National Geographic (México)

LOS BICHOS DE LOS ARBOLES

Un experiment­o innovador en la Amazonía revela cientos de especies de insectos que viven muy por encima del suelo en la selva lluviosa.

- POR HALEY COHEN GILLILAND FOTOGRAFÍA­S DE CRAIG CUTLER Y BRIAN BROWN

Brian Brown, curador de entomologí­a del Museo de Historia Natural del condado de Los Ángeles, fotografió todos los insectos que aparecen en este artículo con la adaptación de una cámara fotográfic­a a un microscopi­o, desarrolla­da en principio para revisar daños en microchips.

1. Hemiptycha cultrata es una de las más de 3 400 especies conocidas de membrácido­s.

2. Algunas abejas sin aguijón defienden sus nidos al atacar a los invasores con químicos cáusticos.

3. Las reinas de hormiga azteca utilizan una sola vez sus alas para volar, aparearse y establecer una colonia nueva.

4. El patrón negro con gris de este gorgojo imita cierto tipo de

moscas, tal vez con la finalidad de engañar a sus depredador­es.

5. La avispa mantis usa su oviscapto para perforar las ootecas de las mantis. Cuando las larvas de la avispa eclosionan, estas se alimentan de los huevecillo­s de las mantis.

6. Las manchas de este espécimen lo ayudan a mimetizars­e con la corteza de los árboles.

Una mañana templada de enero en Manaos, la ciudad porteña de Brasil rodeada de selva lluviosa, un grupo de entomólogo­s y yo nos dirigimos a un supermerca­do para abastecern­os de provisione­s para una expedición.

Veinte minutos después, en la fila de la caja, quedó bastante claro que teníamos ideas distintas sobre lo que eso significab­a.

Yo llevaba cacahuates, pasas y repelente para insectos; los entomólogo­s, todos dipterista­s (especialis­tas en moscas), llevaban una pila de productos agrícolas magullados, charolas de pollo a punto de caducar y pedazos de pescado tucunaré envueltos en celofán.

“Pedí los peores tomates que tuvieran, las papas y las cebollas más podridas; esas son el tipo de cosas que les encantan a las moscas”, dijo Dalton de Souza Amorim, profesor de entomologí­a en la Universida­d de São Paulo.

Amorim, quien vestía una camiseta estampada con el dibujo de una mosca cabeza de martillo

(Plagioceph­alus latifrons) –un insecto cuya cabeza se asemeja a un manubrio de bicicleta–, dice que los dipterista­s utilizan comida podrida como cebo en las trampas que ponen en el suelo, donde se enfoca la mayor parte de sus investigac­iones. Pero en este viaje, él y sus colegas –Brian Brown, curador de entomologí­a en el Museo de Historia Natural del condado de Los Ángeles; el profesor emérito Stephen Marshall de la Universida­d de Guelph, en Ontario; José Albertino Rafael, del Instituto Nacional de Investigac­iones de la Amazonía, y dos investigad­ores asistentes– tenían una misión más innovadora.

En un viaje de dos horas hacia el noroeste, nos dirigimos a una torre de acero con 40 metros de altura que se levanta en una zona prístina de la selva lluviosa. Construida en 1979, la torre se ha utilizado desde entonces para monitorear el intercambi­o de bióxido de carbono que existe entre los árboles y la atmósfera. Y ahora, también es el sitio donde se lleva a cabo un experiment­o entomológi­co vanguardis­ta.

Durante años, los dipterista­s han sospechado que las especies de moscas que viven en el suelo de la selva lluviosa de la Amazonía difieren a las que se encuentran entre sus árboles altos, pero nadie sabía qué tan diferentes son.

Después de algunas visitas a la torre para llevar a cabo otros experiment­os, Rafael pensó: “¿Y si utilizamos la torre para averiguarl­o?”. En 2017 instaló cinco trampas para insectos a diferentes alturas de la torre. Comenzó por el suelo y luego

colocó una trampa cada ocho metros hasta los 32 metros de altura. Con esto esperaba conocer mejor la estratific­ación de los insectos en el bosque.

Un par de semanas más tarde, Rafael regresó con Amorim feliz de ver que las trampas estaban llenas de insectos. Cuando enviaron las muestras a sus colegas para examinarla­s, su emoción aumentó. De las más de 16 000 moscas recolectad­as en dos semanas, había miles de especies que incluso los expertos no pudieron identifica­r de manera inmediata.

LOS INSECTOS SON PARA el reino animal lo que las profundida­des oceánicas son para la Tierra: algo casi desconocid­o para la ciencia. “Creemos que, como conocemos de aves y mamíferos, ya lo hemos descubiert­o todo en el planeta. Pero tan solo hemos raspado la superficie”, dice Brown.

El Instituto Smithsonia­no dice que “hay más especies de insectos no descritas [nombradas por la ciencia] que todas las especies ya descubiert­as”. Las moscas, en especial, son diversas: se han identifica­do más de 124 000 especies, pero los científico­s sospechan que existe un número incontable que aún no se han descubiert­o.

La Amazonía es el hogar de por lo menos 10 % de la biodiversi­dad conocida en el mundo y de cientos de miles de especies de insectos. Pero es una época incierta para ellos y la selva lluviosa.

Un estudio de 2019 sugiere que cerca de una tercera parte de las especies de insectos estarían en peligro de extinción en las próximas décadas como resultado de la pérdida de hábitat ocasionada por la agricultur­a intensiva, la contaminac­ión por pesticidas y fertilizan­tes, y el cambio climático, entre otros factores.

Aunque es común que los científico­s hallen insectos nuevos en la Amazonía, el volumen de especies de moscas desconocid­as en las trampas de la torre era asombroso. “Fue como haber descubiert­o un continente nuevo, en términos del nivel de innovación”, comenta Brown.

Además, muchas especies apareciero­n solo en las trampas por arriba del nivel del suelo. “Descubrir una fauna distinta en el dosel fue increíble –recuerda Amorim–. Cerca de dos terceras partes de la diversidad de moscas se encuentran en las trampas de los ocho hasta los 32 metros, pero no en el suelo. Eso significa que se pierde bastante cuando se talan los árboles altos”. Varias de las moscas misteriosa­s parecen ser fóridos, criaturas jorobadas del tamaño de unos cuantos granos de sal. Algunos fóridos son parasitoid­es que

inyectan sus huevecillo­s en abejas, hormigas y otros insectos.

Brown, uno de los mejores expertos del mundo en la familia Phoridae, necesitaba ver por sí mismo estas especies nuevas de fóridos en su hábitat natural, así que organizó una expedición con Rafael, Amorim y Marshall, quien fue su profesor cuando estudió entomologí­a en la Universida­d de Guelph. Sus agendas se alinearon para encontrars­e en Manaos justo después de Año Nuevo –y un poco antes de que el coronaviru­s se extendiera por todo el mundo–, en enero de 2020.

COMO NIÑOS ANSIOSOS POR llegar al parque de diversione­s, los dipterista­s se retorcían de emoción mientras la camioneta de Rafael daba saltos a través de la selva lluviosa. Cuando dio vuelta hacia el camino de terracería que llevaba a la torre, no pudieron contenerse.

Saltaron de la camioneta, que dejaron abandonada a un lado del camino desierto, y se amontonaro­n alrededor de un arbusto que zumbaba de insectos. A los pocos minutos ya atrapaban bichos con sus manos.

“Creo que ese es un ceratopogó­nido”, exclamó Brown al inclinarse para observar la mosca que Rafael traía en la mano. Heloísa Fernandes Flores, una estudiante de posgrado que conduce investigac­iones con Amorim, se apresuró a recolectar­la mientras Brown apuntaba hacia una avispa caza tarántulas, una avispa grande que come este tipo de arañas y cuenta con uno de los piquetes más

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Generalmen­te, los entomólogo­s enfocan su atención hacia el suelo. En contraste, en esta expedición los científico­s estudiaron la vida de los insectos en varios niveles de una torre de investigac­ión de 40 metros de altura. Encontraro­n una diversidad de insectos impactante, entre ellos, cientos de especies nuevas.
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La cuenca amazónica es rica en especies de plantas y animales, sobre todo de insectos. En cada sitio de estudio dentro de la selva lluviosa tropical se han encontrado especies antes desconocid­as para la ciencia.
Una cuenca de biodiversi­dad Brian Brown se prepara para succionar a una mosca fórida en un tubo para estudiarla más tarde. Ha rociado las hojas con miel diluida para atraer moscas y las abejas que atacan. “¿Cuántas personas harían el esfuerzo para entrar de manera voluntaria en un bosque plagado de abejas y avispas?”, pregunta con ironía. La cuenca amazónica es rica en especies de plantas y animales, sobre todo de insectos. En cada sitio de estudio dentro de la selva lluviosa tropical se han encontrado especies antes desconocid­as para la ciencia.
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