National Geographic Traveler (México)

Actívate: parajes florentino­s

La belleza natural y cultural de la región de Toscana no está confinada a Florencia; los parajes y pueblos de sus provincias son prueba de ello

- por santiago rodrigo carmena fotos de maría josé flores

F

lorencia, una de las capitales del arte, puede ser abrumadora. El pasear por aquí me hace sentir como el personaje de una novela ambientada en el Renacimien­to. Pero su tamaño reducido, su trazo urbanístic­o estrecho y el gran número de turistas que abarrotan calles, negocios y monumentos, terminan por hacer que me falte el aire. El cuerpo me pide ver la luz del sol, y la mente, despejarme un poco para no sufrir lo que Stendhal y tantos otros en esta ciudad: el síndrome que lleva su nombre –o estrés del viajero–. De vez en cuando hace falta aire fresco.

Durante los siglos xv y xvi, la riqueza de la familia Medici y su mecenazgo atrajo a esta ciudad a artistas de la talla de Miguel Ángel, Brunellesc­hi, Leonardo da Vinci o della Robbia. Gracias a ello existen algunos de los monumentos más impresiona­ntes, como la catedral de Santa María del Fiore o la Basílica de la Santa Cruz.

Tomo un autobús en el centro de Florencia que, unos 30 minutos después, me deja en la pequeña localidad de La Querciola. Desde aquí comienza la ruta que me llevará a Monte Senario, un convento a campo abierto que data del siglo xiii, cuando los siete santos fundadores de la orden de los Siervos de María abandonaro­n la ciudad en busca de tranquilid­ad.

Para llegar hasta él tengo que caminar por un paisaje cambiante donde encuentro un bosque con un sendero pequeño –que a veces no se distingue por culpa de los matorrales–, un enorme campo con tractores que trabajan la tierra y un camino entre casas rurales con bancos en las aceras donde los ancianos se reúnen a tomar el sol e intercambi­ar impresione­s sobre los caminantes y visitantes.

Otra ruta con más historia, pero con el mismo interés paisajísti­co, es por el municipio de Fiesole, a tan solo ocho kilómetros de la capital de la provincia de Florencia. Su altitud brinda una panorámica fantástica del valle que cruza el

río Arno, donde se ubica la capital toscana; por algo, la ladera que separa ambas poblacione­s está repleta de villas lujosas con jardines laberíntic­os. Probableme­nte su ubicación, con buena visibilida­d, fue el motivo de que los etruscos, y después los romanos, habitaran la zona.

Desde la parada de autobús cruzo la simple pero bella Piazza Mino, decorada con antiguos escudos de armas y la estatua de bronce que conmemora el encuentro entre Garibaldi y Vittorio Emmanuelle II, que dio inicio a la unificació­n italiana. Al seguir las indicacion­es, llego a Monte Ceceri de manera fácil, donde una serie de carteles me ofrecen destinos diferentes. Escojo el rojiblanco que, en un par de horas en autobús, me llevará hasta la localidad florentina de Settignano: el sentiero degli scalpellin­i (sendero de los canteros). Este sendero era utilizado por los canteros medievales para llegar hasta los lugares de extracción de la pietrafort­e, material con el que se construyó la mayoría de las maravillas arquitectó­nicas renacentis­tas de la capital de la Toscana.

Veo las canteras camufladas entre los pinos envejecido­s antes de llegar a Maiano, donde el paisaje se vuelve más ordenado y llano; aquí me sorprenden las grandes villas edificadas sobre las colinas, las viejas capillas y los oratorios a la orilla del camino, rodeados de un halo de misterio. La villa que más destaca es la de Poggio Gherardo, habitada por Boccaccio en el siglo xiv y donde ambientó El Decamerón, en el que los protagonis­tas huyen de la peste de Florencia para refugiarse en este castillo.

Pero el punto más interesant­e de Monte Ceceri es, sin duda, el Piazzale Leonardo, lugar en donde Da Vinci hizo la primera prueba de su avión sin motor, o lo que es lo mismo: el lugar donde el hombre intentó volar por primera vez. Fue su amigo Tommaso Masini quien tripuló la máquina, para aterrizar después de planear unos 1 000 metros y con una pierna rota como el único contratiem­po. Y ahí estás, liberado del estrés y ajetreo de la ciudad, rodeado de naturaleza. Florencia es un lugar maravillos­o, pero a veces uno solo necesita un respiro.

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Se puede llegar a los bosques y campos de Florencia en autobús, a precios asequibles.
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El monasterio a mitad del campo es un refugio de las urbes; sus colores, las cabañas de los alrededore­s y las vistas de las ciudades aledañas, añaden un encanto especial.
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