National Geographic Traveler (México)
Explorador: dinosaurio mexicano
Dos cabezas piensan como tres
S iempre me han llamado la atención las duplas creativas, esas que consiguen un resultado mayor que la mera suma de sus partes. No se trata de que cada uno sea genial, sino de una suerte de tercera identidad responsable de la creación. En las artes sobran ejemplos: los hermanos Cohen; Peter Fischli y David Weiss; Dolce & Gabbana; Herzog y De Meuron, por mencionar algunos.
Sin tener certeza, me parece que, tras pasar mucho tiempo juntos, dos personas que comparten afinidades y obsesiones comienzan a tender hilos para tejer una red que funciona como una especie de mente colmena, la cual ya no piensa como ninguno de los dos en particular. En la ciencia, esto ocurre todo el tiempo. La acumulación del conocimiento hace las veces del sustrato del que se gestan nuevas ideas (de hecho, no es inusual que dos científicos, en lugares diferentes y sin contacto entre sí, lleguen a una idea muy similar casi al mismo tiempo).
En México, una pareja de paleontólogos engarza sus mentes y logra hallazgos espectaculares. Hace dos años contacté a Rubén Guzmán para un artículo sobre dinosaurios mexicanos, para National Geographic en español. En un primer viaje de
scouting a Saltillo conocí a su colega, Héctor Rivera, encargado del departamento de paleontología en el Museo del Desierto. Se conocían de tiempo atrás. Así, tuvimos la suerte de que nos acompañaran a algunos de los sitios paleontológicos más importantes de la región: Las Águilas, donde se encontraron huellas fosilizadas de dinosaurios, y el rancho Quintanilla, en el que había trabajos de excavación.
Fue en este último, mientras sorteábamos las plantas espinosas que cubrían el terreno para tomar fotografías, donde les pedimos que posaran con sus instrumentos sobre un montículo, como si desenterraran un fósil. Así lo hicieron, pero la sesión fotográfica pronto se convirtió en otra cosa. Las piedras, al parecer, eran fósiles. Nosotros, los de afuera, dejamos de existir. Sin decir nada, tanteaban, barrían y acariciaban lo que se revelaría como un enorme fósil que requeriría maquinaria pesada para desenterrase. En ese tiempo no intercambiaron palabra, pero sus gestos parecían ensayados, casi coreografiados; sabían cuándo excavar, cuándo parar. Al final del trance, dijeron al unísono: “un ceratópsido”.
Héctor y Rubén se conocieron en noviembre de 2005, durante la X Semana Nacional de Paleontología que organizó el Museo del Desierto y el Centro INAH –Instituto Nacional de Antropología e Historia–, en Coahuila. Rubén ya había contactado al museo para solicitar informes del evento y fue Héctor Rivera quien le contestó el correo y le hizo llegar la información. Ahí tuvieron la oportunidad de conocerse y acordaron llevar a cabo trabajos en conjunto.
Ambos se integraron al proyecto “Dinosaurios de la Región Desierto de Coahuila”, que Héctor había iniciado un año antes, con una temporada de campo en el norte de este estado y la región de Altares, en Chihuahua. Su primer trabajo en colaboración fue el primer registro del dinosaurio Alamosaurus, el cual confirmó la presencia de este saurópodo –“cuello largo”– en México, en 2006.
Rubén y Héctor lograron una sinergia positiva al trabajar juntos, lo que, en palabras de Rubén, les permite llegar más lejos de lo que podrían alcanzar de manera independiente: “Héctor es prudente y reservado en cuanto a divulgar resultados o hacer predicciones, es metódico y concentrado; uno de los paleontólogos más productivos y con mayor técnica, nunca pierde de vista un objetivo. Yo, por otro lado, soy un apasionado, tomo riesgos que nos han permitido alcanzar logros; casi todos los días genero ideas que podría convertir en proyectos con una buena dosis de creatividad”.
De esta forma han realizado nuevos registros para México del dinosaurio acorazado, del grupo de los anquilosáuridos nodosáuridos, del género Edmontonia, y del crocodiliano aligatórido gigante Deinosuchus; también reportaron evidencia de la depredación de este aligatórido gigante a través de una vértebra de hadrosáurido y descubrieron un cementerio de este último. Su trabajo ha sido publicado por la Universidad de Indiana y presentado en congresos de paleontología nacionales e internacionales.
Pero quizá sea en su trabajo más reciente en el que cuajan tantos años de colaboración e investigación. En la portada de diciembre de 2016 de National Geographic en español, apareció la ilustración del “Dinosaurio X”, nombre provisional del ceratópsido coahuilense que descubrieron Héctor y Rubén. Este artículo fue resultado del primer acercamiento que tuve con Rubén, hace dos años. La investigación, sin embargo, se remontaba mucho tiempo atrás: “aunque fue un proceso largo, ha sido muy gratificante involucrarnos en casi todas las fases del trabajo, desde los hallazgos en campo hasta el reconocimiento de un organismo nuevo para la ciencia y la redacción del artículo formal”.
Hasta el cierre de esa edición faltaba una pieza más, la cereza del pastel: el nombre de este dinosaurio de una especie y un género nuevos. Hoy, con gran satisfacción, presentamos al nuevo ceratópsido: Yehuecauhceratops mudei.
Pero este logro no es el final del camino, sino un aliciente para que esta dupla creativa continúe su trabajo. Uno de los proyectos en puerta será en Bolivia: “vamos a estudiar localidades que presentan huellas de dinosaurio; se investigarán con escáner para obtener una impresión en 3D y poder interpretar cómo se formaron los megayacimientos de huellas (megatracksites)”, dice Rubén. Más allá de las huellas de dinosaurio, hay que seguir las de este par de genios de la paleontología. No cabe duda de que sorprenderán de nuevo a la ciencia.