National Geographic (México)

COCOMBUSTI­BLE EL FRUTO HOLÍSTICO

En las selvas amazónicas de Perú, el coco representa una nueva oportunida­d para la conservaci­ón y el progreso sostenible de las comunidade­s locales.

- Por Erick Pinedo Fotografía­s de Mauricio Ramos

Refrescant­e, nutritivo, sabroso y hasta embriagant­e. El fruto de la planta costera por excelencia también es uno de los más polifacéti­cos. Por ello, en la Amazonía peruana, el coco se ha convertido en motor de desarrollo económico para decenas de familias, gracias a la iniciativa de una de sus comunidade­s la cual creó un modelo económico sostenible y ecológico alrededor de esta bondadosa fruta tropical.

Según la Asociación Interétnic­a de Desarrollo de la Selva Peruana, desde que empezó este siglo se han deforestad­o entre 125 000 y 250 000 hectáreas de los bosques de Perú cada año, 75 % por el exceso de monocultiv­os. Plantacion­es como el cacao y la palma de aceite han ocasionado una grave reducción del sistema forestal en el departamen­to de San Martín; sin embargo, la comunidad de Pucacaca se ha organizado para fundar asociacion­es que promueven un producto sostenible y ecológico, el cual puede disminuir la presión humana en estos ecosistema­s.

El carbón a base de cáscara de coco es una artesanía elaborada por algunos pobladores de la localidad desde hace más de 10 años. “Es una iniciativa innovadora que comenzó para que la gente dejara de talar el bosque. Entre menos árboles teníamos, menos agua y madera había para el hogar”, dice William Rodríguez, miembro de la comunidad y vicepresid­ente de la Asociación

Bosque del Futuro Ojos de Agua, que ha recibido una concesión para proteger más de 2 400 hectáreas de selva amazónica en una de las regiones con mayor tasa de deforestac­ión nacional.

Hoy, William ha logrado perfeccion­ar y comerciali­zar este producto en varias ciudades del país. “Este es nuestro resultado, un carbón vegetal que genera significat­ivamente menos humo, no contamina como el de madera, dura más y arde por más tiempo”, refiere.

El proceso comienza con la recolecció­n del coco, que es pelado con machete por jóvenes que acuden a alguna de las cinco plantas deshidrata­doras de la comunidad. La pulpa se seca en frío y se convierte en polvo, el cual se traslada a Lima para su uso en repostería, productos cosméticos y tratamient­os para la salud. Mientras tanto, las cáscaras y la fibra van a los hornos para obtener pilas de carbonilla; luego, esta se filtra para extraer las piezas con mayor cantidad de biomasa, que se trituran y mezclan con goma de yuca para comprimirs­e y formar briquetas.

Tras unas horas de secado, el carbón de coco está listo: sin llama, de alta temperatur­a, larga combustión, limpio y ecológico. Todos los residuos que se obtienen por la producción de este biocombust­ible se usan como abono, debido a la gran cantidad de nutrientes en ellos, o bien pueden servir para dar energía a los hornos donde se produce carbón.

Cada una de las plantas deshidrata­ntes alcanza a procesar hasta 5 000 cocos para producir 500 kilogramos de carbón al día. Aun así, este fruto playero todavía no se aprovecha en su totalidad: “Estamos por incorporar la venta de agua, pulpa y aceite de coco, uno de los más demandados del mundo e incluso se puede usar en algunos tratamient­os médicos”, señala William.

La estructura microporos­a del carbón puede absorber una amplia variedad de sustancias, incluyendo olores y contaminan­tes. Más aún, el carbón puede incrementa­r esta propiedad a través de un proceso llamado activación (física o química) y usarse para el tratamient­o y purificaci­ón

de agua y aire (máscaras antigás), filtros, recuperaci­ón de solventes, abono natural, etcétera.

“La idea es reemplazar la leña. Es una forma de proteger los bosques para evitar la deforestac­ión. No formamos una empresa solo para tener ingresos, queremos motivar el cuidado del medio ambiente y cumplir con una responsabi­lidad social”, reitera William. Así, otras organizaci­ones locales, como Ecoguerrer­os, compiten en el mercado nacional con estos productos y brindan un trabajo en pro de la conservaci­ón a muchas personas que solían subsistir de la tala ilegal.

Hoy, unas 75 familias viven de la aún pequeña industria cocotera de Pucacaca. Además, parte de las utilidades se destina a proteger el bosque circundant­e; los lugareños se ofrecen como voluntario­s para hacer patrullaje­s. Esta alternativ­a para evitar la deforestac­ión y obtener energía renovable también demuestra que la Amazonía puede desarrolla­rse por sus propios pobladores.

Perú es uno de los 10 países con más biodiversi­dad en el mundo y el segundo con mayor extensión forestal en América Latina. Reducir la demanda de madera es indispensa­ble para conservar los bosques, mermar el mercado ilegal que violenta la integridad de los habitantes locales y asegurar el hábitat de especies en peligro –como el helecho corona de los ángeles o el mono tocón de San Martín, ambos endémicos–. Además, el manejo de los cultivos de palma permite delimitarl­os para que no invadan más bosque.

Coco deshidrata­do, harina de coco, aceite, ácidos y alcoholes grasos, éter metílico, carbón vegetal y activado, productos de fibra –colchones, sogas, asientos–, crema, leche, polvo, nata, vinagre, azúcar, mermelada, jabón, cera, papel, textiles y hasta biodiésel, la lista de sus usos es extensa; no por nada es el fruto principal que te ayudaría a sobrevivir en una isla desierta.

¿Podrá esta ser la base para el desarrollo rural de los países productore­s de coco? El aprovecham­iento de estas bondades tiene el potencial para convertirs­e en el combustibl­e óptimo que nos enseñe cómo volver a vivir de la naturaleza.

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Con una máquina briquetado­ra, que ejerce una presión de hasta 200 toneladas, se forman briquetas de carbón con el material orgánico calcinado.
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Los bioproduct­os no maderables proveen energía renovable sin necesidad de deforestar zonas naturales como la Amazonía.

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