“Vestíamos pijamas rayadas, estábamos infestados de piojos. Pero siempre fuimos respetuosos, hablábamos con la verdad”.
FRED TERNA Superviviente del Holocausto en Checoslovaquia
Fred Terna empezó a dibujar en 1943, poco después de llegar al campo de concentración nazi de Terezín. Dibujaba literas de tres niveles, personas que hacían fila para recibir minúsculas raciones de alimento, las vías ferras que conducían prisioneros a Auschwitz. Y, para que nadie pudiera precisar la autoría, firmaba sus bocetos con un símbolo. Descubrió que el dibujo le ayudaba a recordar su humanidad.
En 1939, con 16 años, las huestes alemanas entraron en Praga, su ciudad natal. Un sexenio más tarde, cuando los estadounidenses lo liberaron, se había convertido en “uno de esos esqueletos vivientes”, recuerda. Terna pasó por cuatro campos de concentración en los que sufrió hambrunas, intentó escapar, fue capturado y estuvo a punto de morir congelado. Al regresar a Praga, se enteró de que ningún miembro de su familia inmediata había sobrevivido a la guerra.
Tras casarse con una supervivieante de los campos de concentración, Terna decidió emigrar a Nueva York, donde se dedicó al arte a tiempo completo. A sus 96 años, sigue pintando y dando conferencias. Ha montado un estudio en la planta alta de su hogar de Brooklyn, donde crea sus propias mezclas de pintura acrílica. “Es mi apuesta por la inmortalidad”, explica acerca del medio que eligió.
Casi 40 años después de la guerra, Terna supo de alguien que conservó sus dibujos de Terezín y los llevó a Israel. “No tenía idea de que estaba creando documentos históricos”. Igual que el número tatuado en su brazo (114974), esos bocetos son evidencia de lo ocurrido a él y a los seis millones de judíos asesinados en el Holocausto. “Es verdad que nuestras familias han desaparecido, pero su recuerdo sigue vivo –afirma–. Mi deber –que, en cierto modo, ahora es el de ustedes– es recordárselo al mundo”.