Antonio Toca
Se aprende por ensayo y error o bien, por imitación. Cometiendo errores y corrigiéndolos se mejora.
Anadie le gusta admitir que cometió un error y, cuanto mayor es éste, es más difícil aún, pues reconocerlo cuestiona el carácter, juicio o talento de quien lo comete. Negarse a admitir una falla es común en muchas áreas de la actividad humana. Incluso la ciencia se resiste a admitir un error si éste no se prueba objetivamente.
Las fallas son más graves y notorias en actividades u obras que implican recursos y tiempo, y cuyos resultados producen grandes pérdidas. Pero ahora la tecnología puede ayudar a reducir o detectar a tiempo esos traspiés.
Durante siglos se han cometido errores sin ser evidentes; sólo los que causan grandes pérdidas salen a la luz para ser juzgados.
Está tan arraigada la costumbre de reconocer sólo el éxito, que, difícilmente, se analizan los fracasos. Además, el sistema social de reconocimiento no admite que se puede aprender de los errores, sobre todo, si son graves, por eso se les oculta o minimiza.
Pero se ha demostrado que se aprende por ensayo y error, o bien, por imitación. Cometiendo errores y corrigiéndolos se puede mejorar cualquier cosa. Si se desarrolla un proyecto se sabe que se puede mejorar, claro que eso implica verificar que tenga la menor cantidad de errores en su diseño.
Para la mayoría, las obras de arquitectura, diseño o de ingeniería son casi invisibles, hasta que fallan; y fallan en diversos aspectos, como su solidez, su utilidad, su eficiencia o por su costoso mantenimiento.
El error más grave en las obras es la solidez, como se demuestra en los terremotos. Pero con la digitalización de los procesos, ahora es más fácil evaluar la calidad y el desempeño de las construcciones. Lo que antes se ignoraba, ahora se puede conocer con objetividad.
Todos hemos sido testigos de fallas en la construcción. Basta recorrer la ciudad para comprobar que se cometen errores elementales: edificios mal orientados, sobredimensionados o torpemente diseñados o baños sin vestibulación. Esos traspiés difícilmente se perciben, pero hay otros que representan altos costos en mantenimiento o fallas de seguridad que, algunas veces, han costado vidas.
La forma informa y puede revelar –y también ocultar– tanto aciertos como defectos. Si se analiza, la forma de los artefactos o edificios contiene información útil sobre su estructura, su utilidad, sus valores y su estado físico; pero, con dificultad, se percibe el extraordinario valor de esa información.
Nuestra cultura se materializa en la ciudad, en edificios y artefactos que habitamos y usamos. Por eso, es importante el avance que se ha realizado en pocos años en la evaluación de las obras. Ahora se pueden conocer con antelación los aciertos y errores, con mucha precisión, aunque los edificios son más complejos y requieren la participación de equipos interdisciplinarios. Además, los promotores y propietarios de edificios están más conscientes de la necesidad de realizarlos con eficiencia.
Una manera efectiva de evitar errores es admitir y corregir las equivocaciones. Winston Churchill, que algo sabía de éxitos y fracasos, señaló: “El éxito consiste en pasar de un fracaso a otro, sin perder el entusiasmo”.
Se ha demostrado que se aprende por ensayo y error, o bien, por imitación. Cometiendo errores y corrigiéndolos se puede mejorar”.