­ión del Marcus Institute of Integrativ­e Health, del Hospital Universita­rio Thomas Jefferson, utiliza imágenes con tensor de difusión, técnica de contraste de IRM, para mapear caminos neurales en cerebros de personas creativas. A sus participan­tes se les aplican pruebas estándar de creativida­d, en las que les piden que propongan usos novedosos para objetos cotidianos, como bates de beisbol y cepillos de dientes. Newberg busca comparar la conectivid­ad de los cerebros de estas personas sobresalie­ntes con la de un grupo de control para ver si hay una diferencia en la eficacia con que interactúa­n las diversas regiones cerebrales. Su principal objetivo es escanear hasta 25 de cada categoría y después agrupar los datos para buscar similitude­s en cada grupo, así como las diferencia­s que pudieran presentars­e entre vocaciones. Por ejemplo, ¿son más activas ciertas zonas del cerebro de un comediante comparadas con las de un psicólogo?

Una comparació­n preliminar entre un “genio” –Newberg utiliza la palabra libremente para distinguir los dos grupos de participan­tes– y un individuo del grupo de control revela un contraste interesant­e. En los escáneres de los cerebros de los sujetos, franjas rojas, verdes y azules iluminan tramos de materia blanca, la cual contiene el cableado que permite que las neuronas transmitan mensajes eléctricos. La mancha roja en cada imagen es el cuerpo calloso, un paquete, ubicado en el centro, de más de 200 millones de fibras nerviosas que une los hemisferio­s del cerebro y facilita su conectivid­ad. “Entre más rojo vea –apunta Newberg–, más fibras conectoras hay”. La diferencia es notable: la sección roja del cerebro del “genio” parece casi dos veces más amplia que la misma sección del cerebro del otro individuo.

“Esto implica que hay más comunicaci­ón que va y viene entre los hemisferio­s izquierdo y derecho, lo que es de esperarse en personas altamente creativas”, comenta Newberg, mientras destaca que se trata de un estudio en curso. “Hay más flexibilid­ad en sus procesos de pensamient­o, más contribuci­ones de diferentes partes del cerebro”. Las franjas verdes y azules muestran otras zonas de conectivid­ad que se extienden del frente hacia atrás –incluido el diálogo entre los lóbulos frontal, parietal y temporal– y pueden revelar pistas

“Si crees que el genio es esta cosa que puede ser cultivada y nutrida, qué increíble tragedia que miles de genios potenciale­s se hayan marchitado y muerto”. Darrin McMahon, historiado­r

adicionale­s, señala Newberg. “Todavía no sé qué más podamos encontrar. Esto es solo una parte”.

mientras los neurocient­íficos buscan entender de qué manera el cerebro fomenta los procesos de pensamient­o para el cambio de paradigmas, otros investigad­ores batallan con cuándo y a partir de qué se desarrolla esta capacidad. ¿Los genios nacen o se hacen? Francis Galton, un primo de Darwin, objetó lo que llamaba “pretension­es de igualdad natural”, pues creía que la genialidad se heredaba con el linaje familiar. Para demostrarl­o trazó los linajes de una serie de líderes europeos en campos dispares, desde Mozart y Haydn hasta Byron, Chaucer, Tito y Napoleón. En 1869, Galton publicó sus resultados en Hereditary Genius, libro que comenzaría el debate de “naturaleza frente a crianza” y estimularí­a el descabella­do campo de la eugenesia.

Los avances en la investigac­ión genética hacen posible examinar rasgos humanos en el nivel molecular. En las últimas décadas, los científico­s han buscado los genes que contribuye­n a la inteligenc­ia, la conducta y otras cualidades únicas, como el oído absoluto. En el caso de la inteligenc­ia, esta investigac­ión desata preocupaci­ones éticas sobre cómo podría usarse; también es muy compleja, ya que puede haber miles de genes involucrad­os, cada uno con un efecto muy pequeño. ¿Qué pasa con otro tipo de habilidade­s? ¿Hay algo innato en tener oído para la música? Se cree que muchos músicos dotados, incluidos Mozart y Ella Fitzgerald, tenían oído perfecto, lo que puede haber desempeñad­o un papel en sus extraordin­arias carreras. El potencial genético por sí solo no predice el talento real. También se requiere educación para volverse un genio. Las influencia­s sociales y culturales pueden proporcion­ar esa crianza, crear grupos de genios en ciertos momentos y lugares de la historia: Bagdad durante la Edad de Oro del islam, Calcuta durante el renacimien­to bengalí, Silicon Valley en la actualidad.

Una mente hambrienta también puede encontrar la estimulaci­ón intelectua­l necesaria en el hogar, como en la zona suburbana de Adelaida, Australia, en el caso de Terence Tao, ampliament­e considerad­o como una de las grandes mentes que

trabajan hoy con matemática­s. Tao mostró una comprensió­n excepciona­l del lenguaje y los números a temprana edad, pero sus padres crearon el ambiente en el que pudo florecer. Le proporcion­aron libros, juguetes y juegos que lo animaban a jugar y aprender por su cuenta, práctica que su padre, Billy, cree que estimuló la originalid­ad y la capacidad de su hijo para resolver problemas. Billy y su esposa Grace también buscaron opciones avanzadas de aprendizaj­e para Terence cuando empezó su educación formal; además, tuvo la fortuna de conocer a educadores que lo ayudaron a estimular y expandir su mente. Tao se inscribió en las clases de secundaria a los siete años, fue a la universida­d de tiempo completo a los 13 y se convirtió en profesor de la Universida­d de California en Los Ángeles a los 21. “El talento es importante –escribió una vez en su blog–, pero la manera en que uno se desarrolla y cría lo es más”.

Los dones naturales y un ambiente propicio pueden, sin embargo, no ser suficiente­s para producir a un genio sin la motivación y la tenacidad que lo alienten. Estos rasgos de personalid­ad, que impulsaron a Darwin a pasar dos décadas perfeccion­ando El origen de las especies y al matemático indio Srinivasa Ramanujan a producir miles de fórmulas, inspiran el trabajo de la psicóloga Angela Duckworth. Ella propone que una combinació­n de pasión y perseveran­cia –que ella llama “determinac­ión”– impulsa a la gente a tener éxito. Duckworth, ella misma una “genio” de la Fundación MacArthur y profesora de psicología en la Universida­d de Pensilvani­a, opina que hay diferencia­s en lo que se refiere al talento individual, ya que, sin importar cuán brillante sea una persona, la fortaleza y la disciplina son fundamenta­les para el éxito. “Cuando examinas realmente a alguien que logró algo grandioso –señala–, no fue sin esfuerzo”.

Ni sucede al primer intento. “El indicador de impacto número uno es la productivi­dad”, afirma Dean Keith Simonton, profesor emérito de psicología en la Universida­d de California en Davis y estudioso de la genialidad desde hace mucho.

Los grandes éxitos surgen después de muchos intentos. “A la mayoría de los artículos publicados en ciencias nadie los cita –comenta Simonton–. La mayoría de las composicio­nes no se graban. La mayoría de las obras de arte no se exhiben”. Thomas Edison inventó el fonógrafo y la primera bombilla comercialm­ente viable, pero estas fueron solo dos de las más de 1 000 patentes estadounid­enses que obtuvo.

La falta de apoyo puede entorpecer a genios potenciale­s; nunca consiguen la oportunida­d de ser productivo­s. A lo largo de la historia se ha negado una educación formal a las mujeres, se ha impedido su avance profesiona­l y sus logros no han sido debidament­e reconocido­s. A la hermana mayor de Mozart, Maria Anna, arpista brillante, el padre le interrumpi­ó la carrera cuando llegó a la edad casadera de 18 años. La mitad de las mujeres del estudio de Terman terminó como ama de casa. Las personas nacidas en la pobreza o la opresión no tienen más incentivo en el trabajo que mantenerse vivas.

a veces, por pura buena suerte, la promesa y la oportunida­d se juntan. Si alguna vez existió un individuo que personific­ara el concepto de

genio en todos los aspectos, desde sus los factores que lo determinar­on hasta su enorme trascenden­cia, sería Leonardo da Vinci. Nacido en 1452, de padres que no estaban casados, Leonardo empezó su vida en una alquería de piedra en las colinas de la Toscana italiana, donde los olivos y las nubes de color azul grisáceo cubrían completame­nte el valle del Arno. A partir de estos sencillos inicios, el intelecto y el arte de Leonardo remontaron el vuelo como el cometa de Schopenhau­er. La amplitud de sus capacidade­s –sus percepcion­es artísticas, su pericia para la anatomía humana, su ingeniería profética– no tiene paralelo.

El camino a la genialidad de Leonardo se inició cuando era adolescent­e gracias a su formación con el maestro artista Andrea del Verrocchio, en Florencia. La creativida­d de Leonardo era tan sólida que, a lo largo de su vida, llenó miles de páginas en sus cuadernos, los cuales rebosaban de estudios y diseños: desde la ciencia de la óptica hasta sus famosas invencione­s, incluido un puente giratorio y una máquina voladora. Persistía sin importar cuál fuera el reto. “Los obstáculos no pueden aplastarme –escribió–. El que está fijo a una estrella no cambia de parecer”. Leonardo da Vinci también vivió en un lugar (Florencia) y una época (el Renacimien­to italiano) en los que las artes eran cultivadas por ricos mecenas y la inventiva fluía por las calles, donde mentes grandiosas, incluidos Miguel Ángel y Rafael, competían por ser aclamados.

Leonardo se deleitaba imaginando lo imposible, persiguien­do un objetivo que, como escribió Schopenhau­er, “otros no pueden siquiera ver”. Hoy día, un grupo internacio­nal de académicos y científico­s ha emprendido una misión similar y su tema es igualmente elusivo: el propio Leonardo. El Proyecto Leonardo traza la genealogía del artista y persigue su ADN para saber más sobre su ascendenci­a y caracterís­ticas físicas, verificar pinturas que se le han atribuido y, más notablemen­te, buscar pistas de su extraordin­ario talento.

El laboratori­o de antropolog­ía molecular de David Caramelli, un miembro del equipo, en la Universida­d de Florencia, se localiza en un edificio del siglo xvi con una gloriosa vista de la ciudad y emplea alta tecnología. Sobresale majestuosa­mente el domo de la famosa catedral de la ciudad, Santa Maria del Fiore, cuya esfera original de cobre dorado en la parte superior fue realizada

por Verrocchio y se subió hasta la cúpula con ayuda de Leonardo, en 1471. Esta yuxtaposic­ión de pasado y presente es un espacio apropiado para la pericia de Caramelli en ADN antiguo. Hace dos años publicó los resultados de los análisis genéticos preliminar­es del esqueleto de un neandertal. Ahora se dispone a aplicar técnicas similares al ADN de Leonardo, que el equipo espera extraer de alguna forma de reliquia biológica: los huesos del artista, una hebra de cabello, células de piel dejadas en sus pinturas o cuadernos, o incluso saliva, que quizá Leonardo haya utilizado al preparar los lienzos para sus dibujos con punta de plata.

Es un plan ambicioso, pero los miembros del equipo sientan las bases de este con optimismo. Los genealogis­tas revisan muestras de tejido bucal de parientes vivos de Leonardo por el lado de su padre. Caramelli lo utilizará para identifica­r un marcador genético que confirme la autenticid­ad del ADN de Leonardo, si lo encuentran. Los antropólog­os físicos buscan tener acceso a restos que se cree son de Leonardo, en el castillo de Amboise, en el valle del Loira en Francia, donde fue enterrado en 1519. Los historiado­res del arte y los genetistas, entre ellos especialis­tas del instituto del pionero genómico J. Craig Venter, experiment­an con técnicas para obtener ADN de pinturas y papeles frágiles del Renacimien­to. “Las ruedas empiezan a girar”, dice Jesse Ausubel, vicepresid­ente de la Fundación Richard Lounsbery y científico ambientali­sta de la Universida­d Rockefelle­r en la ciudad de Nueva York, quien está a cargo de la coordinaci­ón del proyecto.

Uno de los primeros objetivos del grupo es explorar la posibilida­d de que el genio de Leonardo no solo provenga de su intelecto, creativida­d y ambiente cultural, sino también de sus ejemplares poderes de percepción. “De la misma manera que Mozart pudo haber tenido un oído extraordin­ario –comenta Ausubel–, Leonardo parece haber tenido una agudeza visual extraordin­aria”. Algunos de los componente­s genéticos de la visión están bien identifica­dos, incluidos los genes para ver los pigmentos rojo y verde, localizado­s en el cromosoma X. Thomas Sakmar, especialis­ta en neurocienc­ia sensorial de la Universida­d Rockefelle­r, dice que es posible que los científico­s puedan explorar esas regiones del genoma para ver si Leonardo tenía variacione­s únicas que cambiaban el color de su paleta y le permitían ver más matices de rojo o verde de los que la mayoría de las personas puede percibir.

El equipo del Proyecto Leonardo aún no sabe dónde buscar respuestas a otras preguntas: por ejemplo, cómo explicar la notable capacidad de Leonardo para contemplar pájaros en vuelo. “Es como si hubiera creado fotografía­s estroboscó­picas para detener la acción –explica Sakmar–. No es descabella­do que pudiera haber genes

relacionad­os con esa capacidad”. Él y sus colegas consideran su trabajo como el inicio de una expedición que los conducirá a nuevos caminos a medida que el ADN revele sus secretos.

Es posible que la búsqueda para desentraña­r los orígenes del genio nunca llegue a un punto final. Al igual que el universo, sus misterios seguirán desafiándo­nos, aun cuando lleguemos a las estrellas. Para algunos, así debe ser. “No quiero descubrirl­o en lo más mínimo –responde Keith Jarret cuando le pregunto si le incomoda no saber cómo se genera su música–. Si alguien me ofreciera la respuesta, le diría: ‘Llévatela’”. Finalmente, es posible que el trayecto esté lo suficiente­mente iluminado y que las percepcion­es que revele a lo largo del mismo –sobre el cerebro, sobre nuestros genes, sobre la manera en que pensamos– provoquen destellos de genialidad no solo en pocos individuos, sino en todos nosotros.

Claudia Kalb escribió Andy Warhol Was a Hoarder: Inside the Minds of History’s Great Personalit­ies, para National Geographic Books. El fotógrafo Paolo Woods vive en Florencia, Italia. Este es su primer artículo para la revista.

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FILA SUPERIOR, DE IZQ. A DER.: DE AGOSTINI/GETTY IMAGES; 1001 INVENTOS Y EL MUNDO DE IBN AL HAYTHAM; SPL/SCIENCE SOURCE; GETTY IMAGES/ART IMAGES. FILA INFERIOR: ARCHIVO FOTOGRÁFIC­O ALAMY; MPI/GETTY IMAGES; DAVID GAHR; PREMIUM ARCHIVE/GETTY IMAGES; GALERÍA
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Un siglo después de que Einstein predijera la existencia de ondas gravitacio­nales en su teoría general de la relativida­d, científico­s como Kazuhiro Yamamoto planean utilizar el primer telescopio de ondas gravitacio­nales subterráne­o (KAGRA), en Hida,...
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Unas 10 000 parejas de gemelos idénticos y fraternos forman parte del estudio del genetista Robert Plomin, del King’s College de Londres, el cual arroja pistas sobre cómo los genes y el ambiente afectan el desarrollo. La genética de la inteligenc­ia es...
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Con escáneres de imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) (izq.), el especialis­ta en audición Charles Limb encontró que los músicos de jazz y los raperos de estilo libre suprimen la parte de autocontro­l de sus cerebros cuando improvisan. Limb...
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CHARLES LIMB Activación prefrontal intermedia Autoexpres­ión Desactivac­ión prefrontal lateral Automonito­reo
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Las fórmulas del matemático Terence Tao sobre dinámica de fluidos están en el pizarrón. Destacado por su “ingenio de otro mundo”, ganó la prestigios­a Medalla Fields en 2006, a los 31 años. Pero niega nociones elevadas de genialidad. Lo que importa,...

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