La historia del fracaso
El anuncio de 2013 de generar inversión según la vocación de cada lugar quedó en papel.
El nacimiento de las Zonas de Desarrollo Económico y Social (Zodes) apostaba por un nuevo ordenamiento de la Ciudad de México en áreas que aprovecharían la ubicación y el uso de suelo de cada espacio para generar inversión en infraestructura y recuperar, urbanizar y redensificar, de manera sustentable, el territorio. Eso no ocurrió.
Para el urbanista de la UNAM Samuel Hernández Prudencio, las Zodes, que serían un trabajo interinstitucional e incluirían a la iniciativa privada, la ciudadanía y la academia, acertaban en una necesidad concreta de la capital: distribuir equitativamente los centros de trabajo y habitación para evitar los congestionamientos y problemas de movilidad, pero erraban en la técnica que cimentaba la transformación de la urbe en el aspecto económico.
Operarían gracias a un activo del gobierno materializado en una concesión o un terreno delimitado que explotaría un inversionista. Las ganancias generarían rentas que se reinvertirían con la asesoría de la academia y considerando las necesidades de los ciudadanos, dando lugar a un desarrollo zonal, a partir de un epicentro económico.
“El problema principal tuvo que ver con no entender cómo funciona la ciudad; tratar de crear proyectos de inversión sin tener en cuenta las condiciones urbanas de cada lugar y la relación con otras zonas”, abunda Leonardo Martínez Flores, profesor de la maestría en Desarrollo Urbano de la Universidad Iberoamericana.
Las Zodes fueron impulsadas desde la Agencia de Promoción, Inversión y Desarrollo para la Ciudad de México (PROCDMX) y, en el análisis de Martínez Flores, “se toparon con un entramado jurídico administrativo muy complejo, que es el que rige actualmente a la ciudad, y que impone muchas restricciones para este tipo de proyectos”.
Hernández Prudencio explica que para una reorganización de la urbe es necesario desarrollar los proyectos de la mano de la ciudadanía, ese es el cimiento.