Roberto Hernández
La participación democrática en los proyectos se agradece, pero decidir sobre el NAIM es demasiado complejo.
Nadie podrá decir que cuando algo que le atañe es realizado sin pedirle su opinión, no resulta tentadoramente criticable. El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, desde su campaña atacó al Nuevo Aeropuerto Internacional de México, y desde entonces señaló que lo sometería a una consulta popular.
A nadie nos preguntaron en un inicio si queríamos el Nuevo Aeropuerto, dónde lo queríamos y si nos convenía. Aun con múltiples escándalos, desde los macheteros de Atenco, hasta las cuestionadas formas en que se inició el nuevo aeropuerto y a quienes ha contratado, las autoridades decidieron dónde, cómo y con quién hacerlo, aun ante los ojos incrédulos de la ciudadanía y sin preguntarnos nada.
La propuesta del presidente electo López Obrador no es mala. Los ciudadanos nos preguntamos a donde está ese 35% de impuestos que nos quita ‘Lolita’ sin miramientos.
La participación democrática en los proyectos es una muy buena y sana idea. Los ciudadanos tenemos que opinar y decir a dónde queremos que nuestro dinero se destine, cómo queremos que se haga, y con quién.
El problema de fondo en estos temas, radica en : (i) qué información tenemos para dar nuestra opinión; (ii) quién prepara esa información; (iii) qué grado de conocimiento tenemos para dar la opinión, y (iv) qué tan conveniente es que el ciudadano de a pie dé esa opinión en casos específicos.
El caso concreto del NAIM es complejo: un proyecto ya iniciado, altamente sofisticado y técnico. Desde su inicio, aun sin la intervención del presidente electo López Obrador, voces de la ingeniería nacional e internacional se encontraron en discusiones acaloradas sobre la “conveniencia” de hacerlo en el lugar seleccionado.
Se contrató a una empresa holandesa experta para resolver el tema, que hasta hace poco los ingenieros cuestionaban diciendo que no resultaría. Ahora, la ingeniería mexicana, después de que se comenzó el proyecto, adjudicado los contratos y todo encaminado a concluirlo ahí, defienden a capa y espada el proyecto.
El gran problema es que nunca habrá un consenso real, menos entre tantos actores de diversos tipos, por una sencilla razón: en materia profesional, todos tenemos distintas experiencias, visiones y criterios. Bien dicen, en forma de burla, que donde hay dos abogados hay tres opiniones, y donde hay tres ingenieros, puede haber más de cinco.
La participación democrática en los proyectos es una buena iniciativa que se agradece. Pero cuando se trata de acciones de esta complejidad, el jefe supremo debe tomar la responsabilidad de decidir qué hacer y no abrir la caja de pandora.
Si el pueblo decidió otorgarle la confianza para que encabece al país, es para que en esos temas complejos asuma la decisión final, y no deje la responsabilidad a los mexicanos que, definitivamente, no tenemos en nuestra mayoría la capacidad de analizar temas que rebasan nuestra realidad. Cada quien debe asumir su responsabilidad con las consecuencias que ello conlleva.
Si el pueblo decidió otorgarle la confianza para que encabece al país, es para que en este tipo de temas complejos asuma la decisión final”