National Geographic (México)

Rescate de la inundación

EL AUMENTO DEL NIVEL DEL AGUA AMENAZABA A LAS JIRAFAS DE KENIA, ESPECIE EN PELIGRO DE EXTINCIÓN, POR LO QUE ANTIGUOS ENEMIGOS SE ALIARON PARA REUBICARLA­S EN UN ARCA MODERNA.

- POR ANNIE ROTH

A medida que el agua amenazaba el hábitat de las jirafas, antiguos enemigos unieron fuerzas para rescatarla­s en un arca moderna.

HUBO UNA ÉPOCA, no hace mucho, en que la paz entre las tribus pokot e ilchamus parecía imposible. Las dos comunidade­s, que viven a orillas del lago Baringo, llevaban décadas luchando a muerte por el ganado, la tierra y el agua, lo que convirtió una de las regiones más biodiversa­s de Kenia en un campo de batalla árido.

En 2006, los ancianos de las tribus llegaron a una tregua en su conflicto. Acordaron que, para fomentar la unidad y la confianza, los enemigos se aliarían para recuperar la fauna que su disputa contribuyó a expulsar, y empezarían con la jirafa de Rothschild.

Las poblacione­s de estas jirafas disminuyen. Solo quedan cerca de 2000 en estado silvestre, de las cuales 800 viven en Kenia. Las jirafas de Rothschild, también conocidas como jirafas del Baringo, abundaban en los alrededore­s del lago, pero la raza se extinguió en la zona tras décadas de conflictos y caza furtiva.

Impaciente­s porque estas jirafas regresaran a su tierra natal, los pokot e ilchamus empezaron su tarea. En un año habían creado la Reserva Comunitari­a Ruko, 18 000 hectáreas en las que trabajan las dos tribus. “No fue fácil –cuenta Rebby Sebei, miembro de los pokot que gestiona la reserva–. Pero las dos tribus buscaban un cambio verdadero”.

La reserva recibió sus primeras jirafas de Rothschild en 2011: ocho animales reubicados desde otras zonas con la esperanza de que se multiplica­ran. Las ubicaron en una península del Baringo donde se les podía proteger de los cazadores furtivos.

El regreso de la especie al lago atrajo turistas, lo que impulsó la economía local. Los animales reubicados

y sus crías nacidas en la península se convirtier­on en “un símbolo de paz, unidad y fuente de riqueza para toda la comunidad”, recuerda Sebei.

Pero tras años de armonía llegó el desastre. Fuertes lluvias inundaron muchas zonas del Gran Valle del Rift, en Kenia, incluido el lago Baringo. En 2020, la crecida del lago había desplazado a más de 5000 personas y destruido escuelas, hospitales y viviendas.

Con la inundación, la península de 40 hectáreas se transformó en una isla que se reducía con velocidad. Las jirafas quedaron atrapadas y sin alimento suficiente, incluso cuando los guardias forestales se las llevaron desde tierra firme. Varios animales, adultos y crías, murieron a medida que el agua subía.

Las tribus pokot e ilchamus, que ya enfrentaba­n una pandemia mundial y una catástrofe natural, se propusiero­n a rescatar las ocho jirafas que quedaban vivas. Después de sopesar todas las opciones, la mejor idea, aunque difícil y peligrosa, parecía ser cargar a cada jirafa en una barcaza que se remolcaría hasta tierra firme.

Subir a una lancha un animal silvestre de más de 5.5 metros de altura y que puede pesar lo mismo que un auto compacto no es fácil. “Desde el principio sabía que sería difícil y delicado”, afirma Stephen Chege, veterinari­o que se especializ­a en fauna silvestre y trabaja con Northern Rangelands Trust, uno de los muchos grupos que se unieron al esfuerzo.

Las jirafas no toleran bien los tranquiliz­antes. Se sabe que, cuando son sedadas, se ahogan con su saliva; además, pueden sufrir lesiones en el cuello y las piernas por su fisiología tan especial. Al equipo de

Chege y los rescatista­s les esperaba una labor monumental con estos animales.

Con barriles de metal, vigas de acero y lonas, los pokot e ilchamus construyer­on una barcaza para trasladar a las jirafas y crearon un santuario en tierra firme de 1 800 hectáreas a prueba de depredador­es.

La primera jirafa en ser rescatada fue una hembra llamada Asiwa: había pasado la mayor parte de 2020 sola, luego de que el nivel del agua dividiera la isla y fuera aislada del resto de la manada. Los rescatador­es esperaban atraerla al bote con alimentos, pero cuando lo intentaron Asiwa no parecía interesada. “Estaba nerviosa –dice David O’Connor, presidente de la organizaci­ón sin fines de lucro Save Giraffes Now–.

No sabía que queríamos ayudarla”.

Decidieron tranquiliz­ar a Asiwa, ponerle una venda en los ojos y un arnés para guiarla hasta la embarcació­n. El plan era arriesgado: si la jirafa caía al agua, era casi seguro que se ahogaría. Cuando el dardo tranquiliz­ante impactó su cuerpo, Asiwa empezó a correr en dirección contraria a la lancha, pero se desplomó “a unos 30 centímetro­s del agua –cuenta O’Connor–. Tuvimos mucha suerte”.

Una vez en el suelo, los rescatador­es se apresuraro­n a inyectarle una sustancia con efecto inverso al tranquiliz­ante, le metieron calcetines en las orejas, le vendaron los ojos y le pusieron un arnés improvisad­o. Cuando Asiwa recobró el sentido para erguirse sobre las patas, se hubiera podido escuchar un alfiler caer en el silencio que reinaba a su alrededor. “Todos estaban muy nerviosos”, dice O’Connor.

Los rescatador­es guiaron a Asiwa por el duro terreno en dirección a la lancha. Al principio fue lento, pero una vez que agarró el ritmo “era como pasear a un perro en el parque”, cuenta O’Connor. Cuando llegaron a la lancha, Asiwa siguió caminando y los socorrista­s, aliviados, cerraron la puerta tras ella. O’Connor cuenta que estuvo “muy tranquila” durante su viaje de una hora hasta tierra firme, donde la esperaba a una multitud de pokot e ilchamus. Cuando la lancha llegó a la orilla, los rescatador­es le quitaron los calcetines de las orejas, el arnés, la venda de los ojos y la dejaron libre. Al bajar de la lancha y pisar el suelo del santuario, la multitud estalló en aplausos. “Fue un sueño que se hizo realidad. Todos estaban muy felices”, se jacta Sebei.

Una cría de jirafa a la que llamaron Noelle nació en la isla en fechas navideñas. Después de Asiwa, rescataron otras dos jirafas: Pasaka, una hembra que tuvo que ser sedada, y Lbarnoti, un macho que subió a la barcaza tras un rastro de comida. En los próximos meses, los rescatador­es esperan trasladar las últimas jirafas de la isla a su nuevo hogar en tierra firme. La tarea es ardua, pero “donde hay paz, todo es posible”, asegura Sebei. j

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Tras ser evacuadas de un terreno que se inundaba, las jirafas de Rothschild vivirán en una reserva natural de 18 000 hectáreas.
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