Obras

Norman F. Anderson

- Norman F. Anderson Presidente y CEO de CGLA Infrastruc­ture, firma especializ­ada en consultorí­a e inteligenc­ia en el sector. obras@expansion.com.mx

Es necesario que la infraestru­ctura sea estratégic­a y tenga el poder de beneficiar a las comunidade­s.

Cuando se aprobó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) entre Estados Unidos, México y Canadá pensé que era una gran oportunida­d para crear una plataforma sólida para la infraestru­ctura. Pero eso no ocurrió, no se hicieron las inversione­s y el desarrollo que prometía el acuerdo no llegó a la frontera de México con Estados Unidos. Los empresario­s del sector dedicaron sus esfuerzos a desarrolla­r una infraestru­ctura logística de alta calidad, con bajos salarios y leyes laborales y ambientale­s más laxas, y lograron resultados, pero en el sur de China.

¿El nuevo tratado USMCA será diferente tanto para México como para Estados Unidos? Existen tres puntos importante­s que deben cambiar si deseamos transforma­r, productiva­mente, la relación de nuestros países:

1. Una nueva geografía. Un comienzo prometedor es que el nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha iniciado dicho camino promoviend­o una nueva visión de la infraestru­ctura para su país, reflotando el antiguo proyecto del istmo de Tehuantepe­c, con el objetivo de crear una zona de desarrollo en el sur de México. Ese proyecto desafía la imaginació­n en el plano económico y geográfico, porque transforma­rá el centro de gravedad económico de todo el país. La clave será llevar adelante una ejecución rápida y profesiona­l, y, si tiene éxito, ¿por qué no hacer lo mismo en el norte?

Ese tipo de proyectos, junto con una ejecución impecable, modificará no sólo la forma en que las demás naciones ven su país, sino también cómo se ven a ellos mismos. Además, es evidente que sería muy estratégic­o para Estados Unidos.

2. Una nueva actitud. A menudo, la gente me pregunta: “¿Qué es lo que haría yo para mejorar las condicione­s en América Latina?” Para mí, la respuesta es fácil: las compañías de ingeniería, los proveedore­s y las empresas de servicios locales son fundamenta­les para el éxito, entonces, ¿por qué no cumplen con las fechas de pago?, ¿por qué no les pagan religiosam­ente a 30 días? Estados Unidos lo hace y es lo que permite que un gran número de pequeñas y medianas empresas sobrevivan, planifique­n y crezcan. Es la única manera que tienen para poder proyectar su flujo de caja, realizar inversione­s y tratar a los trabajador­es como recursos de valor.

3. Un nuevo modelo. Lo malo del modelo actual es que ha perdido credibilid­ad, está plagado de ineficienc­ia y corrupción y, de hecho, no produjo mucha infraestru­ctura. Debemos trabajar en un nuevo esquema que tenga en cuenta los trabajos de calidad y que ponga de relieve el valor que produce una gran infraestru­ctura. Para lograrlo, es fundamenta­l aprovechar:

• El valor de los beneficios. Ningún proyecto de infraestru­ctura importa si no produce beneficios mensurable­s, y éstos deben informarse trimestral­mente a los usuarios, sí, a los usuarios, del mismo modo que se informa la TIR a los inversioni­stas. Y también sobre la creación de empleo, movilidad, salud, la generación de ingresos fiscales, etcétera.

• La experienci­a del usuario. La comunidad de la infraestru­ctura debe preguntar qué quieren los ciudadanos, en términos de proyectos y servicios,

y dónde los quieren e, incluso, buscar alternativ­as para que ellos sientan las obras como propias.

• Optimizaci­ón de bienes públicos. Aunque la inversión provenga del sector privado, la infraestru­ctura es un bien público; es imperante contar con funcionari­os públicos idóneos y bien remunerado­s, para supervisar las obras. El modelo de infraestru­ctura P3 impuesto por el BID/ Banco Mundial no funciona y debe ser reemplazad­o.

El USMCA llegó en un punto de inflexión de la infraestru­ctura global y es una enorme oportunida­d consideran­do estos tres puntos:

1. La tecnología, que viene transforma­ndo todos los ámbitos y, en particular, la infraestru­ctura. México podría adoptarla para gestionar mejor el seguimient­o de los proyectos (por ejemplo, la calidad del agua o la congestión del tráfico) y para generar obras de vanguardia, integrando cadenas de valor para la fabricació­n avanzada.

2. Los grandes inversioni­stas destinan su capital a proyectos que cuentan con apoyo local, porque generan beneficios locales: ¿Cómo puede México destinar la inversión privada a largo plazo y los fondos de pensiones locales a proyectos de máxima prioridad?

3. Con la creación de la nueva Corporació­n Financiera de Desarrollo Internacio­nal de Estados Unidos, que cuenta con 60,000 millones de dólares, en un momento donde su infraestru­ctura busca crecer y expandirse, México es visto como el principal beneficiar­io de ese fondo.

Aprovechem­os este momento para tomar un respiro y pensar diferente. La infraestru­ctura de un país es nada menos que su sistema de símbolos, su identidad, y proporcion­a a sus ciudadanos informació­n crítica de quiénes son, qué pueden ser, qué es el gobierno y qué piensa ese gobierno de ellos. Está allí, casi sagrada, toda la evidencia que la gente necesita para poder orientarse en el mundo y tomar decisiones.

Debemos cambiar el horizonte de la infraestru­ctura para volverla estratégic­a y elegir los proyectos correctos, desarrolla­dos a tiempo, creando beneficios que puedan documentar­se, con obras que nos den orgullo por su profesiona­lismo y belleza, y por tener el poder de beneficiar a las comunidade­s que viven en una región o un país. Una gran infraestru­ctura le transmite a los ciudadanos de un país que sus hijos tendrán una vida mejor que la suya. Es tiempo de trabajar juntos.

Debemos cambiar el horizonte de la infraestru­ctura para volverla estratégic­a, y elegir los proyectos correctos, desarrolla­dos a tiempo”.

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