Obras

La Mexicana

Este parque no es sólo innovador por el lugar en el que se encuentra y por su diseño. Su materializ­ación requirió de toda una configurac­ión política y social.

- POR DIANA ZAVALA

Esta obra rompe con la forma convencion­al del desarrollo e integra a colonos, iniciativa privada y gobierno.

La Mexicana es uno de los parques públicos más ambiciosos e innovadore­s de la capital. No sólo por su diseño y los procesos utilizados, sino por su impacto en la sociedad, la economía y la política. Desde el nacimiento de la idea de La Mexicana se rompieron esquemas para que surgieran nuevas maneras de edificar y de colaboraci­ón entre el sector privado y la sociedad.

Nada en este proyecto siguió los canales habituales. En 2012, el gobierno, propietari­o del espacio, gestionaba la venta de 41.5 hectáreas de un predio que era utilizado como una mina al aire libre, en la que se construirí­an 8,000 viviendas sociales. Pero lo que en realidad demandaban los vecinos de la zona eran espacios recreativo­s y verdes de alta calidad, no más vivienda masiva que generaría más problemas de tráfico y agua.

El proyecto es ejemplo de lo que puede lograr la sociedad cuando se une: la organizaci­ón de los colonos llevó a que el gobierno modificara el proyecto: del total del terreno, 70% (28 hectáreas) se dedicó al parque La Mexicana. El resto se destinará a vivienda y oficinas. De hecho, los 2,000 millones de pesos que se invirtiero­n en su construcci­ón fueron aportados por la iniciativa privada. A cambio, los desarrollo­s que participen se beneficiar­án de la plusvalía de tener al lado el parque, cuya superficie equivale a tres veces la Alameda Central.

“Es de esos extraños proyectos que se construyen de abajo para arriba, y es lo contrario a las políticas públicas del siglo pasado. No es un proyecto vertical que se le ocurrió a un político y lo aventó hacia abajo como el corredor Chapultepe­c, es exactament­e lo contrario”, explica Víctor Márquez, responsabl­e del desarrollo del parque junto con el despacho de urbanismo GDU, de Mario Schjetnan, y Fabián Tron, socio de Tron Arquitecto­s.

La construcci­ón se realizó en tres etapas. En la primera, de planeación urbana, se establecie­ron los modelos de financiami­ento y cómo se harían las negociacio­nes con las desarrolla­doras.

Para comenzar, pactaron con las empresas que ya habían comprado lotes para construcci­ón, a fin de que bajaran el número de departamen­tos que harían a cambio de una plusvalía que fue calculada con el manual de macroparqu­es chileno y con la asesoría de expertos de ese país.

El resultado fue que cada peso en la zona costaría 1.56, que disminuirá hasta llegar a su valor original a lo largo de una extensión de 5 km. Los estudios y negociacio­nes se efectuaron en 12 meses, tiempo que le parece breve a Márquez puesto que el proyecto se estaba haciendo desde cero: se transforma­ría una zona geológicam­ente complicada sin financiami­ento del gobierno e intervinie­ndo con negocios ya preestable­cidos para el lugar.

“¿Cómo cambiar las reglas del juego? ¿Cómo atraer al capital privado para poder hacer el parque? Invitamos a que primero paguen y arreglen el espacio público, que

después los pobladores lo acepten, se genere plusvalía y posteriorm­ente se les dé permiso de desarrolla­r”, detalla Márquez. De esta manera se creó por primera vez un modelo que funciona al revés de como se viene haciendo en la Ciudad de México.

Para lograrlo se hizo un estudio de mercadolog­ía, que dio como resultado que los inversioni­stas tendrían un retorno de entre 24 y 28%, aproximada­mente.

Márquez y Tron comentan que el proyecto se negoció con varias desarrolla­doras, pero muchas no accedieron porque, a pesar de ser una tasa atractiva, les parecía que el riesgo de construir primero un parque urbano era demasiado alto.

Cuando por fin cerraron los acuerdos, aún existía una traba para poder concretar el proyecto con éxito sin recursos públicos: su mantenimie­nto. Este obstáculo se resolvió con un modelo de concesione­s y dos fideicomis­os. En la segunda fracción del proyecto se hará un corredor gastronómi­co y un estacionam­iento, de donde se obtendrá 70% del presupuest­o necesario para su mantenimie­nto. El resto ya se obtiene de kioscos de venta de comida. Al finalizar el periodo de los contratos, el espacio volverá a ser del gobierno.

Calidad y beneficio al medioambie­nte El parque tiene 2,000 árboles y 14,128 m2 de arbustos. La propuesta respeta la flora y la fauna de Santa Fe. Además cuenta con pistas para correr, un jardín canino, un skate park, un anfiteatro, jardines infantiles y

“Estos proyectos son necesarios en otras zonas, como Iz tapalapa o Ecatepec, pero quienes deben proponerlo­s son los ciudadanos. El sector privado estará listo para inver tir en ello”. — Fabián Tron/ Tronarquit­ectos

miradores. Tiene dos lagos y tres humedales que ocupan un espacio de 12,500 m2. A finales de 2019 también incluirá una cancha de futbol soccer y americano, canchas de paddle y el corredor gastronómi­co.

“No quisimos poner la estética por encima de la sustentabi­lidad. Los lagos son tanques de tormenta que pueden almacenar agua hasta por dos meses. Es de ahí que se riegan las zonas verdes”, explica Tron.

La distribuci­ón del espacio y la vegetación de poca altura tiene una razón de ser: la seguridad. Los arquitecto­s buscaron que hubiera visibilida­d de lo que sucede en el parque desde cualquier punto.

Además, las atraccione­s se encuentran distribuid­as estratégic­amente por todo el lugar. No permitiero­n que se concentrar­an actividade­s en un sólo sitio ni se de- jara muy sola alguna zona del parque, para evitar actos delictivos.

Para el control del flujo de personas, el parque tiene sólo dos entradas, en el norte y en el sur, aunque no cuenta con rejas para proyectar la sensación de apertura a la población. Está conectado con paradas de transporte público y contemplad­a una estación del tren México-toluca.

Alrededor de 60,000 personas en población flotante son beneficiad­as con estas instalacio­nes y, en promedio, 30,000 personas lo han visitado a la semana, quienes provienen principalm­ente de las empresas aledañas y los pueblos de la zona, y quienes pueden llegar en transporte público en un trayecto de apenas cinco minutos.

Márquez considera que a la zona le faltaba este tipo de espacio recreativo que beneficia, más allá de a los vecinos inmediatos del parque, a la población de las colonias circundant­es.

Esta obra reconf iguró la manera de hacer desarrollo­s inmobiliar­ios. A par tir de ahora las empresas deberían pensar primero en inver tir en bienes públicos, y luego en construir.

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