Migrar o morir
PERDIÓ CASI TODO CUANDO LA SEQUÍA MATÓ SU GANADO. AHORA ESPERA SU OPORTUNIDAD EN UN CAMPAMENTO PARA DESPLAZADOS.
Las ovejas fueron las primeras en morir. Incapaces de encontrar suficiente pasto para comer, se tornaron flacas y apáticas, sus balidos se desvanecían. “Morían a nuestro alrededor, como si estuvieran envenenadas”, dice Raxma Xasan Maxamuud. En la aldea de Haya, al centro de Somalilandia –un Estado no reconocido y autoproclamado al interior de Somalia–, Raxma y su familia de pastores criaron 300 cabras y ovejas, así como 20 camellos. Durante cuatro semanas de sequía, en 2016, todos sus animales habían perecido.
Los pastores seminómadas somalís, que cuentan el paso de los años con la llegada regular de las lluvias, comenzaron a notar que, durante los últimos 20 años, estas eran erráticas y ya no se alineaban con otros ritmos de vida, como cuando sus animales daban a luz. “Si alguien aún duda del cambio climático –dice Sarah Khan, jefa de la suboficina de Hargeysa del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados–, solo tiene que venir aquí”.
Raxma calcula que tiene unos 36 años. Durante su vida, las sequías severas solían ocurrir cerca
de dos veces cada década, pero las sequías devastadoras entre 2016 y 2017 destruyeron casi 70 % de la economía pastoral de Somalilandia, su actividad principal. Los ríos y lagos alimentados por la lluvia, que habían dado sustento a generaciones de pastores, desaparecieron. En Haya, en 2016, los pozos se secaron por segunda ocasión en cinco años.
“La vida que teníamos antes era como vivir en un castillo –recuerda Raxma–. Vendíamos cabras y teníamos carne y mantequilla. No necesitábamos la ayuda de nadie: ayudábamos a los demás porque teníamos demasiado”.
Los pastores somalís miden la riqueza no con lo que pueden comprar sino con el tamaño de sus rebaños. Perder su ganado es como si su casa se incendiara, les robaran el coche y les vaciaran la cuenta bancaria el mismo día.
En Haya, el olor a muerte de miles de cadáveres podridos flotaba en el aire, pero durante tres meses, mientras la sequía de 2016 se profundizaba, los parientes de Raxma resistían. Las familias con camellos sobrevivientes compartieron la leche con aquellos cuyos rebaños habían muerto y, a medida que la comida escaseaba, los adultos guardaban las porciones más grandes para los niños pequeños. La diarrea se propagó, prosigue Raxma, y la gente temía por sus vidas. Con todos sus animales ahora muertos, los aldeanos reunieron dinero y alquilaron un camión que los llevara a un campamento de desplazados internos cerca de Burco, al centro de Somalilandia.
El Banco Mundial calcula que, para 2050, 143 millones de personas en el África subsahariana, Asia del Sur y América Latina se verán obligadas a desplazarse dentro de sus propios países debido a las condiciones climáticas. Hoy día, Raxma y hasta 600 000 personas en Somalilandia están varadas en campamentos, y dependen de la ayuda humanitaria para comer y beber.
Raxma no ha perdido la esperanza. Nombró a su hija menor Barwaaqo, una palabra que evoca la prosperidad, abundancia y felicidad que se siente cuando los rebaños están sanos, las lluvias son abundantes y la tierra es verde. Raxma lo perdió casi todo, pero el nombre de su hija es una expresión de gratitud, ya que la supervivencia de su familia es su propio tipo de riqueza.
Hasta 600 000 personas en Somalilandia están VARADAS en campamentos, y dependen de la ayuda humanitaria para comer y beber.