National Geographic Traveler (México)
SEMANA SANTA EN SEVILLA
En Sevilla, España, la celebración de Semana Santa constituye una de las manifestaciones de devoción y fervor religioso más importantes del cristianismo. Durante ocho días, del Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, más de medio centenar de co
los mueve una fe inquebrantable y un amor que, aseguran, es infinito. Caminan lentos hacia la catedral, refugio sagrado de esta devoción que lleva más de 2000 años de historia. En el altar los espera la divinidad que tanto veneran, ese Jesús crucificado y resucitado que logró salvarnos del pecado. Las procesiones de la Semana Santa en Sevilla constituyen una de las muestras de fe más importantes y solemnes de la cristiandad en todo el mundo.
Durante ocho días, desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, más de medio centenar de hermandades y cofradías desfilan por las estrechas calles de la ciudad para recordar la Pasión y muerte de Cristo. Orilladas a su paso, miles de personas los acompañan con igual fervor, algunas en silencio, otras más murmurando oraciones; la mayoría entona cánticos religiosos. Nadie, creyente o ateo, se puede abstraer de la emoción que envuelve la capital andaluza durante esa semana.
El inicio de estas procesiones data de mediados del siglo xvi, cuando una decena de hermandades decidió honrar la Pasión y resurrección de Jesucristo con recorridos solemnes, que terminaban en la catedral y estaban sujetos a ciertas normas, como el uso de túnicas como vestimenta única. Desde entonces, y tras medio milenio, las procesiones de Semana Santa se han realizado en Sevilla cada año, casi sin interrupciones, para convertirse en un acontecimiento que trasciende el ambiente religioso y pasa a
constituirse en un fenómeno social que atrae aglomeraciones inmensas de turistas, viajeros y curiosos.
Como indica la tradición, la procesión de las cofradías y hermandades se lleva a cabo a lo largo de un circuito que termina en la catedral de Santa María, un templo gótico magnífico cuya imagen más reconocida es la torre Giralda. Esta, con más de 100 metros de altura, culmina en un campanario y fue edificada en un inicio por los almohades, en 1184, a semejanza de los minaretes de la mezquita marroquí de Kutubía (cuando el islam dominaba la península Ibérica); luego fue modificada por el cristianismo español del siglo tras la reconquista. Cada una de estas cofradías que marchan hacia la catedral realiza la procesión cumpliendo con días y horarios preestablecidos, que en muchos casos respetan costumbres antiguas. Por ejemplo, la Hermandad de la Paz siempre inicia la procesión la tarde del Domingo de Ramos, mientras porta las figuras enormes del Señor de la Victoria y la Virgen de la Paz, mientras que la Hermandad de la Resurrección cierra los desfiles en la mañana del Domingo de Resurrección, con sus miembros penitentes que llevan en hombros imágenes del Cristo Resucitado y la Virgen de la Aurora, talladas en maderas de pino y cedro, respectivamente.
El último tramo del camino penitencial que recorren las hermandades antes de llegar a la catedral de Santa María se conoce como la Carrera Oficial. Dicho trayecto se inicia en la Plaza de la Campana, luego de que el presidente del Consejo de las Cofradías autorice a cada hermandad para realizar la marcha solemne. Respetuoso y con la cabeza gacha, un nazareno designado por cada cofradía sube al palco donde están las autoridades del consejo, a quienes solicita su consentimiento para recorrer la Carrera Oficial. Desde las graderías que rodean el palco –cuyos lugares se reservan con un año de anticipación–, las calles o la televisión, cientos de miles de personas siguen atentos este suceso de sublime trascendencia para Semana Santa. Sin duda, la venia más esperada es la primera, otorgada cada Domingo de Ramos a un niño pequeño que es designado por la Hermandad del Amor y que siempre carga con una palma en su mano derecha. Inevitables, algunas lágrimas de emoción se derraman entre las mujeres mayores que miran la ceremonia. Ellas, como ninguna otra persona, viven la celebración con una intensidad desmedida.
Tras la reverencia, la marcha de las cofradías sigue hacia la calle Sierpes y luego a la Plaza de San Francisco, para finalizar en la catedral mientras ingresa por la Puerta de San Miguel, también conocida como la
Las procesiones de Semana Santa se han constituido en un acontecimiento que excede el ámbito religioso y un fenómeno social que atrae a inmensas masas de turistas y curiosos.
Puerta del Nacimiento, por las decoraciones que recuerdan a Jesús en el pesebre de Belén. Al paso por la Carrera Oficial hay gente que saluda a los peregrinos con gritos para alentarlos, unos más se arrodillan frente a las imágenes del Cristo Crucificado y acarician por un instante breve las túnicas que llevan los nazarenos, como si se tratara de los mantos sagrados. Sin tomarse un momento de tranquilidad, los más pequeños se acercan a los cofrades que portan velas para recoger la cera que se derrama y formar grandes esferas, que luego conservan como un tesoro. El Jueves y Viernes Santos, las mujeres más piadosas y conservadoras observan las procesiones con sus mantillas y velos de luto riguroso, fabricados con terciopelo negro y encaje, de mangas largas y el cabello recogido en moños bajos y discretos. Sus labios están coloreados de un rojizo muy tenue, además de que porta un prendedor de oro blanco que sujeta sus vestidos.
SÍMBOLOS
No hay duda, los símbolos son la esencia misma de la Semana Santa sevillana. Las vestimentas de cada hermandad, las imágenes que cargan, el color de las túnicas que visten, sus estandartes coronados por telas de terciopelo, los cantos y los silencios de sus procesiones son componentes que otorgan un significado muy especial a esta celebración. El número de fieles que conforman cada cofradía es parte fundamental de la simbología, a tal punto que existen hermandades, como la de la Macarena, que se integran con casi 3000 personas, mientras que otras, como la del Santo Entierro, apenas cuentan con un centenar de penitentes. Dentro de esta amplia simbología sacra, los que sostienen con mayor fuerza la identidad de cada cofradía son los pasos: figuras monumentales que representan las 12 estaciones de la Pasión de Cristo. Considerados el corazón mismo de la Semana Santa de Sevilla, son cargados sobre los hombros por varios grupos de 30 costaleros, encargados de portar las imágenes. La tradición indica que la forma correcta de cargarlas es apoyándolas sobre la séptima vértebra cervical, a la que cada penitente protege con una tela de arpillera que justamente se llama costal.
Usualmente, cada hermandad carga con dos pasos o imágenes religiosas: uno que simboliza a Jesús de Nazaret y otro, a la Virgen María, aunque también hay algunas cofradías que llevan únicamente una imagen. Tal es el caso de la Hermandad de Santa Marta, la cual desfila el día lunes mientras carga un paso de estilo neobarroco en el que se representa al cuerpo de Jesús, que es trasladado hacia su sepultura por José de Arimatea –propietario del sepulcro– y rodeado por las santas, María Salomé y María Magdalena –patrona del municipio sevillano de Arahal–, en sus costados. Mientras transportan las figuras, las cofradías se alimentan de energía en su lento andar con los cantos que la mayoría de las veces provienen desde las veredas y los balcones por donde transcurre la Carrera Oficial. Conocidos como saetas, estos cánticos tienen una evidente influencia flamenca y suelen entonarse con enorme devoción por quienes se presentan al peregrinar de las hermandades. Sin embargo, existen algunas cofradías que están envueltas en un rigor extremo de penitencia y hacen su marcha ajenas a las melodías y las voces. Tal el caso de la Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, cuyos integrantes se encuentran sujetos a un voto de silencio.
Vestidos con largas túnicas negras y cinturones de esparto, los integrantes de esta cofradía caminan en la llamada Madrugá, la noche más conmovedora de esta conmemoración, que inicia en la medianoche del jueves y se extiende hasta la mañana del Viernes
Santo. Durante el transcurso de la procesión, ninguna persona en la ciudad habla, nadie murmura; todos permanecen callados y se sumergen en la Carrera Oficial envueltos en una atmósfera casi lúgubre, en la que solo se hace presente el paso de los pies arrastrados por los peregrinos y las cruces de los penitentes que, paso tras paso, golpean una y otra vez contra el pavimento de la calle. Con la mirada siempre hacia adelante y sin distracciones hacia los costados o el suelo, cada miembro de la Hermandad de los Nazarenos parece un espectro que ronda las calles en la noche sevillana.
Junto con los costaleros que cargan los pasos y las saetas entonadas desde los balcones, los nazarenos constituyen otro símbolo esencial y distintivo de Semana Santa: son los encargados de llevar las insignias de
cada cofradía durante las procesiones, portar los cirios encendidos e incluso arrastrar las cruces sobre sus hombros, como si se encontraran marchando hacia una crucifixión imaginaria.
Durante su paso, y como indica la tradición, los niños suelen acercarse a ellos en busca de los dulces que llevan ocultos bajo sus túnicas. “Nazareno, dame un caramelo”, dicen los pequeños que se arremolinan a los costados de la Carrera Oficial, en lo que desfilan los otros miembros de las hermandades. Entonces, con las manos y los bolsillos repletos de golosinas, los nazarenos complacen a esos infantes que tal vez en un futuro preserven la tradición al caminar hacia la catedral, tal como hoy lo hacen ellos. Y es que, en Sevilla, Semana Santa es más que una tradición, es una cuestión de identidad e inquebrantable devoción, transmitida de generación en generación: de abuelos a padres, de padres a hijos y a los hijos de esos hijos. Herencia y fervor popular, por los siglos de los siglos.