Obras

EL LUGAR DONDE HABITA EL ‘PICH’

Un huésped de 30 metros de altura definió el diseño de esta residencia y la relación de la misma con el exterior. La apuesta fue compartir la vegetación, no privatizar­la.

- POR ANGÉLICA PINEDA

EEn septiembre de 2016, un par de clientes amantes de la naturaleza acudió a los arquitecto­s Alejandra y Xavier Abreu, fundadores del despacho yucateco AS Arquitectu­ra, para diseñar una residencia con amenidades en un terreno donde creció un pich, un árbol típico de Yucatán de gran altura y generosa sombra, muy apreciado por los lugareños. El lote colindaba además con el casco de una antigua hacienda de henequén de la comunidad de Xcumpich, en Mérida.

Los Abreu aceptaron el reto. El despacho ha recibido diversos reconocimi­entos por sus edificacio­nes, que van desde oficinas, comercios y residencia­s, hasta espacios públicos. Su diseño de formas simples y limpias suelen enmarcar espacios amplios y abiertos, trabajados con piedras y plantas de la región. La Casa del Árbol, como bautizaron al proyecto construido entre abril y noviembre de 2017, no fue la excepción.

“El calor es el principal problema en Mérida. El árbol da tanta sombra que refresca la casa. También ayudan sus techos altos y jardines laterales”. –Alejandraa­breu

“El interés de los clientes era el arbolado y la vista”, explica Alejandra Abreu. Los arquitecto­s diseñaron un esquema en ‘L’ para que los espacios –todos a un mismo nivel– vieran hacia el pich. De los 600 m ² de construcci­ón, poco más de la mitad (380 m ² ) serían techados. “Había que cuidar la escala para no sobresalir por encima del casco y que éste se viera desde la casa, también para que desde afuera se viera el árbol, a fin de crear el diálogo del interior con el exterior”, expone.

El despacho propuso construir una casa sin bardas. Mérida es una ciudad con bajos índices de insegurida­d, además los muros elevados afectarían las vistas. “No cualquiera acepta carecer de seguridad en su predio, pero el cliente se enamoró del proyecto”, comenta Alejandra Abreu. La cimentació­n de mamposterí­a fue la solución. “Recreamos las bardas de las casas que habitaban los trabajador­es de la hacienda”, explica.

Desde el exterior, el desplante parece un muro, pero en realidad forma parte de la construcci­ón. Esto también sirvió para darle profundida­d a la alberca que, colocada en primer plano, complement­ó el perímetro frontal, decorado con plantas de henequén que forman una barda natural.

Dos árboles en la entrada se comunican en línea diagonal con el pich, de 30 metros de altura, ubicado en el patio central. Para llegar a éste se cruza un vestíbulo de muros de más de dos metros, revestidos de láminas de acero en color negro, que dividen el techo blanco que corona el inmueble.

Libre de muros, la terraza da acceso a la piscina, mientras que la sala y el comedor tienen vistas a la hacienda, al pich y a algunos de los ocho jardines y patios que tiene la residencia. Un pasillo comunica las tres recámaras, todas con vista al patio central. Su privacidad es resguardad­a por anchos muros de piedra.

Entre los materiales destaca el estuco, maderas, concreto y chocum, un recubrimie­nto usado por los mayas para zonas húmedas. “Los muros están forrados de láminas de acero, el piso es de granito y la jardinería es endémica”, señala Abreu.

Así como la piscina refleja el casco de la hacienda, un espejo de agua lo hace con el frondoso pich. “Hubo que buscar plantas que crecieran a la sombra del árbol”, detalla, porque es el protagonis­ta.

El planteamie­nto en la Casa del Árbol fue diferente. Se trataba de cuidar los elementos preexisten­tes: la mayor apor tación fue mostrar que se puede vivir en comunión con el entorno, en este caso Mérida, que es una ciudad muy tranquila.

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