Periódico Al Día (Moroléon)

El nombre de Eco

- Enrique Gómez Orozco

Cuando leemos una novela pueden suceder muchas cosas pero dos son las rutas posibles: o requerimos de una concentrac­ión de láser para penetrar la trama o la narración nos jala de los cabellos a los pies y nos amarra al libro de principio a fin. Los llamados “thrillers” o novelas de suspenso hacen la segunda tarea y se convierten en los bestseller­s que pueblan los primeros estantes de las librerías.

Cuando primero conocí que había un maestro italiano que renovaba el pensamient­o filosófico de la década de los setentas, traté de entrar en su esfera. En algún lugar está el libro sobre Semiótica de Umberto Eco. Una hojeada solamente. Nunca lo leí. El tema parecía requerir demasiado esfuerzo y concentrac­ión.

A principio de los ochentas llega una novela llamada “El nombre de la rosa”, muy recomendad­a por su éxito en Europa. Leí desde la primera página hasta la última en dos noches de luz. La erudición del maestro se unía a una narración extraordin­aria de misterio en el escenario de un monasterio medieval.

Era un viaje a la vida intelectua­l y moral de los benedictin­os que traducían del griego y conservaba­n las obras clásicas. La obra es pura inteligenc­ia fácil de leer.

El éxito fue tal que la llevaron al cine con el papel estelar de Sean Connery en una muy buena interpreta­ción de la obra. Disfrutamo­s del film, la representa­ción del lugar y la época, pero nunca la intensidad de unas 15 horas de lectura de inmersión.

Eco escribió mucho más, difundió crítica literaria y tuvo conversaci­ones extraordin­arias sobre filosofía y religión con obispos li-

berales, siempre desde su postura de intelectua­l agnóstico. Otras dos novelas suyas fueron digeribles: “El Cementerio de Praga” y la de reciente aparición, “Número Cero”.

Umberto Eco merecía el Premio Nobel de literatura y todos los premios que le dieron en vida, pero el máximo, el que está más allá de su fama y erudición, fue el que le dimos millones de lectores de todo el mundo al terminar sus novelas, particular­mente “El Nombre de la Rosa”. Los grandes escritores tienen una obra que los marca. Con la muerte del maestro, filósofo, investigad­or y erudito, resurgirá su nombre como literato. El Eco de las masas.

Dos escritores murieron la semana pasada, Eco y Harper Lee, la creadora de la novela más recomendad­a y leída en las escuelas secundaria­s y preparator­ias de Estados Unidos, la novela del Siglo XX: “Matar un ruiseñor”. Lee retrata al Sur norteameri­cano, racista e injusto, anterior a la revolución de los derechos civiles de los años sesenta. Durante más de medio siglo no volvió a publicar. Su única novela le daba fama y permanenci­a universal en las letras. Al final, hace dos años publica una secuela llamada “Ve y pon un centinela”. Una segunda obra distante en calidad a su obra magna.

“Matar un ruiseñor” también se convirtió en película, con una actuación magistral de Gregory Peck. Un film en blanco y negro digno de ser visto. La novela de Lee cobra relevancia hoy día para comprender el espíritu racista de un sector de la población norteameri­cana representa­da al pie de la letra por Donald Trump y su pandilla. Pero ese es otro tema en gestación.

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