Los privilegios no correspondidos en la selección mexicana
El futbolista mexicano que llega a la selección nacional se encuentra, literalmente, con el paraíso. Recibe trato VIP, le cumplen sus caprichos, se hospeda en los mejores hoteles, vive en un espectacular Centro de Alto Rendimiento, le cuidan su alimentación, su ropa de entrenamiento está siempre impecable, sus zapatos de juego limpios, duerme las horas que necesita, toma siestas, le pagan viáticos, no se angustia si su pasaporte o visa están vencidos, no se forma para entrar a las salas de los aeropuertos o pasar migración, evita el engorroso trámite del check in en los hoteles, convive con sus familia en las “tediosas” concentraciones, tiene tiempo libre de sobra, se divierte de lo lindo con sus compas en los videojuegos.
No le falta una mesa de billar, tiene agua caliente, puede desobedecer el reglamento interno, entrena en buenas canchas, graba comerciales, son imagen de marcas publicitarias.
Tiene a su servicio a los que quiera. Le piden fotos y autógrafos; si le da la gana corresponde o no a los afectos de la gente.
No le gusta la crítica, difícilmente tiene autocrítica, le encantan las excusas y pretextos, vive en una burbuja, le encanta echarle la culpa a los medios de comunicación, porque lo juzgan y con frecuencia tergiversan sus declaraciones; son volubles y hasta bipolares. Desayunan, comen, cenan y toman refrigerios a sus horas.
Estas y muchas otras cosas más son parte del mundo del seleccionado nacional. Un personaje privilegiado que lo único que tiene que hacer es jugar bien; esa es su obligación, después de todo lo que se ha comentado.
De un tiempo a la fecha son tipos de cristal, que se sienten súper presionados y malqueridos por la gente. Nada más alejado de la realidad, porque la afición -con todo y los vergonzosos partidos que han dado- llena los estadios.
Los jugadores de la selección nacional, cínicos, piden apoyo sin merecerlo. Que se lo ganen. Cuando hagan bien su chamba, dejarán de ser unos llorones.