Periódico AM Express (San Francisco del Ricón)
Interregno
¿Un vacío, un hueco? ¿Un interludio, un entreacto? ¿Un espacio en blanco, un territorio sin dueño, un tiempo vacante? ¿Una oportunidad para la transición y el cambio o, por el contrario, un incentivo para el caos? En ningún otro país transcurren cinco meses -¡cinco meses!- desde la victoria de un candidato presidencial y su toma de posesión. Herencia de la época de partido hegemónico, donde el tránsito era de hombres pero no de fuerzas políticas, servía como una larga despedida para el caudillo saliente y una etapa de educación para el entrante. En nuestros días, un absurdo: será la última vez que ocurra -desde 2024 se le recortarán dos meses a la espera-, pero en esta ocasión ha resultado particularmente incómodo, desafiante, extraño.
Desde el aplastante triunfo de Andrés Manuel López Obrador en julio, México se ha convertido en dos Méxicos, el del ganador y el del perdedor, como en esas películas de ciencia ficción en las que atisbamos mundos paralelos o en ese modelo cuántico en donde conviven varios escenarios posibles hasta que el observador termina por escoger uno solo de ellos. Así, mientras Peña Nieto y los suyos han llevado al extremo la política del avestruz que caracterizó a su sexenio, fingiendo gobernar donde no gobiernan y acumular triunfos donde solo hubo derrotas, AMLO se muestra más infatigable aún que en campaña, como si no hubiese transcurrido una docena de años de trasiego o como si el poder, en efecto, lo hubiese al fin rejuvenecido.
En televisión y radio no cesamos de escuchar los agónicos mensajes del gobierno saliente presumiendo sus logros: entre ellos la Reforma Educativa o el nuevo aeropuerto, como si no supieran -o no quisieran saber- que el Presidente electo ha prometido acabar con una y someter a consulta el otro. La tónica de estos seis años: no tanto la ceguera hacia un país que el PRI, en esta nueva época, jamás logró entender, sino la esquiva voluntad de tapar el sol con un dedo, de enmascarar los hechos, de hacer un poco más paladeable el repudio expresado brutalmente en las urnas. Y, por si ello no fuese suficiente, el propio Presidente se pavonea de una entrevista a otra, reconociendo apenas yerros menores y mintiendo sin tregua, por ejemplo al afirmar que deja un país en paz o con una deuda manejable.
Pero como en el fondo Peña Nieto le habla a un auditorio vacío -en realidad hace mucho que nadie le presta oídos-, estas muestras de cinismo o de ingenuidad pasan casi inadvertidas y a él se le mira casi con la ternura que se experimenta ante un niño huérfano y desvalido. Culpa, también, de AMLO y su voluntad de mantener la suavidad de la transición: nada de rencores, nada de exabruptos -al menos por ahora-, hasta que llegue el 1o. de diciembre y, con él, la más grosera realidad.
Sabiendo esto, López Obrador -nuestro más hábil político en decenios- no desaprovecha un segundo. A diferencia de sus predecesores priístas y panistas, que tras el triunfo apenas se movían, él es un torbellino: no hay día en que no haga una declaración crucial, un anuncio relevante, dos o tres nombramientos, y si se puede una gira: nada mejor para evitar el baby blues posterior a una victoria que mantenerse en campaña. Más aún: que convertir la campaña en un modelo permanente. Natural, así, que al lado de propuestas novedosas o relevantes se acumulen las pifias: promesas sin sustento, diálogos fallidos, medidas apresuradas, renuncias incómodas: el frenesí alienta la improvisación y las chapuzas. Que tampoco importan demasiado: AMLO aún no gobierna -aunque lo parezca-, de modo que su actividad desenfrenada algo tiene de ficción, de esbozo de novela, de prueba y error. Su capital político, en cualquier caso, le permite esto, y más: verlo así, sin descansar ni un segundo, tan obcecado y sencillo como siempre, no hace sino granjearle nuevos apoyos y simpatías, en espera -otra vez- de que llegue el mundo real.
El peligro de este México bifronte es que, en los hechos, ni Peña Nieto ni López Obrador tienen el control del país: ninguno gobierna del todo y mientras tanto las demás fuerzas buscan un reacomodo en vistas a la Cuarta Transformación: de ahí los sobresaltos, las provocaciones -la más grave de ellas, estas semanas, en contra de la UNAM- y la sensación de vivir entre paréntesis y casi de milagro.