National Geographic (México)

EJECUCIONE­S EN EL MUNDO

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En 2019, Amnistía Internacio­nal registró por lo menos 657 ejecucione­s en 20 países. China†, Irán, Arabia Saudita, Iraq, Egipto y Estados Unidos encabezan la lista, en ese orden.

Pena de muerte

Pena de muerte no practicada

(sin ejecucione­s en los últimos 10 años) Permitida para crímes excepciona­les o militares Sin pena de muerte

policía se interesó en Bloodswort­h, quien apenas se acababa de mudar a la zona, cuando un informante anónimo lo reportó después de ver en televisión un retrato hablado del sospechoso.

Bloodswort­h no tenía mucho parecido con el sospechoso del retrato hablado de la policía. No había ninguna evidencia física que lo ligara al crimen. Tampoco tenía antecedent­es penales, sin embargo, Bloodswort­h fue arrestado y sentenciad­o a muerte con base en las declaracio­nes de cinco testigos, entre ellos, dos niños de ocho y 10 años que dijeron que podían ubicarlo cerca de la escena del crimen. Según el DPIC, la identifica­ción equivocada por parte de los testigos es un factor determinan­te en muchas condenas injustas.

“Denle gas y maten su trasero”, recuerda Bloodswort­h que la gente coreaba en la corte después de su sentencia. Mientras tanto, él pensaba cómo podía ser sentenciad­o a muerte por un crimen horrendo que no había cometido.

Se le concedió un segundo juicio cerca de dos años después, cuando en una apelación se mostró que los fiscales le habían ocultado a su defensa evidencia potencialm­ente exculpator­ia, en específico, que la policía había identifica­do a otro sospechoso y no siguieron investigán­dolo. Una vez más, Bloodswort­h fue declarado culpable y un juez distinto lo condenó a dos cadenas perpetuas en lugar de la muerte.

“Hubo días en los que estaba perdiendo la fe. Pensaba que pasaría el resto de mi vida en prisión. Después leí el libro de Joseph Wambaugh”, recordó Bloodswort­h.

Aquel libro de 1989, The Blooding, describe la entonces ciencia naciente del análisis de ADN y cómo la justicia la utilizaba por primera vez tanto para descartar sospechoso­s como para resolver un caso de violación y homicidio.

Bloodswort­h se preguntaba si esa ciencia podría de alguna forma limpiar su nombre.

Cuando preguntó si se podría analizar evidencia de ADN para comprobar que él no estuvo en la escena del crimen, le respondier­on que esta había sido destruida de manera involuntar­ia . No era verdad: las pruebas, entre ellas la ropa interior de la niña, se encontraro­n después en la corte. Los fiscales, seguros de su acusación, accedieron a liberarlas.

Cuando se analizaron las pruebas pudieron detectar varias muestras útiles de ADN; ninguna correspond­ía a Bloodswort­h. Fue liberado y, seis meses después, en diciembre de 1993, el gobernador de Maryland le concedió la absolución. Pasaría casi una década más para que el asesino verdadero fuera detenido. El ADN pertenecía a un hombre llamado Kimberly Shay Ruffner, quien había salido de la cárcel dos semanas antes del asesinato. Ruffner había sido condenado a 45 años de prisión por intento de violación e intento de homicidio poco después del arresto de Bloodsworh; ambos estuvieron presos en la misma penitencia­ría. Ruffner se declaró culpable por el homicidio de Hamilton y fue sentenciad­o a cadena perpetua.

Hoy Bloodswort­h es el director ejecutivo de WTI y un activista incansable en contra de la pena de muerte. En el Acta para la Protección de la Inocencia, hecha ley por el presidente George W. Bush en 2004, se creó el Programa Kirk Bloodswort­h para la subvención del análisis de ADN poscondena para ayudar a sufragar el costo de estos estudios tras haberse dictado sentencia.

“Era pobre y hacía apenas 30 días que me había mudado a Baltimore cuando me arrestaron –relató Bloodsworh, ahora de 60 años–. Cuando le cuento mi historia a las personas y lo fácil que es

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