Periódico AM Express (Guanajuato)

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- CATÓN

Anoche me sucedió algo terrible” -le dijo Augurio Malsinado a su amigo Pílades. “¿Qué te sucedió?” -le preguntó éste. Relató el infeliz: “Me hallaba en mi estudio viendo una película pornográfi­ca y entró mi esposa”. Observó el amigo: “Debiste cerrar la puerta con llave para que no pudiera entrar tu mujer en el estudio”. “No entró en el estudio -aclaró Malsinado, hosco-. Entró en la película”. El cliente del restorán le dijo al camarero: “En mi sopa hay un insecto verde”. “Perdone el señor -se disculpó el sujeto-. Voy a traerle uno más maduro”. Billy Hardbutt, rudo vaquero del Salvaje Oeste, fue a Dodge City y se compró ahí un atuendo de hombre citadino: traje de casimir inglés; chaleco; zapatos de charol; polainas; camisa con cuello de pajarita; corbata de lazo y sombrero de copa. Quería dar una sorpresa a su novia Daisy Mae, que lo esperaba en el pueblo. Hecha la adquisició­n le regaló a un pordiosero su ropa vieja, sus botas vaqueras y su sombrero texano, y seguidamen­te subió a lomos de su fiel caballo Thunderbol­t. “Vamos -incitó al noble corcel-. Le daré una sorpresa a Daisy Mae”. Así diciendo emprendió el camino de regreso. Hacía mucho calor -corría el mes de agosto-, y Billy empezó a sudar copiosamen­te dentro de aquel grueso traje de ciudad. Al pasar por un soledoso vallecillo vio un riachuelo de cristalina­s aguas que se adivinaban frescas. Se detuvo, despojose de su vestimenta y entró en aquella reparadora linfa. No vio a un ratero que llegó, furtivo, tomó toda su ropa, incluidas las polainas, el cuello de pajarita, etcétera, y escapó luego seguido por las silenciosa­s mentadas de madre del fiel caballo Thunderbol­t. Cuando el vaquero salió de aquel regato se dio cuenta del cruel robo que había sufrido. No se atribuló demasiado: tenía el recio temple de los hombres del Salvaje Oeste. Subió así, en cueros, a su cabalgadur­a y le dijo a Thunderbol­t: : “Vamos, amigo. Le daré una sorpresa a Daisy Mae. Y de paso sorprender­é también a todo el pueblo”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, estaba en grata charla con su amiga Gules en un salón de té. Le dijo: “Aquella mujer que ves allá es una sinvergüen­za. Le pone el cuerno a su marido; es falsa, mentirosa, enredadora, irresponsa­ble, floja, dilapidado­ra, perezosa, ladrona, calumniado­ra y ruin”. Comentó doña Gules: “Parece que la conoces bien”. “Claro que la conozco -afirmó doña Panoplia-. Es mi mejor amiga”. Muy triste llegó a su casa la mamá de Pepito. Comentó: “Mi tío Ultimio está muy grave. Los médicos dicen que de esta noche no pasa”. Sugirió al punto el chiquillo: “Llévale a Tetina”. Tetina era la joven y bien dotada criadita de la casa. “¿Para qué quieres que le lleva a Tetina?” -se extrañó la señora. Explicó Pepito: “La otra noche oí que mi papá le dijo: ‘Me has hecho que reviva, mamacita’”. El hijo mayor de don Frustracio y doña Frigidia contrajo matrimonio. Al regresar de la luna de miel le comentó con enojo a su papá: “A mi mujer no le gusta el sexo. Parece que me casé con una monja”. “Hijo mío -suspiró don Frustracio-, entonces yo estoy casado con la madre superiora”. Don Poseidón, granjero acomodado, visitó en la ciudad a Muselina. Tal era el nombre de la sexoservid­ora que lo atendía en la casa de madame Pompier, establecim­iento al cual acudía el verriondo viejo para sedar sus rijos después de la prolongada continenci­a a que lo sometía en el pueblo su mujer. Don Poseidón le preguntó a Muselina: “¿Cuánto me vas a cobrar ahora?”. Respondió ella: “Lo mismo de la vez pasada”. “¿Cómo? -protestó el granjero-. Estamos en la Cuarta Transforma­ción ¿y tú no has reducido tus ingresos?”. FIN.

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