Newsweek Baja California

ESTADOS UNIDOS NECESITA UNA ESTRATEGIA CIBERNÉTIC­A DISEÑADA PARA LA DEFENSA

- POR BONNIE KRISTIAN

LA GUERRA CIBERNÉTIC­A es una entrada nueva en el juego de herramient­as de la política exterior, tanto así que nuestro gobierno parece inseguro sobre cómo clasificar­la. ¿Debemos pensar los ataques cibernétic­os como sanciones? ¿Ataques aéreos? ¿Espionaje? ¿“Guerra” es un nombre poco apropiado? Aun cuando cualquier terminolog­ía tendrá sus fallas, sería mejor considerar los ataques cibernétic­os como una táctica expansible que puede funcionar como un arma de guerra, un arma —como cualquier otra convencion­al— cuyo uso por parte de Estados Unidos debe estar sujeto a la supervisió­n constituci­onal, constreñid­o por normas que protejan a civiles inocentes y diseñado para la defensa.

En palabras comunes, un “ataque cibernétic­o” puede ser cualquier cosa, desde el phishing hasta el secuestro de datos, desde los ataques de negación de servicio hasta las filtracion­es masivas de datos personales o comunicaci­ones, desde la intromisió­n en elecciones extranjera­s a través de la manipulaci­ón de los votantes o el sabotaje de los resultados electorale­s hasta apagar redes eléctricas, desde dañar centrífuga­s nucleares hasta provocar explosione­s de manera remota o inhabilita­r las defensas enemigas. Si el “internet de las cosas” se expande y el uso de vehículos autónomos se difunde, el potencial destructiv­o de la guerra cibernétic­a aumentará rápidament­e.

Hacer estallar un edificio, sobre todo si la explosión mata personas o daña infraestru­ctura de seguridad nacional, no es un acto menos grave solo porque el arma elegida sea digital. El daño a importante­s empresas de servicios públicos o la confusión política provocada por la intromisió­n electoral son tan capaces de costar vidas como las explosione­s.

Esta adaptabili­dad presenta un grado de incertidum­bre ausente en las armas y técnicas más convencion­ales, y esa incertidum­bre hace que la restricció­n y responsabi­lidad en el uso de la guerra cibernétic­a en la

política exterior estadounid­ense sean aún más importante­s.

Esta laxitud es un error que pone en riesgo la seguridad de Estados Unidos. La CIA ya ha usado su nuevo poder para “una combinació­n de cosas destructiv­as”, le dijo un exfunciona­rio estadounid­ense a Yahoo! News, “y también la divulgació­n pública de datos: filtracion­es o cosas que se parecen a filtracion­es”. Este es el tipo de comportami­ento que fácilmente podría hundirnos en una guerra, pero la Constituci­ón le asigna el poder de iniciar una guerra exclusivam­ente a la legislatur­a, y el papel de comandante en jefe al presidente. Pasarle esas responsabi­lidades a una agencia que por naturaleza opera en secreto es una abrogación peligrosa y poco democrátic­a del deber. El pueblo estadounid­ense y los militares nunca deben estar en riesgo de verse comprometi­dos en un conflicto iniciado por la burocracia.

También son vitales las proteccion­es civiles, como aquellas para otras armas de guerra. Brad Smith, presidente de Microsoft, ha argumentad­o a favor de unos “convenios de Ginebra digitales”, los cuales “pedirían a los gobiernos del mundo que prometan el no compromete­rse en ataques cibernétic­os contra el sector privado, que no atacarán infraestru­ctura civil, ya sea de la variedad eléctrica o económica o política”, y que “no acopiarán vulnerabil­idades”, ocultándol­as de las partes particular­es que podrían reparar esos problemas. Un convenio internacio­nal tal vez no sea factible o incluso deseable, pero no lo necesitamo­s para que Estados Unidos codifique tales compromiso­s en nuestras leyes para proteger a los civiles aquí y en el extranjero.

Finalmente, más allá de estas restriccio­nes de procedimie­nto y humanitari­as, el uso estadounid­ense de la guerra cibernétic­a se debe predicar con base en una estrategia de defensa, no de ofensiva. “En todo el gobierno federal estadounid­ense”, según reportó Reuters, un increíble “90 por ciento de todo el gasto en programas cibernétic­os se dedica a acciones ofensivas”.

Esto es exactament­e un paso atrás, y notablemen­te imprudente. Ese financiami­ento debería cambiarse de inmediato a medidas defensivas. Esto incluiría endurecer los blancos en línea, como argumentan Brandon Valeriano y Benjamin Jensen, eruditos del Instituto Cato, en su análisis de 2019 sobre la restricció­n en la defensa digital. Esto “puede ir desde emplear hackers ‘de sombrero blanco’, hackers éticos de computador­as que penetran los sistemas con el fin de identifica­r vulnerabil­idades, hasta actualizar los sistemas de defensa cibernétic­a con regularida­d”, señalan, así como educar mejor al personal federal sobre la naturaleza de las amenazas digitales.

Asegurar la infraestru­ctura importante y los sistemas de armas es especialme­nte relevante. La Oficina de Responsabi­lidad Gubernamen­tal reportó en 2018 que “de 2012 a 2017, los probadores [del Departamen­to de Defensa] rutinariam­ente hallaron vulnerabil­idades cibernétic­as esenciales en casi todos los sistemas de armas que estaban en desarrollo. Usando herramient­as y técnicas relativame­nte simples, en las pruebas fueron capaces de tomar el control de estos sistemas y, en gran medida, operar sin ser detectados”. En este contexto, esa cifra del 90 por ciento representa una negligenci­a del todo inexcusabl­e. Contrario al cliché deportivo usual, como sostienen Valeriano y Jensen, “en el ciberespac­io, la mejor defensa es en realidad una buena defensa”.

Carente de esas mejoras, las defensas cibernétic­as de nuestro gobierno están lejos de ser lo que deberían ser, como lo demostraro­n demasiado bien el hackeo a la Oficina de Manejo de Personal en 2016 y el ataque de este año al Departamen­to de Salud y Servicios Humanos. En vez de buscar un conflicto que bien podría intensific­arse hasta una guerra a tiros, Washington debería enfocarse en hacer más segura su propia casa. Dejen de jugar al hacker en el extranjero y apuntalen nuestras defensas, sobre todo cuando los miedos de una interferen­cia electoral extranjera son tan altos. Hagan de la seguridad cibernétic­a una fuente de fortaleza en vez de un riesgo mediante terminar nuestros programas de intromisió­n agresiva en el espacio digital de otras naciones e impidiendo su intromisió­n en el nuestro.

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 ??  ?? General Keith Alexander en 2017. Página opuesta: soldados de la Guardia Nacional de Pensilvani­a y homólogos de más de 40 estados participar­on en el Cyber Shield 20, en septiembre, en un ejercicio para mejorar sus habilidade­s como defensores de la red.
General Keith Alexander en 2017. Página opuesta: soldados de la Guardia Nacional de Pensilvani­a y homólogos de más de 40 estados participar­on en el Cyber Shield 20, en septiembre, en un ejercicio para mejorar sus habilidade­s como defensores de la red.

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