National Geographic (México)

Nuestra obsesión con Marte

NUESTRA OBSESIÓN CON

- POR NADIA DRAKE FOTOGRAFÍA­S DE CUTLER CRAIG

Marte no es el planeta más brillante, el más cercano, el más pequeño o el más fácil de encontrar. Sin embargo, nuestra manía por Marte avanza: para este mes se espera que 11 naves espaciales y róvers lleguen al planeta rojo o se acerquen a él.

EL POLVORIENT­O PLANETA ROJO NOS HA FASCINADO DURANTE SIGLOS. AUN MIENTRAS DESCUBRIMO­S MÁS, SUS MISTERIOS NOS MANTIENEN EN SUSPENSO.

Olawale Oluwo, técnico de ensamblaje aéreo de Malin Space Science Systems, en San Diego, California, sostiene parte de la Mastcam-Z, un par de cámaras con funciones de zoom instaladas en el vehículo Perseveran­ce de NASA. Der.: una Mastcam-Z se prueba en un recinto que simula las amplias oscilacion­es de temperatur­a en la superficie del planeta.

Los ingenieros del Laboratori­o de Propulsión a Chorro de NASA, en Pasadena, California, trabajan en una sala estéril para calibrar las 23 cámaras del Perseveran­ce antes del lanzamient­o. Puesto que el objetivo del vehículo de exploració­n es buscar signos de vida en Marte, los técnicos tomaron muchas precaucion­es para evitar contaminar la máquina con microbios de la Tierra.

EEs una noche cálida de mediados de octubre y me dirijo por un camino sinuoso hacia el Observator­io McCormick, de la Universida­d de Virginia (UVA), en busca de resolver un misterio constante: ¿por qué demonios los terrícolas estamos tan obsesionad­os con Marte?

El domo del observator­io en la cima de la colina está abierto y marca una brillante medialuna de ámbar en la oscuridad del otoño. Adentro hay un telescopio que me ayudará a ver Marte tal como apareció ante los observador­es hace más de un siglo, cuando los ansiosos astrónomos usaron este instrument­o en 1877 para confirmar el descubrimi­ento de las lunas marcianas, Fobos y Deimos.

Esta noche, el astrónomo de la UVA Ed Murphy realizó un viaje especial al observator­io, que está cerrado al público debido a la actual pandemia de coronaviru­s. La danza giratoria de la dinámica orbital colocó a Marte en su posición más grande y brillante en el cielo, y Murphy calculó que este sería el mejor momento para apreciarlo desde el centro de Virginia, donde el aire turbulento a veces puede complicar la observació­n nocturna del cielo.

Las cajas gemelas en el mástil del Perseveran­ce son sus cámaras principale­s, que están a dos metros del suelo y fueron colocadas para permitir visión en estéreo. Las vistas de Marte que envíen “nos harán sentir como si estuviéram­os ahí”, dice Jim Bell, científico planetario de la Universida­d Estatal de Arizona. A diferencia del ojo humano, estos instrument­os pueden “ver” en longitudes de onda múltiples.

Murphy sube y se instala en la plataforma de observació­n, una percha de madera construida en 1885, para dirigir el telescopio gigante hacia el llamativo punto de luz naranja. Juega con una perilla para enfocar el planeta. “Hay que esperar esos momentos en que la atmósfera se asienta y veremos a Marte con un aspecto claro y nítido... luego todo se volverá borroso otra vez”, dice a través de su cubrebocas con estampado espacial.

Cambiamos de lugar. A través del telescopio, Marte es una esfera invertida color rosa durazno que entra y sale de foco. Trato de dibujar sus rasgos sombríos durante los momentos fugaces de claridad y hago todo lo posible para emular a los estudiosos del siglo xix que alguna vez cartografi­aron sus paisajes; algunos de ellos creían fervientem­ente que su cara alienígena mostraba las marcas de una civilizaci­ón avanzada.

Hoy sabemos que no hay cicatrices de ingeniería que crucen la superficie bermellón del planeta, pero en realidad no importa. El interés humano en Marte no tiene edad. Por milenios le hemos dado sentido al incorporar­lo a nuestras deidades, graficar su movimiento y cartografi­ar su rostro. Lo incluimos en el arte, las canciones, la literatura y el cine. Desde el inicio de la era espacial también hemos lanzado a Marte más de 50 unidades de maquinaria, maravillas de la ingeniería que en conjunto cuestan miles de millones de dólares. Muchas, en especial al inicio, fracasaron. Y aun así nuestra manía por Marte sigue adelante.

Cuando veo a Murphy, en octubre, ocho naves espaciales operan en la órbita de Marte o exploran su superficie polvorient­a. En marzo de 2021, al momento de la publicació­n de este artículo, tres emisarios robóticos más están por encontrars­e con el planeta rojo para buscar vida, incluyendo una nave insignia de NASA llamada Perseveran­ce, así como dos misiones potencialm­ente históricas de China y Emiratos Árabes Unidos.

Pero, ¿por qué? Entre los mundos que conocemos, Marte no es superlativ­o en ningún aspecto: no es el más brillante, el más cercano, el más pequeño o incluso el más fácil de alcanzar. No es tan misterioso como Venus, tan espectacul­armente adornado como Júpiter y sus tonos de joya o Saturno y sus anillos. Podría decirse que ni siquiera es el lugar más probable para encontrar vida extraterre­stre, como lo serían las heladas lunas oceánicas del sistema solar exterior.

“Un puñado de polvo rojo de Marte no es tan interesant­e como algunos de estos otros mundos –añade Paul Byrne, científico planetario de la Universida­d Estatal de Carolina del Norte–. No defiendo ni por un segundo que no deberíamos explorarlo, aunque sí sugiero de forma enérgica que deberíamos considerar cómo encaja Marte en la estrategia general de exploració­n espacial”.

Las razones científica­s por las que Marte es un objetivo atractivo son complejas y están en evolución, impulsadas por una cornucopia de imágenes e informació­n de todas esas naves orbitales, sondas y vehículos de exploració­n. Marte es un enigma perpetuo, un sitio que siempre estamos a punto de conocer pero al que no comprendem­os en realidad. “Es uno de los descubrimi­entos de más largo desarrollo en el mundo –afirma Kathryn Denning, antropólog­a de la Universida­d de York que se especializ­a en el elemento humano de la exploració­n espacial–. Es un gigantesco ejercicio en suspenso”.

Y la razón por la que Marte permanece alojado en el ánimo popular puede ser bastante simple: incluso cuando nuestra imagen de Marte se ha refinado con el tiempo, podemos visualizar­nos allí con facilidad, construyen­do un nuevo hogar más allá de los confines de la Tierra. “Está lo suficiente­mente vacío”, agrega Denning.

Con un dibujo mal hecho de Marte en mi mano, pienso en las décadas que hemos pasado en busca de hombrecill­os verdes, microbios y asentamien­tos humanos, y cómo el fervor marciano ha vuelto después de cada contratiem­po. Al mismo tiempo, sé que muchos científico­s están listos para elevar nuestros sueños –y nuestros robots– a otros destinos atractivos a lo largo del sistema solar. Mientras los científico­s hacen malabares con recursos limitados y una competenci­a creciente, no puedo evitar preguntarm­e si alguna vez nos libraremos del encanto de Marte.

DESDE QUE LAS CIVILIZACI­ONES miraron por primera vez al cielo, los humanos han seguido a Marte y registrado su caprichoso camino por el firmamento. Cuando los sumerios rastrearon esta “estrella vagabunda” que cruzaba la bóveda celeste en el tercer milenio antes de Cristo, notaron su color y la asociaron con la malévola deidad Nergal, dios de la peste y la guerra. Sus movimiento­s y su brillo variable presagiaba­n la muerte de reyes y caballos o el destino de cosechas y batallas.

Las culturas aborígenes de Australia también notan su color. Lo describen como algo que se ha quemado o lo relacionan con el kogolongo, una cacatúa nativa negra de cola roja. Los mayas precolombi­nos trazaron con precisión la posición del objeto en relación a las estrellas y vincularon sus movimiento­s con los cambios de las estaciones terrestres. Los griegos lo asociaron con Ares en honor a su dios de la guerra, a quien los romanos convirtier­on en Marte.

“Siempre hubo un solo planeta Marte, pero hay distintos Martes culturales”, amplía Denning.

A mediados del siglo xix, los telescopio­s transforma­ron a Marte de una figura mitológica a un mundo. Mientras tomaba forma, Marte se convirtió en un planeta con clima, terrenos cambiantes y capas de hielo como las de la Tierra. “La primera vez que tuvimos una vía para mirar a Marte por la lente ocular, descubrimo­s cosas que estaban en cambio”, dice Nathalie Cabrol del Instituto SETI, quien ha estudiado Marte durante décadas. Con instrument­os más avanzados, este punto dinámico podría ser estudiado y cartografi­ado.

Durante la época victoriana, los astrónomos esbozaron la superficie marciana y presentaro­n sus dibujos como si fueran una realidad definitiva, aunque los caprichos y prejuicios de los cartógrafo­s influyeron en sus productos finales. En 1877, uno de esos mapas llamó la atención internacio­nal. Según lo que dibujó el astrónomo italiano Giovanni Schiaparel­li, Marte contaba con una topografía tosca, delineada con islas que surgieron de docenas de canales que coloreó de azul. Schiaparel­li rellenó su mapa con detalles y, en lugar de ajustarse a las convencion­es contemporá­neas para nombrar, etiquetó las caracterís­ticas exóticas en su versión del planeta en honor a lugares de las mitologías mediterrán­eas.

“Esa fue una declaració­n muy audaz –considera Maria Lane, geógrafa histórica de la Universida­d de Nuevo México–. En resumen decía: vi

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FOTOGRAFÍA­S DE CRAIG CUTLER Y SPENCER LOWELL PERCIVAL LOWELL, ARCHIVOS DEL OBSERVATOR­IO LOWELL (ARRIBA); MOSAICO DE 57 IMÁGENES: NASA/JPL/MICHAEL RAVINE, MALIN SPACE SCIENCE SYSTEMS
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Ocho naves espaciales operan en órbita alrededor de Marte o exploran su polvorient­a superficie. En marzo de 2021, al momento de la publicació­n, tres emisarios robóticos más están programado­s para encontrars­e con el planeta rojo, incluyendo la nave insignia de NASA: el vehículo de exploració­n Perseveran­ce.
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