“Te consideraban viejo si seguías allí a los 23 años. Pero no pensábamos en eso, porque nos habría destruido”.
Durante la ocupación nazi, el productor, dramaturgo y actor Eugene Polinsky (premiado con un Grammy) voló en misiones clandestinas sobre Bélgica, Francia y Noruega. Parte de la Operación Carpetbagger, su equipo de ocho estadounidenses no soltaba bombas, sino agentes Aliados, armas, motocicletas, dinero y demás suministros críticos para los combatientes de la resistencia. “No tenía idea de lo hacía –confiesa Polinsky, hoy de 99 años–. No sabía qué llevaba a bordo. De lo contrario, ¡habría estado aterrorizado!”.
Los Carpetbagger eran la rama aérea de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, por sus siglas en inglés), la agencia de inteligencia estadounidense que dirigía operaciones de espionaje y sabotaje. Entre 1944 y 1945, los Carpetbagger transportaron a territorio hostil más de 500 agentes y alrededor de 4 500 toneladas de suministros. Volaban de noche y a poca altura, tan cerca del suelo que los aviones rozaban los árboles. “Nos advirtieron: ‘Si los derriban o los capturan, los fusilarán por espionaje, así que eviten que los derriben’. Menudo consejo”, recuerda Polinsky, con ironía.
Nacido en Manhattan el 11 de septiembre de 1920, Polinsky era hijo de inmigrantes rusos judíos. Al llegar a Inglaterra para prestar servicio con la Octava Fuerza Aérea, su equipo recibió aviones Liberator B-24, prácticamente vacíos y pintados de negro para confundirse con la oscuridad de la noche. Horas antes de alguna misión, la tripulación de tierra cargaba contenedores con suministros en el compartimiento de bombas y, algunas veces, justo antes de despegar, subían a bordo los agentes a quienes los aviadores solo conocían como “Joes” y “Josephines”.
Como navegante, Polinsky se acuclillaba hacia el frente del Liberator y dirigía al piloto hacia el objetivo. Cuando se aproximaban a la zona de entrega, el piloto descendía a menos de 100 metros del suelo y, al detectar las señales luminosas de los Aliados, el despachador soltaba la carga en paracaídas. Mientras tanto, en Inglaterra, los oficiales oraban porque la cifra de tripulantes que despegó fuera igual a la que aterrizaría antes de que saliera el sol. Los Carpetbagger perdieron 42 aviones, otros 21 quedaron inutilizables y desaparecieron más de 200 colegas de Polinsky, tal vez capturados o muertos en combate. “Los reemplazos tenían 18 o 19 años –agrega el veterano–. Te consideraban viejo si seguías allí a los 23 años. Pero no pensábamos en eso, porque nos habría destruido. Lo único que podías hacer era seguir adelante”.
Sus últimas órdenes fueron “olvídate de todo”. Y así lo hizo durante muchos años.
Sin embargo, en 2001 recibió una invitación inesperada para viajar a Bélgica. El motivo: una recepción para celebrar el lanzamiento de un libro sobre la compleja operación Aliada que liberó el puerto de Amberes en 1944. Polinsky nunca supo que había desempeñado un papel importante en esa misión hasta que su anfitrión, el antiguo director de la resistencia belga, le contó la historia. “Fuimos amigos todos estos años –le dijo–. La diferencia era que tú estabas en el aire y yo en el suelo”.
“Te pasas la vida deseando hacer algo –musita el veterano–. Y entonces te enteras de que, cuando eras un muchacho, lo hiciste sin darte cuenta. Es una sensación muy extraña”.