Pásala!

Recogiendo corazones rotos

- Por Mario Manterola

EEl secreto del amor, como todo en la vida, está en esperar, ser paciente y saber en qué momento sacársela para que te la chupen, con el ímpetu de un espartano sacando los corazones de soldados del Ejército persa invadiendo Grecia por el Mar Egeo.

El 14 de febrero la ciudad se llenó de parejitas en los parques, intercambi­ando osos de peluche más roñosos que los perros que acompañan a los señores que recogen la basura en carrito, con flores que 15 minutos después de salir de los semáforos donde las vendían, comenzaban a pudrirse como el amor que se juraban aquellos que con un chocolate en forma de corazoncit­o pedorro piensan demostrar algo tan puro y grande que no cabe en una fecha en el calendario.

Pero no, el Miguel no es de esos, este valedor es un maestro del catre, un sensei de las tanguitas húmedas y los dedos que huelen a pescado. Tras varios años de ser de esos soldados caídos, que al final acaba sentado solo en su motoneta, sosteniend­o un triste ramo deshojado y un muñeco ‘Stitch’ que la morra no aceptó porque de repente le entró la idea de que se merecía algo más, decidió que el 14 de febrero, en vez de ser una fecha para conmemorar, era el inicio de la época de cacería.

Es Cupido

En la misma motoneta con la que asalta automovili­stas atorados en el tráfico, se puso a rondar por las calles de su colonia, pero no buscando celulares qué arrebatar, ni bolsas qué esculcar, sino morras que fueran decepciona­das ese día por un galán que no se esforzó lo suficiente, además de culitos que nadie peló, que se quedaron esperando por su Romeo, su príncipe azul que jamás llegó, para hacer su triunfal aparición.

Sin la más mínima preparació­n en temas de finanzas y economía, por tener la vocacional trunca, pudo entender de fluctuació­n del mercado del amor, para saber que el 14 de febrero por la noche los precios de las flores chidas y los regalos caros se desploman más rápido que una obra negra mal cimentada durante un temblor, así que sólo era cuestión de llegar antes de que cerraran para comprar un oso de peluche de tamaño real en la tercera parte del precio, sólo por el hecho de que nadie más en su sano juicio lo compraría otro día, y con las flores, lo mismo.

Y tenía bien checadita a la Toña, una morra cuyas largas piernas exigían un trato especial y no el que le daba el pendejo con el que andaba, que pensaba que sólo por tener coche del año y conjugar los verbos en segunda persona sin la

‘s’ al final, le daba derecho a olvidarse de ella, sobre todo ese día que ella sí considerab­a especial, que esperaba ser consentida como la princesa que es y no sólo como la nalga de un cabrón que hasta ha de ser casado o puto.

El Sam va lentín

En el último minuto del 14 de febrero se apareció frente a su puerta, con un pinche osote que apenas cabía en su motoneta y unas flores que olían tan chido que ni la coladera abierta de la esquina se alcanzaba a percibir, bañado como si fuera a pedir un trabajo honrado y los ojos libres de cualquier solvente, para declararle su amor a esa ninfa olvidada de chiches redondas y pezón rosado.

Al abrir la puerta no lo podía creer, aún en su mirada se notaban los rastros de las lágrimas que había

derramado por culpa de aquel cabrón que nunca la valoró, no como el Brayan Miguel, que estaba ahí parado listo para declararle su amor y todo lo que se había guardado desde la secundaria, cuando se conocieron.

Pudo haber sido él o cualquier cabrón, porque en ese momento estaba tan dolida, que esas piernas se le abrirían al primer güey que le hablara bonito y eso lo sabía nuestro héroe, que con su discurso de querer ser quien la tratara como ella se merecía, llenarla de besos, flores y caricias, además de trabajar como un burro sólo para verla sonreír, la hizo empaparse la pantufla como debió hacerlo con el otro cabrón.

Lo agarró de su playera imitación Armani y lo lanzó sobre el oso de peluche que cubría todo el piso de la sala de su departamen­to, para cabalgarlo duro como si quisiera matarlo a sentones, alimentada por el rencor de saberse una vieja olvidada en pleno día de los

enamorados.

¡Uta!

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