¿Una moral para todo México?
La moral de los mexicanos no es asunto de los gobernantes de nuestro país, más allá de que alguno de ellos esté convencido de que la moralización del pueblo de México representa la solución de los males sociales que de un tiempo a la fecha nos aquejan: corrupción política, impunidad, violencia perpetrada por el crimen organizado, etcétera.
La moral es asunto y decisión de las personas, cada una de las cuales crea sus propios preceptos éticos, todos ellos dignos de respeto en un país con diversidad moral y religiosa como lo es México, en donde no todos los grupos culturales comparten la misma moral; de ahí que resulte inadmisible el proyecto que tiene el propósito de crear una Constitución Moral.
La tesis de que existe una moral universal, que es igual para todos los seres humanos y para todas las culturas, ha sido objeto de acalorados debates a través de los tiempos, muy a pesar de las voces que se han levantado en diferentes momentos de la historia afirmando que existen principios universales.
Lo primero que debemos reconocer es que hoy como en el pasado existen ideas divergentes sobre este polémico tema, lo que convierte a la diversidad moral en un asunto complejo, es decir, de difícil comprensión o solución.
Significa entonces que las ideas divergentes sobre moral y ética no son propias del siglo XXI. Basta revisar la historia para darnos cuenta de que éstas han sido motivo de debate y discusión en diferentes lugares y momentos, y que, a la semejanza de la cuestión religiosa, las personas y grupos nunca se han puesto de acuerdo en la concepción de una moral única, ya que ésta varía según los pueblos, las circunstancias y las épocas.
Por principio de cuentas, ni siquiera existe una sola definición de lo que en realidad significa la moral, a la que el columnista Xavier Sáezllorens considera “un valor cambiante en el tiempo y entre culturas disímiles”.
Algunos autores han señalado que “moral” es un término cuya etimología proviene del vocablo latino “mores”, el cual significa “costumbres”. Con base en la anterior definición, lo moral y lo inmoral depende de la calificación positiva o negativa que los hombres le den a las costumbres de su tiempo y de su entorno.
Lo único cierto es que muchas de las prácticas que hoy por hoy son valoradas como morales y, consecuentemente, vistas con buenos ojos, en el pasado no lo fueron. Un ejemplo de lo anterior es lo ocurrido en los primeros siglos de la presente era, cuando la práctica del cristianismo fue considerada como un delito que el Estado debía perseguir, todo con el fin de proteger a la antigua religión pagana de Roma, que fue la oficial en el imperio romano hasta que Constantino el Grande firmó el edicto de Milán en el año 313 d. C.
El edicto autorizaba la libertad religiosa dentro del imperio, aunque su objetivo era favorecer a la Iglesia católica imperial; así, el privilegio de elegir y profesar su propia religión dentro del imperio fue olvidado por Constantino, quien persoguió y a oprimió a grupos religiosos que discrepaban de la iglesia, refieren Gibbon y Romero, autores de la Historia de la caída del Imperio Romano.