Lejos de la arrogancia
Considerada como el mejor edificio del mundo, esta escuela rural de la Amazonia brasileña impone su sencillez sobre la extravagancia contemporánea.
El mejor edificio del mundo es una escuela rural de Brasil que impone su sencillez sobre la extravagancia contemporánea.
En el corazón geográfico de Brasil, en medio de la selva, al pie de los arrozales y al margen del río Javaés, en Tocantins —uno de los nueve estados que conforman la región amazónica— se halla uno de los mejores edificios del mundo, construido a base de bloques de tierra local y madera: la escuela-estancia Canuanã, que en diciembre fue reconocida por el Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA) como una de las mejores arquitecturas contemporáneas.
El municipio de Formoso de Araguiaia, en Tocanis, donde se erige la Escuela-hacienda Canuanã, es una región indígena de la tribu Javaés. Esta cultura y el trabajo diario de su gente dieron pie a la creación y a la renovación de la escuela rural creada en 1973, con el financiamiento de la Fundación Bradesco.
La escuela funciona en un régimen de internado que acoge a niños y jóvenes entre siete y 18 años, hijos de indígenas y caboblos (mestizos brasileños) que trabajan todo el día como peones en una región donde las distancias locales son muy grandes, por lo que los niños y jóvenes sólo tienen la posibilidad de estudiar si se les ofrece un dormitorio.
Con 40 años de existencia, la escuela acoge a un promedio de 540 estudiantes. Antes de su renovación, los alumnos compartían habitaciones para 40 niños; su privacidad quedaba relegada.
La Fundación Bradesco convocó a Gustavo Utrabo y Pedro Duschenes (Aleph Zero) y Adriana Benguela y Marcelo Rosenbaum (Rosenbaum) para repensar este espacio, ubicado en un territorio de difícil acceso.
Además de su concepción arquitectónica, las nuevas viviendas debían tener una fuerte sensación de pertenencia. “Era necesario entender cómo los alumnos deseaban vivir. Quería que las personas involucradas fueran a la escuela y vieran aquello de cerca”, declara Denise Aguiar Alvarez, directora de la Fundación Bradesco.
En efecto, el equipo de arquitectos comprendió en su magnitud el tema de la accesibilidad sólo cuando viajaron desde São Paulo hasta Formoso de Araguiaia, lo que toma alrededor de 12 horas, a través de diferentes medios de transporte.
Tuvieron que tomar en cuenta las adecuaciones y cambios estructurales, pero también “entender la situación de las personas y su contexto. La cuestión de las distancias dificulta mucho el acceso al lugar y por eso había que crear una relación de pertenencia para los edificios existentes y para el futuro”, comenta Gustavo Utrabo, del estudio Aleph Zero, en entrevista con Obras.
El proceso inicial involucró a los alumnos de Canuanã y al cuerpo pedagógico mediante un reconocimiento previo y una investigación. Los arquitectos modelaron la solución arquitectónica con base en tres pedidos principales de los estudiantes: comodidad, privacidad y respeto de las individualidades.
Manos a la obra
La intervención se basó en el cambio del concepto de alojamiento al de vivienda, esta premisa fue el punto de partida del proyecto. En términos de construcción, el objetivo fue crear un puente entre los conocimien-
tos ancestrales y locales, actualizados por medio de la ciencia y la tecnología, para lograr un espacio de aprendizaje y visión de futuro.
La escuela estaba organizada en dos complejos: masculino y femenino, esquema que se respetó del diseño anterior. “Las viviendas fueron relocalizadas del corazón de la hacienda a los alrededores para concentrar las actividades pedagógicas en el centro y, de esa forma, separar la vida privada de la vida escolar”, apunta el proyecto de la Fundación Bradesco.
Para resolver la cuestión de la sobrepoblación de los dormitorios se diseñaron módulos habitacionales para seis niños, ubicados debajo de un gran tejado para crear una sombra que los protege del calor extremo, sobre todo, durante el verano, época en la que se alcanzan temperaturas de 40 grados.
El clima de la selva húmeda y la remota localización del predio fueron factores que considerar para definir el tipo de materiales, así como la durabilidad y el aislamiento térmico que éstos ofrecían.
El resultado es una obra que parece mimetizarse con el paisaje de los parajes selváticos, cuyos colores evocan las tonalidades del atardecer en la zona.
Utrabo explica que los materiales pesados, como los ladrillos de barro sin cocción, fueron fabricados in situ, utilizando la tierra de la propia hacienda. Los materiales ligeros prefabricados fueron trasladados al lugar para su ensamblaje. “Construir una obra de este tipo en un terreno como éste, muy alejado, requiere que todo sea muy ligero para montar las piezas en el sitio. Lo más pesado fue pensado para hacerlo localmente con el suelo del lugar”, señala puntualiza.
La apropiación del territorio y las características del suelo acompañaron el diseño arquitectónico para la ampliación de los espacios estratégicos. “Nos interesó la relación de la repetición de un elemento en distintos espacios. La cuadrícula es 5.90 x 5.90 y la modulación se repite mucho”, puntualiza Utrabo.
Los dormitorios están agrupados en estructuras de ladrillos asentados como muxarabi (muro de concreto en forma de arabesco que filtra la luz) en las áreas de servicio, exactamente como se hace en las casas de la región para crear un aislamiento térmico eficiente.
La estructura de madera laminada colada (MLC) fue producida con madera 100% de bosques de reforestación, con tecnología de bajo impacto ambiental. “Tratamos de hacer la conexión más natural. Estábamos muy atentos a los sentimientos del sitio desde una aproximación filosófica para que el proyecto se comunicara con la naturaleza”, expresa el arquitecto.
Es una obra que parece mimetizarse con los paisajes de los parajes selváticos, cuyos colores evocan las tonalidades del atardecer de la zona.
El arquitecto paisajista Leandro Fontana explica que la plaza central está limitada por un espejo de agua que recibe el líquido del tejado y la devuelve al río Javaés, haciendo una referencia a la isla del Bananal, la mayor isla fluvial del mundo.
Además, “en todo el entorno de las viviendas hay una secuencia de árboles modulados al mismo ritmo de los pilares de madera de la edificación, creando un gran bosque”.
El estudio de Rosenbaum detalla que el paisajismo crea en los patios el microclima resultante del encuentro de tres biomas: cerrado, amazonia y pantanal, que reconectan a los niños con la biodiversidad del lugar. “El espacio organiza las relaciones entre lo público y lo privado, creando áreas de convivencia entre el colectivo, la naturaleza y el individuo, reconecta a los niños y jóvenes a sus orígenes como humanidad, con conexión viva con el ecosistema que los rodea”, explica.
“En esta generosidad de microclimas se pueden tener las distintas funciones que requiere la escuela y, a su vez, proteger los dormitorios de esa actividad”, agrega Utrabo.
“Hablamos con la gente y entendimos la necesidad de tener un gran techo en forma de dosel, debajo del cual se puede tener un espacio libre para la imaginación de los niños y un espacio de encuentro y generación de nuevos juegos”, dice. En cuanto a las zonas de circulación, éstas son “muy generosas”, y eso surgió a partir del ejercicio de la mirada sobre el espacio, comenta Utrabo, de Aleph Zero.
Para el presidente de la RIBA, Ben Derbyshire, este espacio “ofrece un ambiente excepcional diseñado para mejorar las vidas y el bienestar de los niños de la escuela, e ilustra el inmenso valor del buen diseño educativo”. En tanto, Elizabeth Diller, presidenta del jurado de RIBA, expresó en su momento que “el mejor edificio del mundo necesita despertarnos del estupor diario a algo desafiante que nos enseña por qué la arquitectura es aún relevante”.