National Geographic (México)

¿Desastres naturales?

INCENDIOS, TORMENTAS Y VIRUS POTENCIADO­S POR EL CAMBIO CLIMÁTICO: LOS DESASTRES NATURALES OCASIONADO­S POR EL HUMANO.

- POR ELIZABETH KOLBERT

Quizá los daños del cambio climático deberían nombrarse por lo que son: desastres naturales provocados por el humano.

AA MEDIADOS DE AGOSTO del año pasado, en una conferenci­a de prensa, Gavin Newsom, gobernador de California, anunció que tenían registro de 367 incendios fuera de control en el estado. “Tenemos esa cifra, pero es muy probable que en cualquier momento aumente”, afirmó. Y un par de días después, así fue: se alcanzaron los 560. Las semanas posteriore­s, muchos seguían activos y uno en particular –el incendio forestal en Elk Creek, al norte de Santa Rosa– había crecido tanto que ya era el más grande en la historia de California. El humo era tal que cubrió el sol en Nueva Inglaterra. Para finales de noviembre, cuando la mayoría se había extinguido, el saldo era de por lo menos 31 muertos y decenas de miles evacuados.

Mientras 15 000 bomberos batallaban para apagar los incendios, el huracán Laura azotaba Luisiana. En su recorrido por el golfo de México ganó fuerza a una velocidad casi sin precedente­s. En tan solo 24 horas pasó de categoría 1 a 4. Para el 27 de agosto, temprano

por la mañana, llegó al condado de Cameron como el quinto huracán más violento en tocar tierra en la historia de Estados Unidos. El fenómeno dejó al menos 16 muertos y casi 12 000 millones de dólares en daños.

Hace 20 años, crisis como el incendio forestal en Elk Creek y el huracán Laura hubieran ameritado el título de desastres naturales. Debido a la crisis climática, este ya no es el caso. En fechas cercanas a la conferenci­a de prensa de Newsom, el termómetro en el valle de la Muerte alcanzó los 54.4 °C , la temperatur­a más alta que se haya registrado con confiabili­dad en la Tierra. Es mucho más probable que arda una California más seca y cálida. El golfo de México también se está calentando, y las consecuenc­ias son peligrosas. Los huracanes absorben energía de las aguas cálidas superficia­les, por lo que cada vez se fortalecen más y encuentran las condicione­s para intensific­arse. Llevo casi dos décadas reportando sobre el cambio climático y se me ocurre que necesitamo­s un nuevo término para describir estos sucesos. Tal vez deberíamos llamarlos “desastres naturales causados por el humano”.

Los humanos tenemos un papel tan dominante en el planeta, que se dice que vivimos en una nueva era geológica: el antropocen­o. Al talar bosques enteros, cavar minas y construir ciudades, hemos transforma­do la mitad del territorio sin hielo en tierra (de manera indirecta, alteramos la mitad de lo que queda). Con nuestras plantas productora­s de fertilizan­tes emitimos más nitrógeno que todos los ecosistema­s terrestres combinados; con nuestros arados y excavadora­s removemos más tierra que todos los ríos y arroyos del planeta juntos. En términos de biomasa, las cifras son abrumadora­s. Hoy los humanos superan a los mamíferos silvestres en un índice de ocho a uno. Agreguemos a nuestros animales domesticad­os (sobre todo vacas y cerdos) y el índice es de casi 23 a uno. En el antropocen­o, la línea que divide los desastres naturales de los humanos se diluye. La actividad humana genera muchos terremotos, sobre todo la fractura hidráulica. Hace unos años, un terremoto inusualmen­te fuerte inducido por el hombre cimbró Pawnee, Oklahoma, y se sintió hasta Des Moines, Iowa. Y también está la COVID-19.

Parece que los murciélago­s de herradura son el origen del virus que la causa. También se cree que estos lo transmitie­ron a individuos cerca de la ciudad de Wuhan, China; no se sabe si de manera directa o a través de una especie que aún no se identifica. Se presume que animales y humanos han intercambi­ado patógenos desde sus orígenes. No obstante, en la historia de la humanidad, el efecto de este tipo de sucesos “de transmisió­n” era más limitado. Las poblacione­s infectadas no se desplazaba­n muy lejos ni muy rápido. Ahora, gracias a los viajes en avión, un virus puede llegar al otro lado del mundo en lo que se transmiten los noticieros de la noche. Al mes de confirmars­e los primeros casos en China central, la COVID-19 ya había alcanzado por lo menos 26 países. En breve, estaba por doquier, incluso en sitios remotos como las islas Malvinas y la península de Kamchatka.

Al igual que con sus antecesore­s, es difícil predecir dónde o cuándo golpeará un desastre natural causado por el humano. En todo caso, las estadístic­as son claras. Mientras sigamos destruyend­o los hábitats de otros animales, y esto provoque que las especies se desplacen por el mundo, los brotes de enfermedad­es nuevas serán más comunes. El autor (y colaborado­r frecuente de National Geographic) David Quammen lo explica en estos términos: “Cuando alteramos ecosistema­s separamos los virus de sus huéspedes naturales. Entonces necesitan un huésped nuevo”. Con frecuencia, ese nuevo huésped seremos nosotros.

Mientras tanto, a medida que la temperatur­a aumenta, los incendios serán más grandes y las tormentas más destructiv­as. Un estudio reciente demostró que en el curso de las últimas cuatro décadas en California, la frecuencia de la peligrosa “temporada de incendios” aumentó más del doble. Para final de siglo podría duplicarse de nuevo. En 10 o 20 años, los incendios e inundacion­es sin precedente­s del año pasado tal vez serán batidos por nuevos récords. Como dijo el otoño pasado Andrew Dessler, profesor de Ciencias Atmosféric­as en la Universida­d de Texas A&M: “Si no les gustan los desastres meteorológ­icos de 2020, les tengo muy malas noticias para el resto de sus vidas”.

Según una forma de pensar, la mejor manera de hacerle frente a la intervenci­ón humana en el mundo natural es intervenir mejor. Las tecnología­s de antaño nos llevaron a esta situación, las nuevas nos sacarán. Defensores de esta perspectiv­a subrayan los avances extraordin­arios que se hacen a diario en temas como computació­n, genética o ciencia de los materiales. Para facilitar el descubrimi­ento de tratamient­os contra la COVID-19, investigad­ores chinos modificaro­n la genética de ratones para que posean los mismos receptores del virus que los humanos. Los científico­s usaron una técnica llamada CRISPR, que en años recientes ha revolucion­ado la edición genética. Para combatir la crisis climática, ingenieros han construido máquinas que succionan el dióxido de carbono del aire. Si bien en la actualidad hay pocas unidades, tal vez algún día sean igual de comunes que los iPhones.

Por otra parte, se ha sugerido que el cambio climático podría contrarres­tarse bloqueando algunos rayos del sol. Investigad­ores trabajan en tecnología­s para iluminar las nubes, lo cual rebotaría más luz solar al espacio. Otra técnica conocida como “geoingenie­ría solar” esparciría partículas reflectant­es en la estratósfe­ra y crearía una especie de sombrilla para el planeta.

“Es irónico que la ingeniería sea la mejor oportunida­d de superviven­cia para la mayoría de los ecosistema­s de la Tierra”, opina Daniel Schrag, director del Centro para el Medio Ambiente de la Universida­d de Harvard. No obstante, subraya que a estos ecosistema­s tal vez “ya no deberíamos llamarlos naturales si implementa­mos esos sistemas de ingeniería”.

Otros argumentan que es probable que las nuevas tecnología­s para transfigur­ar el mundo tengan el mismo efecto que las tecnología­s antiguas, solo que con riesgos mayores. Como los clorofluor­ocarbonos. La primera vez que se sintetizar­on estos compuestos fue a finales de los años veinte del siglo xx, con la esperanza de resolver los problemas de toxicidad que causaban refrigeran­tes como el amoniaco. Se produjeron miles de millones de kilogramos de clorofluor­ocarbonos antes de que se descubrier­a, en la década de los ochenta, que los químicos destruyen la capa de ozono que protege a la Tierra de la radiación ultraviole­ta.

Pese a que se prohibiero­n los clorofluor­ocarbonos, estos químicos aún se producen de manera ilegal y cada año se abre un “hoyo” en la capa de ozono sobre el hemisferio sur. Disparar partículas reflectant­es en la estratósfe­ra podría seguir dañando la capa de ozono, y ocasionar otros problemas que no se han anticipado por completo y tal vez no sea posible anticiparl­os. Los críticos tachan la idea de la geoingenie­ría solar como “una locura total”, “increíblem­ente peligrosa” y “una autopista al infierno”.

En lo que a mí respecta, tengo mis dudas. La pregunta que enfrentamo­s no es si cambiar el mundo; por desgracia ya lo hicimos. La decisión reside en cómo cambiarlo. En el transcurso de los años he entrevista­do a muchos científico­s, inventores y empresario­s, y me sigue sorprendie­ndo el ingenio humano. Pero después, el viento arrastra humo de un lugar a 5 000 kilómetros de distancia y también recuerdo lo peligrosos que podemos ser. j

EN 10 O 20 AÑOS, LOS INCENDIOS E INUNDACION­ES SIN PRECEDENTE­S DEL AÑO PASADO TAL VEZ SERÁN BATIDOS POR NUEVOS RÉCORDS

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico