¿QUIÉN ES UN GENIO?
Algunas mentes son tan excepcionales que cambian el mundo. No sabemos qué hace exactamente que estas personas extraordinarias destaquen por encima del resto, pero la ciencia nos ofrece pistas.
Por qué algunas mentes excepcionales sobresalen más allá de la brillantez.
El Museo Mütter de Filadelfia alberga una selección de especímenes médicos singulares. En el primer piso, los hígados fusionados de los siameses Chang y Eng, del siglo xix, flotan en un recipiente de vidrio. Cerca, los visitantes pueden mirar boquiabiertos manos hinchadas por la gota, cálculos de vejiga y el fémur de un soldado de la guerra civil estadounidense con la bala que lo hirió todavía en su lugar. Sin embargo, una exposición junto a la entrada provoca un asombro inigualable. El objeto que los fascina es una cajita de madera con 46 portaobjetos, cada uno de los cuales muestra una rebanada del cerebro de Albert Einstein.
Una lupa colocada sobre uno de los portaobjetos revela un fragmento de tejido aproximadamente del tamaño de una estampilla: sus gráciles ramales y curvas semejan la vista aérea de un estuario. Estos remanentes de tejido cerebral fascinan aun cuando –o tal vez porque– revelan poco sobre los alabados poderes cognitivos del físico. Otras exposiciones del museo muestran enfermedades y malformaciones: los resultados de algo que salió mal. El cerebro de Einstein representa el potencial, la capacidad de una mente excepcional, la de un genio, para impulsarlo por delante de todos los demás. “Él veía las cosas de manera distinta que el resto de nosotros –dice la visitante Karen O’Hair cuando mira detenidamente la muestra de color del té–. Y podía extenderse más allá de lo que no podía ver, lo que es muy sorprendente”.
A lo largo de la historia, muy pocos individuos han destacado por sus meteóricas contribuciones a un campo determinado. Lady Murasaki, por su inventiva literaria. Miguel Ángel, por su toque maestro. Marie Curie, por su agudeza científica. “El genio –escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer– ilumina en su época como un cometa en los senderos de los planetas”. Consideremos la influencia de Einstein en la física. Sin más herramientas a su disposición que la fuerza de sus propios pensamientos, predijo, en su teoría general de la relatividad, que los objetos masivos
acelerados –como los agujeros negros que orbitan alrededor unos de otros– crearían ondas en el tejido del espacio-tiempo. Demostrar en definitiva que Einstein tenía razón tomó 100 años, una enorme capacidad de cómputo y una tecnología masivamente compleja, con la detección física de dichas ondas gravitacionales hace menos de dos años.
Einstein revolucionó nuestra comprensión de las propias leyes del universo. Pero nuestra comprensión de cómo trabaja una mente como la suya aún es pedestre. ¿Qué diferencia su poder mental, sus procesos de pensamiento, de los de sus colegas simplemente brillantes? ¿Qué hace a un genio?
Los filósofos han reflexionado durante mucho tiempo en los orígenes de la genialidad. Los primeros pensadores griegos creían que una superabundancia de bilis negra –uno de los cuatro humores corporales propuestos por Hipócrates– dotaba a los poetas, filósofos y otros espíritus eminentes con “poderes exaltados”, dice el historiador Darrin McMahon, autor de Divine Fury: A History of Genius. Los frenólogos intentaron encontrar la genialidad en las protuberancias de la
cabeza; los estudiosos de la craneometría coleccionaban cráneos –incluido el del filósofo Immanuel Kant–, para investigarlos, medirlos y pesarlos.
Ninguno de ellos descubrió una fuente única de la genialidad y es probable que nunca se encuentre tal cosa. El genio es demasiado elusivo y subjetivo, demasiado aferrado al veredicto de la historia para que sea identificado con facilidad. Y requiere la máxima expresión de demasiados rasgos para que se pueda simplificar en el punto más alto de una sola escala humana. En cambio, podemos tratar de entenderlo al desentrañar cualidades complejas y enredadas –inteligencia, creatividad, perseverancia y, sencillamente, buena fortuna, por nombrar algunas– que se entrelazan para crear a una persona capaz de cambiar el mundo.
con frecuencia, la inteligencia ha sido considerada el rasgo predeterminado del genio, una cualidad mensurable para alcanzar un logro tremendo. Lewis Terman, psicólogo de la Universidad de Stanford y uno de los pioneros de las pruebas de inteligencia, creía que una prueba que pudiera captar la inteligencia también revelaría la genialidad. En los años veinte del siglo xx dio seguimiento a más de 1500 niños californianos en edad escolar y con cocientes de inteligencia superiores a 140 –umbral al que llamó “cercano al genio o genio”–, para ver cómo les iba en la vida y cómo se comparaban con otros niños. Terman y sus colaboradores estudiaron a los participantes durante sus vidas y registraron sus éxitos en una serie de informes, Genetic Studies of Genius. El grupo incluía miembros de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, políticos, doctores, profesores y músicos. Cuarenta años después de haber empezado el estudio, los investigadores documentaron los miles de informes y libros académicos que publicaron, así como el número de patentes otorgadas (350) y cuentos escritos (400).
Pero la inteligencia monumental no garantiza por sí sola un logro monumental, como descubrirían Terman y sus colaboradores. Varios participantes del estudio batallaron para prosperar, a pesar de sus altísimos cocientes intelectuales. Varias docenas abandonaron la universidad casi al empezar. Otros, evaluados para el estudio pero con CI no suficientemente altos para pasar la prueba, se convirtieron en personajes reconocidos en sus campos : los más famosos fueron Luis Álvarez y William Shockley, ambos ganadores del Premio Nobel en física. Hay un precedente de esa subestimación: Charles Darwin recordaba haber sido considerado “un niño muy común, bastante debajo del estándar de intelecto”. Como adulto, resolvió el misterio de cómo surgió la espléndida diversidad de la vida.
Los avances científicos, como la teoría de la evolución de Darwin por medio de la selección
de imágenes por resonancia magnética (IRM). Se les pidió a seis pianistas de jazz que tocaran una escala y una pieza de música memorizada, y que luego improvisaran solos cuando escucharan los sonidos de un cuarteto de jazz. Sus escaneos demostraron que la actividad del cerebro era “fundamentalmente diferente” mientras improvisaban, comenta Limb. La red interna, asociada con la autoexpresión, mostró actividad incrementada, mientras la red externa, vinculada a la atención concentrada y a la autocensura, disminuyó su actividad. “Es casi como si el cerebro apagara su propia capacidad de criticarse a sí mismo”, afirma.
Esto puede ayudar a explicar las asombrosas actuaciones del pianista de jazz Keith Jarret, quien improvisa conciertos de por lo menos dos horas de duración. Él encuentra difícil –imposible, en realidad– explicar cómo toma forma su música. Pero cuando se sienta enfrente del público, deliberadamente deja las notas fuera de su mente. “Dejo por completo fuera el cerebro –me dice–. Siento que me mueve una fuerza por la cual solo puedo estar agradecido”. Recuerda específicamente un concierto en Múnich, en el que sintió como si hubiera desaparecido en las notas altas del teclado. Su arte creativo, alimentado por décadas de escuchar, aprender y practicar melodías, surge cuando él tiene menos control.
Una señal de creatividad es ser capaz de conectar conceptos aparentemente dispares. Una comunicación más rica entre las zonas del cerebro puede contribuir a hacer posibles esos saltos intuitivos. Andrew Newberg, director de investigación del Marcus Institute of Integrative Health, del Hospital Universitario Thomas Jefferson, utiliza imágenes con tensor de difusión, técnica de contraste de IRM, para mapear caminos neurales en cerebros de personas creativas. A sus participantes se les aplican pruebas estándar de creatividad, en las que les piden que propongan usos novedosos para objetos cotidianos, como bates de beisbol y cepillos de dientes. Newberg busca comparar la conectividad de los cerebros de estas personas sobresalientes con la de un grupo de control para ver si hay una diferencia en la eficacia con que interactúan las diversas regiones cerebrales. Su principal objetivo es escanear hasta 25 de cada categoría y después agrupar los datos para buscar similitudes en cada grupo, así como las diferencias que pudieran presentarse entre vocaciones. Por ejemplo, ¿son más activas ciertas zonas del cerebro de un comediante comparadas con las de un psicólogo?
Una comparación preliminar entre un “genio” –Newberg utiliza la palabra libremente para distinguir los dos grupos de participantes– y un individuo del grupo de control revela un contraste interesante. En los escáneres de los cerebros de los sujetos, franjas rojas, verdes y azules iluminan tramos de materia blanca, la cual contiene el cableado que permite que las neuronas transmitan mensajes eléctricos. La mancha roja en cada imagen es el cuerpo calloso, un paquete, ubicado en el centro, de más de 200 millones de fibras nerviosas que une los hemisferios del cerebro y facilita su conectividad. “Entre más rojo vea –apunta Newberg–, más fibras conectoras hay”. La diferencia es notable: la sección roja del cerebro del “genio” parece casi dos veces más amplia que la misma sección del cerebro del otro individuo.
“Esto implica que hay más comunicación que va y viene entre los hemisferios izquierdo y derecho, lo que es de esperarse en personas altamente creativas”, comenta Newberg, mientras destaca que se trata de un estudio en curso. “Hay más flexibilidad en sus procesos de pensamiento, más contribuciones de diferentes partes del cerebro”. Las franjas verdes y azules muestran otras zonas de conectividad que se extienden del frente hacia atrás –incluido el diálogo entre los lóbulos frontal, parietal y temporal– y pueden revelar pistas
“Si crees que el genio es esta cosa que puede ser cultivada y nutrida, qué increíble tragedia que miles de genios potenciales se hayan marchitado y muerto”. Darrin McMahon, historiador
adicionales, señala Newberg. “Todavía no sé qué más podamos encontrar. Esto es solo una parte”.
mientras los neurocientíficos buscan entender de qué manera el cerebro fomenta los procesos de pensamiento para el cambio de paradigmas, otros investigadores batallan con cuándo y a partir de qué se desarrolla esta capacidad. ¿Los genios nacen o se hacen? Francis Galton, un primo de Darwin, objetó lo que llamaba “pretensiones de igualdad natural”, pues creía que la genialidad se heredaba con el linaje familiar. Para demostrarlo trazó los linajes de una serie de líderes europeos en campos dispares, desde Mozart y Haydn hasta Byron, Chaucer, Tito y Napoleón. En 1869, Galton publicó sus resultados en Hereditary Genius, libro que comenzaría el debate de “naturaleza frente a crianza” y estimularía el descabellado campo de la eugenesia.
Los avances en la investigación genética hacen posible examinar rasgos humanos en el nivel molecular. En las últimas décadas, los científicos han buscado los genes que contribuyen a la inteligencia, la conducta y otras cualidades únicas, como el oído absoluto. En el caso de la inteligencia, esta investigación desata preocupaciones éticas sobre cómo podría usarse; también es muy compleja, ya que puede haber miles de genes involucrados, cada uno con un efecto muy pequeño. ¿Qué pasa con otro tipo de habilidades? ¿Hay algo innato en tener oído para la música? Se cree que muchos músicos dotados, incluidos Mozart y Ella Fitzgerald, tenían oído perfecto, lo que puede haber desempeñado un papel en sus extraordinarias carreras. El potencial genético por sí solo no predice el talento real. También se requiere educación para volverse un genio. Las influencias sociales y culturales pueden proporcionar esa crianza, crear grupos de genios en ciertos momentos y lugares de la historia: Bagdad durante la Edad de Oro del islam, Calcuta durante el renacimiento bengalí, Silicon Valley en la actualidad.
Una mente hambrienta también puede encontrar la estimulación intelectual necesaria en el hogar, como en la zona suburbana de Adelaida, Australia, en el caso de Terence Tao, ampliamente considerado como una de las grandes mentes que
trabajan hoy con matemáticas. Tao mostró una comprensión excepcional del lenguaje y los números a temprana edad, pero sus padres crearon el ambiente en el que pudo florecer. Le proporcionaron libros, juguetes y juegos que lo animaban a jugar y aprender por su cuenta, práctica que su padre, Billy, cree que estimuló la originalidad y la capacidad de su hijo para resolver problemas. Billy y su esposa Grace también buscaron opciones avanzadas de aprendizaje para Terence cuando empezó su educación formal; además, tuvo la fortuna de conocer a educadores que lo ayudaron a estimular y expandir su mente. Tao se inscribió en las clases de secundaria a los siete años, fue a la universidad de tiempo completo a los 13 y se convirtió en profesor de la Universidad de California en Los Ángeles a los 21. “El talento es importante –escribió una vez en su blog–, pero la manera en que uno se desarrolla y cría lo es más”.
Los dones naturales y un ambiente propicio pueden, sin embargo, no ser suficientes para producir a un genio sin la motivación y la tenacidad que lo alienten. Estos rasgos de personalidad, que impulsaron a Darwin a pasar dos décadas perfeccionando El origen de las especies y al matemático indio Srinivasa Ramanujan a producir miles de fórmulas, inspiran el trabajo de la psicóloga Angela Duckworth. Ella propone que una combinación de pasión y perseverancia –que ella llama “determinación”– impulsa a la gente a tener éxito. Duckworth, ella misma una “genio” de la Fundación MacArthur y profesora de psicología en la Universidad de Pensilvania, opina que hay diferencias en lo que se refiere al talento individual, ya que, sin importar cuán brillante sea una persona, la fortaleza y la disciplina son fundamentales para el éxito. “Cuando examinas realmente a alguien que logró algo grandioso –señala–, no fue sin esfuerzo”.
Ni sucede al primer intento. “El indicador de impacto número uno es la productividad”, afirma Dean Keith Simonton, profesor emérito de psicología en la Universidad de California en Davis y estudioso de la genialidad desde hace mucho.
Los grandes éxitos surgen después de muchos intentos. “A la mayoría de los artículos publicados en ciencias nadie los cita –comenta Simonton–. La mayoría de las composiciones no se graban. La mayoría de las obras de arte no se exhiben”. Thomas Edison inventó el fonógrafo y la primera bombilla comercialmente viable, pero estas fueron solo dos de las más de 1 000 patentes estadounidenses que obtuvo.
La falta de apoyo puede entorpecer a genios potenciales; nunca consiguen la oportunidad de ser productivos. A lo largo de la historia se ha negado una educación formal a las mujeres, se ha impedido su avance profesional y sus logros no han sido debidamente reconocidos. A la hermana mayor de Mozart, Maria Anna, arpista brillante, el padre le interrumpió la carrera cuando llegó a la edad casadera de 18 años. La mitad de las mujeres del estudio de Terman terminó como ama de casa. Las personas nacidas en la pobreza o la opresión no tienen más incentivo en el trabajo que mantenerse vivas.
a veces, por pura buena suerte, la promesa y la oportunidad se juntan. Si alguna vez existió un individuo que personificara el concepto de
genio en todos los aspectos, desde sus los factores que lo determinaron hasta su enorme trascendencia, sería Leonardo da Vinci. Nacido en 1452, de padres que no estaban casados, Leonardo empezó su vida en una alquería de piedra en las colinas de la Toscana italiana, donde los olivos y las nubes de color azul grisáceo cubrían completamente el valle del Arno. A partir de estos sencillos inicios, el intelecto y el arte de Leonardo remontaron el vuelo como el cometa de Schopenhauer. La amplitud de sus capacidades –sus percepciones artísticas, su pericia para la anatomía humana, su ingeniería profética– no tiene paralelo.
El camino a la genialidad de Leonardo se inició cuando era adolescente gracias a su formación con el maestro artista Andrea del Verrocchio, en Florencia. La creatividad de Leonardo era tan sólida que, a lo largo de su vida, llenó miles de páginas en sus cuadernos, los cuales rebosaban de estudios y diseños: desde la ciencia de la óptica hasta sus famosas invenciones, incluido un puente giratorio y una máquina voladora. Persistía sin importar cuál fuera el reto. “Los obstáculos no pueden aplastarme –escribió–. El que está fijo a una estrella no cambia de parecer”. Leonardo da Vinci también vivió en un lugar (Florencia) y una época (el Renacimiento italiano) en los que las artes eran cultivadas por ricos mecenas y la inventiva fluía por las calles, donde mentes grandiosas, incluidos Miguel Ángel y Rafael, competían por ser aclamados.
Leonardo se deleitaba imaginando lo imposible, persiguiendo un objetivo que, como escribió Schopenhauer, “otros no pueden siquiera ver”. Hoy día, un grupo internacional de académicos y científicos ha emprendido una misión similar y su tema es igualmente elusivo: el propio Leonardo. El Proyecto Leonardo traza la genealogía del artista y persigue su ADN para saber más sobre su ascendencia y características físicas, verificar pinturas que se le han atribuido y, más notablemente, buscar pistas de su extraordinario talento.
El laboratorio de antropología molecular de David Caramelli, un miembro del equipo, en la Universidad de Florencia, se localiza en un edificio del siglo xvi con una gloriosa vista de la ciudad y emplea alta tecnología. Sobresale majestuosamente el domo de la famosa catedral de la ciudad, Santa Maria del Fiore, cuya esfera original de cobre dorado en la parte superior fue realizada
por Verrocchio y se subió hasta la cúpula con ayuda de Leonardo, en 1471. Esta yuxtaposición de pasado y presente es un espacio apropiado para la pericia de Caramelli en ADN antiguo. Hace dos años publicó los resultados de los análisis genéticos preliminares del esqueleto de un neandertal. Ahora se dispone a aplicar técnicas similares al ADN de Leonardo, que el equipo espera extraer de alguna forma de reliquia biológica: los huesos del artista, una hebra de cabello, células de piel dejadas en sus pinturas o cuadernos, o incluso saliva, que quizá Leonardo haya utilizado al preparar los lienzos para sus dibujos con punta de plata.
Es un plan ambicioso, pero los miembros del equipo sientan las bases de este con optimismo. Los genealogistas revisan muestras de tejido bucal de parientes vivos de Leonardo por el lado de su padre. Caramelli lo utilizará para identificar un marcador genético que confirme la autenticidad del ADN de Leonardo, si lo encuentran. Los antropólogos físicos buscan tener acceso a restos que se cree son de Leonardo, en el castillo de Amboise, en el valle del Loira en Francia, donde fue enterrado en 1519. Los historiadores del arte y los genetistas, entre ellos especialistas del instituto del pionero genómico J. Craig Venter, experimentan con técnicas para obtener ADN de pinturas y papeles frágiles del Renacimiento. “Las ruedas empiezan a girar”, dice Jesse Ausubel, vicepresidente de la Fundación Richard Lounsbery y científico ambientalista de la Universidad Rockefeller en la ciudad de Nueva York, quien está a cargo de la coordinación del proyecto.
Uno de los primeros objetivos del grupo es explorar la posibilidad de que el genio de Leonardo no solo provenga de su intelecto, creatividad y ambiente cultural, sino también de sus ejemplares poderes de percepción. “De la misma manera que Mozart pudo haber tenido un oído extraordinario –comenta Ausubel–, Leonardo parece haber tenido una agudeza visual extraordinaria”. Algunos de los componentes genéticos de la visión están bien identificados, incluidos los genes para ver los pigmentos rojo y verde, localizados en el cromosoma X. Thomas Sakmar, especialista en neurociencia sensorial de la Universidad Rockefeller, dice que es posible que los científicos puedan explorar esas regiones del genoma para ver si Leonardo tenía variaciones únicas que cambiaban el color de su paleta y le permitían ver más matices de rojo o verde de los que la mayoría de las personas puede percibir.
El equipo del Proyecto Leonardo aún no sabe dónde buscar respuestas a otras preguntas: por ejemplo, cómo explicar la notable capacidad de Leonardo para contemplar pájaros en vuelo. “Es como si hubiera creado fotografías estroboscópicas para detener la acción –explica Sakmar–. No es descabellado que pudiera haber genes
relacionados con esa capacidad”. Él y sus colegas consideran su trabajo como el inicio de una expedición que los conducirá a nuevos caminos a medida que el ADN revele sus secretos.
Es posible que la búsqueda para desentrañar los orígenes del genio nunca llegue a un punto final. Al igual que el universo, sus misterios seguirán desafiándonos, aun cuando lleguemos a las estrellas. Para algunos, así debe ser. “No quiero descubrirlo en lo más mínimo –responde Keith Jarret cuando le pregunto si le incomoda no saber cómo se genera su música–. Si alguien me ofreciera la respuesta, le diría: ‘Llévatela’”. Finalmente, es posible que el trayecto esté lo suficientemente iluminado y que las percepciones que revele a lo largo del mismo –sobre el cerebro, sobre nuestros genes, sobre la manera en que pensamos– provoquen destellos de genialidad no solo en pocos individuos, sino en todos nosotros.
Claudia Kalb escribió Andy Warhol Was a Hoarder: Inside the Minds of History’s Great Personalities, para National Geographic Books. El fotógrafo Paolo Woods vive en Florencia, Italia. Este es su primer artículo para la revista.