ÓSCAR DE BUEN DE RETOS Y DESENCANTOS
El estructurista de la Torre BBVA Bancomer, junto con Arup-londres, piensa que las inversiones y el personal foráneos dejan como maquiladores a los nacionales.
Bajo la sobriedad del color café que viste se halla el mérito de ser uno de los ingenieros en estructuras de acero más solicitados del país. Él es Oscar de Buen López de Heredia (Madrid, 20 de julio de 1925), quien comenta a Obras: “No sé por qué elegí la ingeniería. De niño era bueno para las matemáticas, y no había muchas opciones para elegir una profesión”.
El estructurista, quien trabajó junto con la firma Arup, de Londres, en la edificación de la Tore BBVA Bancomer, recueda haber confesado a un profesor universitario que nunca le gustaron las clases de estructuras de acero ni de concreto: eran “áridas y aburridas”, y no le enseñaron “nada”, “mi gusto por las estructuras de acero comenzó cuando estudié por mi cuenta”, expresa.
Hispano por nacimiento y mexicano por adopción, el ingeniero Óscar de Buen López, de casi 90 años, recibe a Obras en su oficina de cálculo y estructuras Colinas de Buen, en Plaza Madrid número 2, frente a la Fuente Cibeles, en el DF: “Fue casualidad estar aquí. Hace 20 años pudimos comprar este edificio muy barato porque estaba hecho pedazos, le quitamos tres pisos y lo reforzamos con columnas diagonales”.
Su despacho no es opulento. El centro es un escritorio sobre el que paradójicamente están algunos de los proyectos mexicanos más ostentosos del primer cuarto de siglo, como la torre BBVA Bancomer, que pronto será inaugurada.
Esta obra es la más visible en estos días, dada la dimensión y el significado que tiene, pues cambia la fisonomía de una de las principales arterias de la Ciudad de México: la avenida Reforma.
Para hacerla realidad idearon cimientos que llegaron alrededor de 50 m bajo tierra y estructuras sin soldar que permiten liberar la energía del movimiento en caso de sismo, algo que para De Buen no es común.
Pero el calculista, especializado en estructuras de acero, no le teme a lo nuevo. Hallar soluciones, la misión de su profesión, lo ha hecho mantenerse actualizado. Comparte su secreto: lo que se requiere es “trabajar con tenacidad en cada proyecto de ingeniería”.
Al ver la replica del Guernica, su cuadro favorito de Picasso, que cuelga de una de las paredes de su oficina, recuerda su infancia y las razones por las que emigró a los 14 años, después de la Guerra Civil Española, en la que murió su padre. El ingeniero aprendió a remontar lo adverso.
La disciplina y la genialidad son las cualidades que lo motivaron a no interrumpir sus estudios, después de que en el último año de la carrera enfermó de polio y perdió la movilidad de la parte izquierda de su cuerpo. Con el paso del tiempo debió usar una silla de ruedas.
Da un sorbo al café. Comparte su paso por la docencia, la investigación y la fortuna de haber participado y visto florecer las grandes obras que se desarrollaron a mediados del siglo pasado.
Entre sus proyectos de ingeniería destacan la Basílica de Guadalupe, la Torre de Pemex, el Estadio Azteca, la Torre AXA (antes Torre Mexicana), el Museo Soumaya y la Torre BBVA, en colaboración con Arup; pero el que le dejó la mejor experiencia fue el Auditorio Nacional, primer proyecto importante que le tocó, en 1952.
De Buen frunce el ceño cuando refiere el segundo proyecto que marcó su carrera: el Museo de Antropología e Historia. En su mirada se dibuja la decepción: “En las ceremonias siempre pasa que nadie se acuerda de los ingenieros. Aparecemos sólo cuando hay un problema”.
La ingratitud a su profesión lo lleva a concluir: “Si volviera a nacer creo que no estudiaría la carrera de ingeniería estructural”. Su desencanto es mayor cuando evalúa
la evolución de la ingeniería y su transición entre siglos. Por el ventanal de su oficina mira los edificios BBVA Bancomer y la Torre Mayor.
Antes de la década de los veinte, la gran infraestructura pública ( puertos, ferrocarriles, petróleo) era construida por extranjeros, después se creó la Comisión Federal de Electricidad, Petróleos Mexicanos y otros organismos, que permitieron nacionalizar la ingeniería, relata. Pero “ahora otra vez se está desnacionalizando”.
Tras un leve suspiro explica: “La falta de recursos públicos en México alienta las inversiones y el personal foráneo, y deja en segundo plano a los despachos nacionales, como maquiladores de los proyectos, y sin la posibilidad de adquirir experiencia”.
Otro factor es la escasez de ingenieros civiles mexicanos; a los jóvenes no les llama la atención porque “se chambea mucho y no se gana lo que ofrecen otras carreras como la ingeniería informática”.
Quizás la historia sólo recordará a la torre de Pemex como el único edificio de altura totalmente mexicano, calculado en su estructura por Óscar de Buen. “Ahí solo intervino pura gente de México”, dice orgulloso el ingeniero.
A pesar del actual panorama, mientras haya algo que construir, su empresa, la que fundó junto con Félix Colinas en 1960 y de la que ahora él es el único al mando, continuará en la batalla.
“Ahora estamos metidos en un problema que es el ‘famoso tigre que tiene uno agarrado de la cola’, el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México”, proyecto que no le tiene muy cómodo ni relajado, porque requiere de más personal y aún no está muy claro qué va a hacer su despacho junto al del afamado arquitecto Norman Foster.
Lo cierto es que su trabajo siempre será buscar soluciones a los problemas complejos de las obras importantes, más cuando se trata de caprichos arquitectónicos.
“Nos hacen sufrir para ver cómo encontramos una estructura que dentro de su requisito un poco arbitrario permita un comportamiento importante y adecuado ante temblores importantes. Lo ideal sería estructuras regulares y uniformes, pero hoy ningún edificio importante es así”.
El ingeniero escucha atento, ha perdido audición, pero mantiene una gran lucidez. A pesar de su ardua actividad se permite convivir con sus cinco hijos, 12 nietos y un bisnieto. Ama leer literatura e historia en español, inglés y francés.
“No me considero ningún genio, ni tengo la facilidad de inspiración para proyectar, como la mayoría de los arquitectos”, subraya. “Me considero alguien que ha estudiado y ha trabajado mucho, estoy al corriente de las cosas y las sé aplicar bien”.
Óscar de Buen también ha dejado huella en varios artículos técnicos que le han valido el reconocimiento académico y profesional. Además escribió el libro Estructuras de Acero. Comportamiento y Diseño, en 1982, “lo que revela la tremenda flojera de los mexicanos para escribir y que sigue vigente ante la ausencia de más publicaciones”, expresa. Ahora escribe un segundo libro sobre estructuras de acero, del que se reserva los detalles.
Su agenda de trabajo siempre es apretada. Hoy comerá en la oficina para asistir por la tarde a una reunión para la elaboración del nuevo ‘Reglamento de Construcción para el Distrito Federal’, que contempla aumentar las intensidades sísmicas que deben resistir las construcciones.
“Se espera un sismo de igual o mayor magnitud al de 1985. ‘¿Cuándo? Quién sabe’, pero lo va a haber, no hay duda, es seguro”, alerta el ingeniero, sin perder su gesto afable y risueño.