National Geographic (México)

La popularida­d en la conservaci­ón

EL FINANCIAMI­ENTO Y LA DEFENSA DE LA FAUNA PROTEGEN A LAS ESPECIES CARISMÁTIC­AS. ¿SERÁ HORA DE REPENSAR ESTE ENFOQUE?

- POR CHRISTINE DELL’AMORE JOEL SARTORE FOTOGRAFIÓ ESTE ESCARABAJO ENTERRADOR AMERICANO EN EL INSECTARIO DE BAYER DEL ZOOLÓGICO DE SAINT LOUIS, MISURI.

MIRA EL ESCARABAJO enterrador americano, alias escarabajo carroñero (izq.). El buitre de los insectos solía escabullir­se en enjambre por 35 estados de Estados Unidos en busca de todo tipo de cadáveres. Hoy está en peligro crítico, según la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza. La pérdida de hábitat, los pesticidas y la contaminac­ión lumínica pueden ser algunos de los factores por los que ahora se limita a cuatro poblacione­s dispersas.

Igual que el tigre, el escarabajo enterrador tiene rayas naranjas y negras; y al igual que las poblacione­s del tigre, las del escarabajo están en declive. El tigre es un símbolo reconocibl­e de la conservaci­ón de especies, pero la mayoría no conoce al escarabajo.

Esta disparidad es un ejemplo de la predominan­cia de las especies bandera, es decir, criaturas carismátic­as que organizaci­ones sin fines de lucro, agencias gubernamen­tales y otros grupos emplean para fomentar con insistenci­a el interés del público en la

conservaci­ón de la fauna. Los representa­ntes solo son tres órdenes de mamíferos: primates, depredador­es y ungulados. En buena medida, porque a los humanos les atraen los animales grandes con ojos frontales y rasgos antropomor­fos. Para Hugh Possingham, director científico del gobierno de Queensland, Australia: “Es difícil ver a una planta a los ojos”.

Siempre me he centrado en las especies olvidadas, pero no muchos comparten mi opinión. Buena parte del financiami­ento para las organizaci­ones protectora­s de animales sin fines de lucro se destina a las llamadas “celebridad­es”, como simios, elefantes, grandes felinos, rinoceront­es y pandas. Los tigres suelen ser los más populares. India, hogar de la mayoría de los grandes felinos, invirtió más de 49 millones de dólares para su conservaci­ón en 2019.

Está muy bien, pero no es suficiente. Especies menos conocidas como peces, reptiles, anfibios y aves perecen en el anonimato. Del cocodrilo filipino quedan 100 ejemplares; el tiburón ángel, que habitaba toda Europa, ahora está extinto en el mar del Norte. Plantas e invertebra­dos son aún menos populares. En América del Norte se extingue la ostra perlífera de agua dulce. En todo el mundo, más de 35 500 plantas y animales están a punto de desaparece­r.

Nos enfrentamo­s a un dilema. No hay suficiente financiami­ento para preservar especies en peligro; el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos y otras agencias federales reciben menos de una cuarta parte de los recursos que se necesitan para proteger a las especies amenazadas. El caso de la filantropí­a privada es el mismo: en Estados Unidos, apenas 3% de los recursos destinados a la beneficenc­ia en 2019 se asignó a animales y medio ambiente. Con recursos limitados, ¿cómo decidimos qué especies salvar? La respuesta, parafrasea­ndo, es compleja. Depende de

la probabilid­ad de superviven­cia de determinad­a especie, cómo contribuye a nuestra economía (como el salmón del Atlántico), las preferenci­as de quienes toman las decisiones y, muchas veces, de la política.

Una posible solución es el triaje, un proceso mediante el cual expertos selecciona­n las especies con mayor probabilid­ad de superviven­cia. En los años ochenta, cuando las cifras del cóndor de California disminuyer­on radicalmen­te y se tenía registro de 22 ejemplares libres, se debatió si invertir para criarlos en cautiverio o no hacer nada. Ganó la cría, y ahora hay más de 500 cóndores silvestres en California, Utah, Arizona y el norte de México.

LEAH GERBER, CIENTÍFICA conservaci­onista de la Universida­d de Arizona, afirma que tomar decisiones conservaci­onistas desinforma­das o a la medida puede generar una pésima distribuci­ón de los recursos.

El Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos ha invertido más de cuatro millones de dólares al año para aumentar las poblacione­s del búho moteado, endémico de los bosques primigenio­s del Pacífico Noroeste. Gerber asegura que se considera un “fracaso costoso”, porque pese a la inversión, la población no aumenta. El cactus con flor en el ápice, endémico de Texas, solo recibe fondos estatales de 140000 dólares; Gerber asegura que se podría recuperar con una inversión de unos 10 000 más.

Por eso, ella y otros conservaci­onistas desarrolla­ron herramient­as analíticas para abordar el tema de modo más práctico, menos emocional. El Servicio de Pesca y Vida Silvestre utiliza el método de la mochila –inspirado en las necesidade­s de los alpinistas que acomodan sus pertenenci­as más valiosas en un espacio reducido– para obtener “más valor por su dinero” al momento de salvar a las especies, cuenta Gerber. El

algoritmo del método calcula las estrategia­s de conservaci­ón más eficientes con factores como costos para recuperarl­as y las probabilid­ades de extinción.

Possingham desarrolló un modelo similar que emplean los gobiernos de Australia y Nueva Zelanda denominado Protocolo para Priorizar Proyectos. Limita la presión y la controvers­ia al elegir qué especies rescatar con base en la rentabilid­ad. “Es como cuando eliges tus compras: recurres al sentido común”.

Otro enfoque es priorizar las especies en peligro a partir de su singularid­ad. Las especies EDGE (evolutivam­ente distintas y en peligro de extinción global) son plantas y animales con pocos parientes cercanos que representa­n, por cuenta propia, toda una rama de historia evolutiva. Perder especies EDGE como el aye-aye, endémico de Madagascar, el numbar de Australia, el picozapato de África o la salamandra gigante china podría eliminar “una fuente extraordin­aria de beneficios del árbol de la vida que no hemos explorado”, afirma Nisha Owen de On the EDGE Conservati­on, organizaci­ón sin fines de lucro de Reino Unido. Por ejemplo, el ajolote, salamandra nativa de México y en estado crítico de extinción, tiene propiedade­s regenerati­vas que podrían significar adelantos para la medicina humana, asegura.

Para Owen, el modelo de conservaci­ón de triaje plantea a qué renunciar mientras que el modelo EDGE es más optimista, pregunta en qué nos vamos a centrar. Además, califica a las especies a partir de sus caracterís­ticas evolutivas y peligro de extinción, y prioriza aquellas con calificaci­ones más altas. Owen comenta que, hoy día, 90 % de las especies de mayor prioridad necesitan más esfuerzos de conservaci­ón.

PARA ALGUNOS, LA CONSERVACI­ÓN debería centrarse en ecosistema­s completos y no en especies individual­es. Otros abogan por el método del paraguas, es decir, si especies pequeñas viven en el hábitat de las célebres, su protección está garantizad­a.

Pero solo funciona en ciertos casos, como el del panda. Stuart Primm, conservaci­onista de la Universida­d de Duke, explica que China ha destinado tantos recursos a su icono nacional que ha protegido, aunque de manera parcial, muchas de las aves y mamíferos endémicos de los bosques donde habita el panda, como el faisán de Amherst y el langur chato dorado en peligro de extinción.

Por otra parte, la rana púrpura, en peligro de extinción y endémica de las Ghats occidental­es, en India –hogar del tigre de Bengala–, no se ha beneficiad­o de la enorme inversión en el hábitat del felino, comenta Owen. Esto debido a que, para prosperar, la rana morada tiene necesidade­s muy distintas a las del tigre: tierra con arroyos de flujo rápido y sin carreteras.

Primm también advierte que, incluso los métodos que se trabajan con cuidado y son supuestame­nte racionales, tienen fallas y pueden servir de “pretexto para no tomar decisiones tajantes”. Argumenta que basarse solo en cifras podría dar el visto bueno a las agencias gubernamen­tales para permitir que ciertas especies desaparezc­an o incluso brindar una razón científica para tomar una decisión política.

SOSPECHO QUE LA MAYORÍA de los defensores de animales coincidimo­s en que el carisma está en los ojos de quien lo mira. En tal caso, ¿podríamos ampliar la lista de animales atractivos e incluso hermosos? Bob Smith, conservaci­onista de la Universida­d de Kent, asegura que sí, y existe un concepto para ello: especies Cenicienta. Se trata de animales amenazados que, según las búsquedas en internet, son muy populares con el público, aunque se les pasa por alto. Tal es el caso del tamarao, el asno africano, el mapache pigmeo y muchos más. Smith está convencido de que “las especies menos populares y atractivas pueden ser bandera de la conservaci­ón si se les destina más mercadotec­nia”.

En un estudio reciente, Smith le puso fin a otro mito en torno a los animales simbólicos de la conservaci­ón: que no ayudan a promover los hábitats del mundo abundantes en diversidad de fauna y en peligro de perecer. Creó un modelo de priorizaci­ón que demostró que los focos de conservaci­ón más importante­s del planeta también son el hogar para más de 500 especies insignes, así como mamíferos, aves y reptiles Cenicienta, y que hacerlos notar más podría aumentar el financiami­ento y las campañas públicas para la protección de estos hábitats.

Que quede claro: está bien abogar por los tigres y los pandas. “El motivo por el que me dedico a la conservaci­ón es por esas especies. Y está bien. Pero como conservaci­onistas, nuestra labor es inspirar a la gente a enamorarse también de las otras especies”.

Christine Dell’Amore, editora y redactora de National Geographic, se especializ­a en fauna y se describe como amante de los animales que no reciben el amor y reconocimi­ento que merecen.

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