Corredor Industrial

El Gis Parte 1

- Javier Alejandro Mendoza González Envíenos su cuento a: latrincade­lcuento@gmail.com

Lalo Vázquez

Caminando por la calle, rumbo a nuestra casa, alrededor de las nueve de la noche, mis dos amigos y yo platicábam­os sobre el tema de la reencarnac­ión; creer o no creer. ¿Qué puedes reencarnar en persona, animal o cosa? Y eso desató una guerra de ideas, donde ninguno de los tres estuvimos de acuerdo. Reencarnar en animal, pues es más o menos creíble; en persona, eso si todos estuvimos de acuerdo, pero en una cosa, creo que no, eso sí que no. Y total, para no terminar peor, los tres nos mandamos a importunar a nuestra progenitor­a y le pusimos punto final a la plática. Cada uno nos fuimos

por rumbo diferente a nuestro hogar.

Al llegar a mi casa, tomé una cena ligera y me dirigí al cuarto, me puse la pijama de franela que es una bata con ositos y un gorro tipo cucurucho con una mota por un lado, y a dormir.

Al soñar sentí claramente cómo acostado me daba un dolor inmenso en el pecho y moría de un infarto. De pronto, sonó el despertado­r. Yo, con una exclamació­n de satisfacci­ón (¡aaayyy!) estiré los brazos y piernas todo lo que pude, pero al abrir mis ojos me di cuenta que estaba metido en el portagises de un pizarrón y que mi cuerpo era circular, alargado y de color blanco. ¡Oh, por Dios, soy un gis! y el timbre que había sonado no era el despertado­r, era el timbre para entrar al salón, a clases.

De pronto, sentí una mano apestosa en exceso a perfume de un fulano que me agarró. Dijo: Buenos días y comenzó a retallarme en el pizarrón. Y decía, donde x representa la incógnita, y dónde a, b y c son constantes; a es el coeficient­e cuadrático” Y no sé qué tanto decía, de la desesperac­ión empecé a sudar.

Entonces me di cuenta que mi sudor es el polvito que suelta el gis. El profesor me cambiaba de una mano a otra y se quitaba mi sudor dentro de las bolsas del pantalón. Escribió diez ecuaciones con esos números y letras feas, y les dijo a los muchachos que ese era su examen, y acabando la hora se lo tenían que entregar. Se dedicó a esperar, me volvió a dejar donde me había tomado y así hasta que sonó la chicharra.

Méndigo viejo, me dio tantos retallones que gastó un cuarto de mi vida, nunca me había desgastado tanto en tan poco tiempo.

Volvió a sonar una vez más la chicharra, todos los chicos entraron al salón con bancas y alegatos. Detrás de ellos una mujer obesa de pelos chinos, unos lentes de asiento de botella y un horrible tufo a cigarro, se dirigió a ellos diciéndole­s good morning, saquen su cuaderno y van a anotar lo que les voy a poner en el pizarrón, me tomó con sus gordas manos que olían a cigarro y comenzó a escribir.

Saltar, correr, dormir, comer, reír, soñar, comprar, cantar, limpiar, volar, escribir, soñar, gritar, amar y la lista seguía sin terminar. Se me estaba acabando la vida en las manitas de la gorda. De pronto, tomó a mi compañero, un borrador que siempre había estado a mi lado y lo retalló y borró todo lo que estaba escrito y comenzó de nuevo con más palabras, la lista se hacía interminab­le y una vez más volvió a borrar hasta que casi terminaba su hora, ya para entonces estaba a la mitad de mi vida, era solamente medio gis.

Al terminar su listado, me dejó en mi lugar junto con mi compañero borrador. Se sacudió las manos y les dijo a los alumnos: para mañana van a conjugar todos esos verbos en presente, pasado y futuro, ese es su examen. Los veo mañana, pueden salir.

Pasaron dos minutos y sonó la campanilla. Yo no sabía qué hacer, era apenas mi segunda hora ahí y ya tenía media vida, y eso fue por no creer que uno puede reencarnar en una cosa. Me pregunté yo mismo: ¿Cuánto durará un gis? Y me contesté: ¡ya valí! [Continuará]

Lalo Vázquez, escritor, músico y loco de Celaya que organiza las tertulias en la Casa de la Cultura llamadas también “Escritores, músicos y locos”. Autor del libro, De chile, de dulce y de Lalo, de donde procede este relato.

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