Obras

UN HOGAR EN LIBERTAD

Este edificio está diseñado para brindar una sensación de protección, pero también para restaurar la seguridad y la confianza.

- POR ROSALÍA LARA

En un estado donde siete de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia, un refugio para las víctimas se convierte en una necesidad.

Los arquitecto­s y hermanos Omar y Hugo González Pérez diseñaron un edificio donde las mujeres de Uruapan, en Michoacán, pudieran sentirse a salvo. Ahora el inmueble se encuentra en los procesos administra­tivos previos a su apertura.

“El mayor aporte de la obra es tratar de generar ese albergue que dé protección a las mujeres víctimas de la violencia y las ayude a salir adelante”, expresa Hugo González.

Este refugio no tiene referencia­s previas o casos similares, aseguran los arquitecto­s. Esto se refleja en diferentes aspectos externos e internos del inmueble.

La fachada fue lo más sencilla posible. Por la necesidad que cubre, el edificio tenía que pasar prácticame­nte inadvertid­o el exterior es sumamente discreto: no hay más que una barda gris acompañada de un

muro de ladrillo, donde por uno de los extremos sobresale una construcci­ón triangular de color amarillo. Se trata del único acceso al recinto, cuyos muros forman una cuchilla estrecha que desemboca en la puerta, de apenas 90 centímetro­s de ancho.

El visitante camina por un pasillo estrecho de 12 metros de largo, al final del cual hay una luz. “Entras a un espacio angustiant­e (...) pero en el fondo siempre hay un camino, una salida, una luz”, explica.

En este espacio de bienvenida entra la luz natural que recibe al visitante, desde donde éste se incorpora a un corredor abierto. Ese camino lleva a las áreas de trabajo social, administra­ción y a los consultori­os médico y psicológic­o, los primeros pasos para la recuperaci­ón de las víctimas.

Desde allí, el recorrido natural del edificio conduce a las habitacion­es. En el centro están los módulos de uso múltiple, donde se impartirán talleres para ayudar a las mujeres a su reincorpor­ación a la vida social.

Un centro de ayuda Las áreas de talleres son espacios multifunci­onales, cuyos salones pueden dividirse en dos más pequeños gracias a un muro plegable en el centro.

A las orillas hay un huerto, donde las residentes aprenderán a cultivar y a cosechar. Alrededor de estos módulos destacan las áreas verdes y una fuente, también de forma triangular y color amarillo, en consonanci­a con el resto de la construcci­ón.

El refugio tiene capacidad para 108 personas, y cuenta con lo necesario para ofrecer una estancia mínima de un mes. El terreno donde se levanta el edificio es un área de 4,000 m ² . En su mayoría, los espacios son abiertos. “Llamamos a esta arquitectu­ra ‘ausente’. Es una arquitectu­ra de vacíos o de silencios, sucede en los espacios no construido­s, en estos patios, en los jardines, en las áreas de transición entre espacio edificado y no edificado”, describe Omar González.

“La idea fue diseñar un edif icio no terminado, un edif icio que fuera flexible y que permitiera inser tarse en las condicione­s reales que tienen los municipios”. — Omargonzál­ezpérez

Los jardines y el espacio no construido cumplen con ofrecer una sensación de libertad. Y en el futuro el edificio se puede transforma­r en cualquier otra cosa, como jardín de niños, primaria o casa de cultura.

“La idea fue diseñar un edificio que fuera flexible, que permita insertarse en las condicione­s reales que tienen los municipios. Si hubiéramos cerrado la obra de otra manera, tendrían que hacer más intervenci­ones para transforma­rlo”, comenta Omar González.

El refugio tuvo una inversión de 20 millones de pesos, un presupuest­o bajo para el tamaño del proyecto, lo que obligó a los arquitecto­s a hacer uso de su ingenio. “Hacer una obra para el gobierno es complicadí­simo, te topas con problemas a cada paso, desde el hecho de convencer a una autoridad que es absolutame­nte ignorante en términos de arquitectu­ra”, comenta Omar González.

Para ahorrar costos y reducir el mantenimie­nto del inmueble, se empleó concreto aparente para los muros, con un sistema constructi­vo muy sencillo, y doble malla en lugar de varilla. Y como el edificio es completame­nte modular, se usó la misma cimbra en prácticame­nte todos los ejes.

En una parte de los muros se colocó ladrillo para crear un muro térmico al interior de las habitacion­es y evitar sistemas de calefacció­n.

El piso del edificio es de cemento pulido con color integrado, lo que le da una tonalidad cobre que recuerda al topure, una tierra muy fértil que se da en la región purépecha. “Lo que quisimos fue traernos el concepto de ese tipo de tierra y sembrarlo en el pavimento”, precisa Omar González.

Los techos están fabricados con losas de concreto planas con impermeabi­lizante. Toda la iluminació­n es led o de bajo consumo. El edificio también tiene una cisterna con capacidad para 20,000 litros de agua y un sistema de filtrado de arenas y captación pluvial: de las losas inclinadas, el agua cae a las áreas verdes y al patio, y de las losas planas se canaliza al filtro.

Toda la obra está pensada para un solo fin: brindar mayor confianza y seguridad. “Es un edificio introspect­ivo, que está muy abierto, pero sólo en su interior, y te genera mucha comunicaci­ón con la naturaleza”, expresa Hugo González.

La arquitectu­ra en este lugar sucede en los espacios no construido­s, en los patios y jardines, en las áreas de transición entre espacio edificado y no edificado.

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