Un recinto que se abre al público
Este lugar es una aproximación en dos tiempos sincrónicos: integración plástica y espacio colectivo.
El Museo Juan Soriano es una aproximación en dos tiempos sincrónicos: integración plástica y espacio colectivo.
Entre el barrio de Amatitlán, de origen náhuatl, y el centro de la ciudad de Cuernavaca se erige el Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano (MMAC), una estructura de concreto aparente de pigmento blanco, sobria, ortogonal, suspendida a nivel de jardín, lo que da una sensación de que flota, y al mismo tiempo le permite ensamblar salas de exposición, talleres, biblioteca y restaurante.
Su jardín escultórico es el conector y tránsito de la vida cotidiana del centro de Cuernavaca y sus alrededores. Se trata de 6,350 m2 de naturaleza tropical que enmarcan con su tonalidad verde 16 esculturas de gran formato, acompañadas de cuerpos de agua que rememoran tiempos antiguos, cuando Amatitlán brillaba por su manantiales y sus frondosos amates. (Hoy sólo un apantle de cauce natural da cuenta de lo que un día fue.)
Jsa-taller, liderado por Javier Sánchez y Aisha Ballesteros (en la oficina de México), fue el encargado de interpretar el espíritu libre del artista tapatío Juan Soriano (Jalisco, 1920- Ciudad de México, 2006), y proyectó un espacio con contenedores, secuencias espaciales, vanos, encuadres, trayectos, plazas, esculturas, espejos de agua, jardines y árboles frondosos.
En entrevista con Obras, la arquitecta Aisha Ballesteros rememora que la Secretaría de Cultura de Morelos, por instrucción del entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes que presidía Rafael Tovar y de Teresa (1954-2016), invitó a siete despachos a presentar proyectos para preservar el legado artístico de Juan Soriano, a quien la escritora Elena Poniatowska llamara ‘niño de mil años’ en el libro que reúne decenas de entrevistas con el artista tapatío.
“Por unanimidad, el jurado nos dio el gane”, afirma la arquitecta, y comenzaron a trabajar en los requerimientos y necesidades para el resguardo, exhibición y actividades que se realizarían en el museo.
Una de las principales apuestas fue concentrar dichas necesidades en un costado del predio, cuenta Ballesteros, “lo que nos permitió liberar la mayor parte del jardín” para hacerlo público. Y apostaron por que el edificio fuera un ‘puente’ al conectar al centro de Cuernavaca con el centro de Amatitlán para ser parte de la vida cotidiana del barrio.
La obra arquitectónica cobra relevancia porque hacía mucho que en Cuernavaca no se edificaba un museo de esas características y con la tecnología con la que cuenta, contextualiza Aisha Ballesteros
Materiales aparentes
La selección de los materiales tuvo como eje un envejecimiento digno y de bajo mantenimiento: concreto aparente y mármol mexicano.
“Lo que hemos aprendido en nuestra práctica es que el concreto aparente mata dos pájaros de un tiro: te aporta la parte estructural y estética, y te beneficia en la conservación; no tienes problemas de pintura, ni pastas que tuvieras que reemplazar. Tomamos la decisión de que fuera blanco por un tema de compatibilidad con la exhibición”.
Para complementar, necesitaban un acabado, y se toparon con el mármol mexicano de Torreón ( llamado terragona). “Nos gustó; tiene como esta apariencia continua de color oscuro, que hacía un buen contraste con el concreto y, a su vez, es cacarizo, no es perfecto, no tiene decorado”.
En los baños se decidió incluir el trabajo de una empresa de vieja usanza en Morelos, Kolorines, además de mosaico veneciano, “un azulejo de material noble”, dice Aisha.
En un edificio abierto en su planta baja y sin clima en el vestíbulo, donde todo el año hace calor, llueve y hay humedad, “se decidió usar celosías y lambrines de madera de parota, que se caracteriza por ser dura y resistente” a las condiciones climáticas antes referidas. En la biblioteca se usó la misma madera. El despacho mexicano de diseño industrial Mutable diseñó los libreros y las mesas bajo las especificaciones de Jsa-taller.
Jardín escultórico
El jardín es el regalo que hace el museo a la vida cotidiana, y comienza a ser el paso diario de varias amas de casa que acuden de un mercado a otro a cubrir las necesidades del hogar. O bien, el lugar preferido por jóvenes para leer, platicar o hacer trabajos escolares.
El taller JSA se asesoró con Genfor Landscaping que dirige Teobaldo Eguiluz, un paisajista especialista en genética de árboles. Conforme con los trazos del recorrido, él les sugirió las especies que podían convivir en relación con su consumo de agua y asoleamiento.
En entrevista con Obras, el botánico Eguiluz explica: “este jardín se diseñó pensando en tener un marco de referencia para las esculturas de Juan Soriano, en el cual se contemplaron árboles nativos: roble, ceiba, huanacaxtle, el guaje local –especie que Soriano dibujaba en sus pinturas y paisajes–. Además se contemplaron arbustos con poca flor y, sobre todo, que la vegetación fuera baja y con mucho verde para resaltar las esculturas”.
El espejo de agua cumple la doble función de rememorar los manantiales que antes había en Amatitlán. “No puede haber jardín tropical si no hay agua”, dice Eguiluz. Además, sirve como una especie de controlador térmico para la sala de exhibición que se encuentra debajo.
La escultura Toro echado, de Soriano, reposa como aquel cuerpo imponente que contempló al pie de una carretera, y es enmarcado por tules, ninfas, lirio acuático, papiro egipcio, que realzan esta obra y permiten que el agua permanezca limpia. En los cuerpos de agua se introdujo pez japonés koi, especie acostumbrada a salir y respirar con frecuencia, que “además de ornamentales son tropicales”, explica.
Este museo está diseñado para romper con el estigma de espacios cerrados; se integra a la ciudad de Cuernavaca y aporta un espacio público.
Teobaldo describe que el jardín “es como un recién nacido: al principio es un poco feíto”, pues las plantas necesitan por lo menos seis meses para hidratarse y mostrar su expresión; los árboles, sobre todo si son de viveros, se llevan tres estaciones de crecimiento para arraigarse.
El jardín está diseñado para permanecer siempre verde y tener distintas floraciones en diversas épocas del año; de ahí la introducción de los filodendros tropicales, combinados con tronadora, que da flor de color amarillo y –como contraste– Cascabela thevetia, aderezados con huele de noche. Todo esto en las jardineras, enumera Eguiluz, mientras que fresnos, ceibas y amates “serán los encargados de ofrecer buena sombra a los visitantes”.
Iluminación
El despacho de arquitectos sacó ventaja del exceso de sol de Cuernavaca, y en lugar de un contendor cerrado apostó por que la sala principal del MMAC contara con tecnología de tragaluces para tener luz cenital.
La empresa Lighteam, que dirige Gustavo Avilés, los asesoró en temas de iluminación. Su director cuenta que el primer reto fue lograr una luz homogénea y estable en la sala principal por las alturas de cerca 12 metros. Lo mismo que en la sala del subterráneo, ésta se tenía que iluminar a partir de un plafón oscuro que cubría un tercio del muro.
“Mandé hacer proyectores con ópticas y distancias muy precisas para lograr este efecto. Incluso pasa la prueba fotográfica, porque hemos tomado fotos a detalle y la luz aparece parejita”, cuenta Avilés. Explica que estos efectos se logran con una tecnología de la tradición americana que se llama Edison Price, que tiene la patente dark light o luz oscura.
En las salas grandes hay dos tipos de reflectores: unos ovalizados con leds de alta tecnología, reproducción cromática de 95% y colocados a 28º, lo que permite verticalizar la luz en los muros, y reflectores de acento en el rango de 15º que generan el contraste.
El jardín escultórico es la conexión con la vida cotidiana. Sus 6,350 m2 de naturaleza tropical enmarcan 16 esculturas de gran formato
La arquitecta Ballesteros explica que el sistema de iluminación se compone de capas: arriba hay un vidrio de control solar duovent que reduce la radiación en 87%, altamente resistente; debajo hay una persiana retráctil ( black out), tecnología de la empresa Gabin, y a la par está la salida del aire con una pantalla de iluminación ( barrisol) que difumina la luz y permite homogeneidad para no alterar el color de las obras, y luego la luz artificial con la tecnología Edison Price.
En los jardines hay un principio de iluminación escénica de paisaje: las frondas de los árboles se iluminaron con acentos hacia las esculturas.
Entre cafetería, biblioteca, oficinas y áreas museográficas con diferentes escalas y funciones, se usaron cerca de 1,200 luminarias en todo el MMAC.
Recorrido
Desde el centro de Cuernavaca se llega caminando al MMAC. Librado el entronque de la avenida Guillermo Gándara, se sube por una escalinata para quedar frente a la fachada volada.
Las escaleras conducen al vestíbulo principal que conecta el espacio público y la sala de exhibición, y a un lado está la galería abierta, que es un espacio flexible. El camino se bifurca entonces, y se puede bajar por “la gruta”, como llama a la biblioteca la arquitecta Ballesteros, para llegar al cubo que aloja dos salas de exhibición.
Para subir a la sala principal es necesario ascender por la escalera helicoidal, elemento arquitectónico que distingue a Jsa-taller, y que genera encuadres y vanos al centro de Cuernavaca. Una vez arriba, las vistas enmarcan el jardín fantástico de Juan Soriano.
Movimiento de obra
Julia Molinar, del departamento de conservación del Museo Universitario Arte Contemporáneo, sugirió a los arquitectos de JSA los parámetros de temperatura, luminosidad y radiación para diferentes tipos de obra plástica.
Al llegar, las piezas a exhibirse se bajan a la bodega de acervo, son registradas, conviven con la obra que va de salida, se aclimatan y de ahí suben por un elevador central que se vuelve la columna vertebral de comunicación; por ese medio la obra llega a las salas. “Ya es una parte muy técnica de construir museos”, dice Molinar.
En la historia del arte mexicano, Juan Soriano fue un ser libre, crítico del muralismo. Incursionó en el surrealismo, pero no se enganchó. Fue un personaje constante en las crónicas de Salvador Novo, un hombre que se reinventaba cada vez que anidaba y exploraba una nueva técnica; de ahí su incursión en el teatro, la pintura, el grabado, la escultura en pequeño y gran formato. Sus temas recurrentes: lo animal, la familia, la muerte y el erotismo.
Andrea Torreblanca, directora del Museo Morelense de Arte Contemporáneo, comenta que el recinto está diseñado para romper con el estigma del museo cerrado, porque se suma a la ciudad, y expone que en el recorrido los arquitectos de JSA supieron interpretar el espíritu libre del pintor y escultor Juan Soriano. “Este museo tiene la característica de permitir visitarlo de muchas formas; muchas veces con diferentes perspectivas, con numerosas temporalidades”.
El recinto alberga más de 1,200 obras de Juan Soriano, entre escultura, pintura, gráfica, etc. Y un archivo, en su mayoría inédito, que suma la correspondencia que el artista sostuvo a lo largo de su vida con numerosos intelectuales.
“Es un acervo bastante rico en cuanto a técnicas, y permite muchas lecturas”, considera Torreblanca.
La historiadora de arte se refiere al espíritu cosmopolita de Juan Soriano: desde los 14 años lo cobijan artistas importantes, frecuenta la casa de Chucho Reyes, y al grupo de los Contemporáneos, es amigo de Octavio Paz y de los exiliados españoles, en especial de María Zambrano, pero es –a decir de Torreblanca– la fotógrafa Lola Álvarez Bravo quien lo presenta con muchos artistas e intelectuales.
Los viajes a Roma, Grecia y Creta influyen en su obra desde la mitología, de ahí que muchos críticos cataloguen a Soriano como “un ser atemporal”.
La iluminación del museo integra un sistema a manera de capas, que incluye cristal duovent, persiana retráctil, pantallas y luz artificial