National Geographic (México)

Una historia aromática

GENERACION­ES DE ARTESANOS INDIOS SE HAN CONVERTIDO EN ALQUIMISTA­S DEL AROMA EN BUSCA DEL “ORO LÍQUIDO”.

- POR RACHNA SACHASINH

En la “capital del perfume de India”, una alquimia antigua destila pétalos en fragancias.

ANTES DE QUE SALGA EL SOL, Tegh Singh llega a su vivero frente al Ganges, rodea sus rosales, deshoja las flores en su punto aromático y echa los pétalos en un costal de yute. Para cuando salen los primeros rayos de sol, Singh, de 35 años, ya va sobre su motociclet­a para transporta­r su cosecha a la ciudad de Kannauj, conocida como “la capital del perfume” en India.

Hace más de 400 años que en Kannauj se elaboran perfumes botánicos a base de aceite llamados attar, con métodos de destilació­n certificad­os por el tiempo. En la antigüedad, la realeza mogola y los ciudadanos valoraban estas fragancias. Hoy el attar ha cautivado a una nueva generación por sus aromas sensuales.

A diferencia de los perfumes modernos cuyo medio es el alcohol –porque es económico, neutro y se dispersa con facilidad–, los attar contienen por tradición aceite de sándalo, lo que les brinda untuosidad y máxima absorción. A veces, el aroma de una gota permanece en la piel hasta por varios días. Los attar son igual de favorecedo­res para hombres y mujeres por igual, debido a sus intensas notas florales, amaderadas, ahumadas, herbales o de almizcle. En temporada de frío, los attar son cálidos, con esencias de clavo, cardamomo y azafrán. En las temporadas cálidas producen fragancias más frescas como jazmín, vetiver o caléndula.

En Kannauj también se produce el enigmático mitti attar, que evoca el aroma de la tierra húmeda debido al barro aluvial horneado en la destilació­n. El shamama es otro invento codiciado; es una mezcla destilada de 40 flores (o más), hierbas y resinas cuya elaboració­n requiere días y su maduración, meses. Algunas casas perfumista­s europeas emplean estos attar –rosa, vetiver, jazmín y otros– como capa; son un atractivo acorde en la composició­n de la perfumería moderna.

En las calles estrechas del bazar Bara, el mercado principal, las tiendas están abarrotada­s con botellas de cristal que contienen attar, ruh o aceites esenciales; cada uno huele mejor que el anterior. Los hombres se sientan en tapetes acolchados con las piernas cruzadas, huelen frasquitos y se frotan gigantesco­s cotonetes perfumados detrás de las orejas. El attar sazh o perfumista preside este comercio ancestral; conjura y atrae con el aura de un alquimista imperial.

“Los mejores perfumista­s del mundo han recorrido estos callejones estrechos, entre lodo y estiércol de vaca, para conseguir attar de Kannauj. Es único”, asegura Pranjal Kapoor, socio de quinta generación de M.L. Ramnarain Perfumers, una de las destilería­s tradiciona­les aún en operación.

Tegh Singh llega y descarga sus flores en la bodega de Kapoor, un patio abierto que sirve de destilería. Ram Singh, el maestro de attar en la localidad, vacía los pétalos en un alambique de cobre y lo cubre con agua. Antes de colocar la tapa, lo llena hasta el borde con una mezcla de barro y algodón que se endurece y sirve como sellador. Cuando el potaje floral rompe a hervir, el vapor viaja del alambique a través de una caña de bambú hasta una olla de cobre con aceite de sándalo, que absorbe el vapor saturado de las rosas.

En este proceso de cinco o seis horas, las rosas de Tegh Singh se convierten en attar. Ram Singh va del alambique a la olla, verifica la temperatur­a del agua y escucha el silbido del vapor para intuir si ponerle más leña al fuego. “Aprendí cuando era niño”, cuenta el artesano, ahora de 50 años.

Para lograr la potencia deseada, el proceso se repite con pétalos nuevos al día siguiente. Luego, el attar se deja madurar varios meses en una botella de piel de camello que absorbe la humedad. Una vez terminado, se compara con el oro líquido; un kilo puede venderse en 3000 dólares. Hoy día, buena parte del attar de Kannauj termina en Oriente Medio y entre las comunidade­s musulmanas de India.

El mercado Chandni Chowk, en la Vieja Delhi, se remonta al siglo XVII, cuando el emperador mogol Shah Jahan ordenó su construcci­ón. Gulab Singh Johrimal es una institució­n ancestral que hoy ofrece fragancias aquí. Casi siempre está llena de musulmanes en busca de attar para perfumarse antes de los rezos de los viernes o de festivales como el Eid. Pero los mercados locales no son suficiente­s para sustentar las destilería­s de Kannauj, y muchas han tenido que cerrar o producir copias de perfumes occidental­es.

No obstante, Kapoor es optimista. Dedica mucho tiempo a cortejar casas perfumista­s internacio­nales para promover las tradicione­s del attar y el terroir de los extractos naturales de Kannauj. “Los gustos occidental­es se inclinan a Oriente. Lo común es que [Occidente] prefiera notas ligeras, cítricas, pero en estos días las grandes casas como Dior, Hermès y por supuesto las de Oriente Medio prefieren los aromas lujosos, como la rosa y la shamama”.

Quizá la embajadora global más prominente del attar sea Jahnvi Lakhota Nandan, quien nació en Lucknow, una ciudad con una industria perfumera próspera. Se preparó como maestra perfumista en Europa durante siete años y después fundó The Perfume Library en Goa y París. Las destilacio­nes de Nandan contienen poesía, excentrici­dad y ciencia en la misma medida. Cada año crea uno o dos aromas nuevos, y el attar es fundamenta­l en su repertorio.

“El attar le habla al alma. Tanto humo y fuego en un espacio pequeño puede parecer apocalípti­co, pero también es auténtico y hermoso. Es imposible recrearlo en un laboratori­o europeo”, afirma Nandan. j

Rachna Sachasinh vive entre Tailandia y Laos, y escribe sobre cultura y viajes por Asia. Los fotógrafos Tuul y Bruno Morandi viven en París y recorren el mundo para fotografia­r sus proyectos.

EL ATTAR SAZH O PERFUMISTA PRESIDE ESTE COMERCIO ANCESTRAL; CONJURA Y ATRAE CON EL AURA DE UN ALQUIMISTA IMPERIAL.

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attar. M.L. Ramnarain Perfumers, en Kannauj, India, emplea rosas frescas para elaborar aromas botánicos tradiciona­les denominado­s

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