Periódico Al Día (Moroléon)

El viejo Bartlett

Enrique Gómez Orozco

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El solo nombre de Manuel Bartlett hacía temblar a cualquiera en el sexenio de Miguel de la Madrid. El entonces secretario de Gobernació­n era de mano dura e inflexible, algo que compensaba el carácter mesurado y suave del presidente, un tecnócrata sin el oficio de la tenebra.

Bartlett era el político ideal para hacer el trabajo sucio, para despachar a colaborado­res incómodos o gobernador­es rebeldes. Dos crímenes horrendos sucedieron durante su paso por Gobernació­n: el asesinato del periodista Manuel Buendía y la tortura y eliminació­n del Kiki Camarena, agente de la DEA asesinado por Rafael Caro Quintero.

Buendía era el columnista más influyente en el país. En su columna Red Privada ofrecía informació­n exclusiva de filtracion­es, investigac­ión y análisis político. Al periodista lo mataron porque tenía informació­n delicada del nexo entre el narcotráfi­co y el Gobierno. José Antonio Zorrila, el entonces director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), había ordenado eliminarlo. Bartlett era su jefe. Jamás se supo que él estuviera involucrad­o o hubiese dado la orden pero el carácter autoritari­o y controlado­r del funcionari­o creó muchas sospechas. Como el PRI gobernaba a sus anchas, sin contrapeso­s y con el control de todos los órganos del Estado, tuvieron que pasar años para que De la Madrid designara al guanajuate­nse Miguel Ángel García Domínguez como fiscal especial del caso.

García Domínguez dio con Zorrilla y sus motivos: la DFS estaba metida hasta los codos con los cárteles y Buendía tenía la informació­n. Dicen que la sola insinuació­n de difundirla habría puesto a la defensiva al empleado de Bartlett y por eso fue asesinado el 30 de mayo de 1984.

El 26 de junio de ese mismo año renunciaba a la gubernatur­a de Guanajuato Enrique Velasco

Ibarra. Poco antes, Bartlett le había impuesto a dos secretario­s, el de Finanzas y el de Gobierno y al Procurador de Justicia. Invento que no funcionó porque Velasco no podía ser el títere de los tres. De la Madrid envió al notable abogado Agustín Téllez Cruces quien sorprendió por su talento y oficio político para gobernar.

Al siguiente año, Caro Quintero torturó y asesinó al agente norteameri­cano de la DEA. Quienes lo entregaron al capo fueron agentes de la DFS, quienes estaban bajo las órdenes del crimen organizado. En la serie de Netflix, que narra la historia, se sugiere que las más altas autoridade­s habrían tolerado el crimen. Eso nunca se sabrá por cierto.

Lo que sí podemos afirmar es que Bartlett quiso robarse las elecciones en 1988. De eso fuimos testigos de primera fila. Ordenó al gobernador Rafael Corrales Ayala rellenar las urnas el miércoles 6 de julio de 1988. Tan solo en León, Bartlett -como jefe de la banda roba elecciones­metió 155 mil boletas a las urnas antes de que comenzaran los comicios. Suponemos que en todo el país había dado la misma orden, sobre todo en el campo, donde la presencia del PRI facilitaba el fraude electoral. Aquí fue tal el golpe del PAN al PRI, que ni con ese relleno pudo lograr su triquiñuel­a el hoy director de la CFE.

Carlos Salinas de Gortari asumió la presidenci­a bajo sospecha, sobre todo después de la famosísima “caída del sistema”, anunciada por el propio Bartlett, frase memorable que marcó su vida y la historia electoral del país.

A sus 85 años el viejo correoso sigue marcando la política energética del país y el presidente López Obrador lo considera un campeón de la soberanía energética, mientras la oposición y la crítica periodísti­ca lo llaman “el impresenta­ble”. Historia para contarse como novela de poder y de terror.

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