Periódico AM Express (Guanajuato)
Tres lecturas
No pretendo añadir otra lista a los mejores libros del año, sino apenas recordar -y recomendar- tres lecturas que por distintas razones me marcaron o dejaron una huella perdurable en mi mente a lo largo de este 2018.
Sé que mis juicios respecto a la Micropedia (Páginas de Espuma) de Ignacio Padilla sonarán poco objetivos: fue uno de mis mejores amigos y, gracias a la generosidad de su familia, me correspondió editarla y lograr que se publicase como él la imaginó. Pero mi cercanía, estoy seguro en este caso, no nubla mi convicción de que se trata de una de las obras capitales de la narrativa breve en español de las últimas décadas. (En mi descargo puedo decir que otros libros suyos no me gustaron y pude decírselo de viva voz). A lo largo de más de veinte años, Nacho planeó este complejo, abigarrado, enloquecido mundo narrativo: cuatro libros de cuentos imaginados como un todo orgánico.
No una recopilación o una antología, pues, sino un vasto entramado de 54 relatos divididos temáticamente en volúmenes siempre bipolares y con títulos octosílabos: “Las antípodas y el siglo”, “El androide y las quimeras” y “Los reflejos y la escarcha” -que él alcanzó a publicar en vida- y “Lo volátil y las fauces”, que me correspondió restaurar valiéndome de materiales ya publicados y de sus archivos personales. Mi recomendación: comprar el cofre con los cuatro tomos, que incluye también un cuadernillo donde diez cuentistas latinoamericanos, amigos de Nacho, reflexionan sobre él y sobre esta asombrosa suma de sus obsesiones.
Sigo con la novela en español que más me sorprendió este año: Mandíbula (Candaya), de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988). Otro universo absolutamente personal, que combina inquietudes muy de nuestra época -la trama ocurre entre las maestras y las estudiantes de una escuela privada- y un certero gusto por esa inquietud y desazón que proviene de Poe y Lovecraft y se transforma, aquí, en una amplia y certera metáfora sobre la femineidad, la amistad y la envidia, las pasiones y deseos ocultos y esa violencia íntima que se enquista en todos los ámbitos cerrados.
En Mandíbula, Ojeda se vale del universo claustrofóbico del Colegio Bilingüe Delta, High-school-for-girls, una escuela de niños ricos, tan propio de series y melodramas actuales, dándole un giro completo, rebosante de crueldad y de misterio. Sus jóvenes protagonistas, atrapadas como ardillas y obsesionadas con las creepypastas y los ritos iniciáticos, nada tienen que ver con Gossip Girl: aunque su jerga esté cerca de las obsesiones millennial, ellas -como la vengativa maestra Clara- están más cerca de los terrenos monstruosos de Bataille o Sade. Un relato neogótico, lleno de vericuetos e imágenes imborrables, escrito con un estilo que revela a una autora dueña ya de todos sus recursos.
Termino con una obra de ficción internacional de otra mujer, Katharina Winkler (Viena, 1979). En Cárdeno adorno (Periférica), recrea, con una lengua poética que sólo torna más atroz lo narrado, una historia real: la de infinitas mujeres turcas que llegan a Alemania sometidas a sus maridos. El “cárdeno adorno” del título se refiere a lo que en España se llaman “cardenales” y en México “moretones”: las marcas que los hombres van imprimiendo en los cuerpos de sus mujeres, de esas mujeres que consideran parte de su propiedad: esposas, hijas, incluso madres. Todas las mujeres que rodean a Filiz, la protagonista, desde que es una niña que atisba el maltrato hacia su madre, hasta que termina desposando a Yunus, quien no hará más que preservar la espiral de violencia, llevan estos cárdenos adornos bajo sus ropas y pañuelos. Ella misma, después de sufrir un sinfín de azotes paternos, se convertirá en portadora de varios de ellos. Su camino, plagado de desventuras entre su aldea, Estambul, y Austria, es el de incontables mujeres en el planeta. Sobria, lírica, implacable, Winkler no sólo ha escrito un libro bellísimo, sino un libro necesario.