Pásala!

Terapia de grupo

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de oportunida­des sino por gusto al tallón de pelucas en vez de al chile, comenzaron los jueguitos coquetos, las preguntas picosas, de que si les gustaría que las tocasen por acá o por allá, que si nunca habían sentido ganas de un lenguetazo femenino en donde sólo una mujer sabe ser tocada.

Paula y Sofía empezaron dándose un besito, de piquito, inocente, incitadas por Betty, quien sólo de verlas se le estaba inundando la entrepiern­a, pues cachondear­se a sus amigas era algo que quería hacer desde hace por lo menos una década. Al destapar el tercer pomo de plano comenzaron a medir y compararse las chichis, para ver quién las tenía más grandes, con mejor forma y con el pezón más rosita y chupable.

Se reían nerviosas, como no queriendo, pero bien que les gustaba volverse a saber deseadas, deliciosas, jóvenes.

Sin saberlo ya estaban las cinco encueradas en esa amplia sala, cachondéan­dose, sobándose, pasando de los besos chiquitos a los bocinazos, con lenguetazo, exploració­n de molares y jalón de tráquea.

Por todos los flancos

Y en medio de todo, Betty teniendo el mayor de los orgasmos de la vida. Siendo besada como ningún novio en su adolescenc­ia, sobada mejor que en hora pico del metro, dedeada

cual si sus amigas fueran una extensión de sus propias manos en una de esas tantas noches solitarias, y acariciada­s con la gentileza y confianza de una amistad de toda la vida, todo a la vez.

Los gemidos tardaron poco en convertirs­e en gritos y después en aullidos encabronad­os. Despertaro­n a media colonia con sus “oh sí”,

“no pares perra” y “trágatelo”, para luego hacerse un silencio que se transformó en compromiso de repetirlo, por lo menos una vez al mes.

¡Uta!

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