Periódico AM Express (San Francisco del Ricón)

En busca de libertad

- CATÓN

“Te invito a una sesión de sexo en grupo”. Arbogasto, el nuevo inqvuilino del edificio, se sobresaltó bastante cuando Afrodisio Pitongo, su vecino de departamen­to, le hizo esa desusada invitación. Y no es que el recién llegado fuera timorato, gazmoño o mojigato, no. Había oído hablar de las diversas formas de sexo en grupo que estuvieron de moda en el país del norte allá por los sesentas: swinging, sex parties, wife swapping, polyamory, etcétera. Pero eso de recibir una invitación concreta a participar en una sesión de sexo grupal lo sacó de onda, si me es permitido usar esa expresión hertziana. Con tono vacilante le preguntó a Pitongo: “Y ¿quiénes asistiremo­s a esa reunión de sexo en grupo?”. Enumeró el que invitaba: “Tu esposa, tú y yo”. Al punto replicó Arbogasto: “No me gusta la idea”. “Está bien -concedió Afrodisio-. Entonces tú no vayas”. Tres maduras señoritas solteras, a saber: Solicia Sinpitier, Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, fueron de visita al zoológico de la ciudad. Al pasar frente a la jaula del gorila éste clavó la vista en Celiberia y al punto mostró evidentes señas de febricitan­te excitación carnal. Empezó a dar saltos simiescos; se golpeó el pecho con los puños y profirió los bramidos estentóreo­s que lanzan los primates a la vista de una hembra apetecible. No pararon ahí los rijos del gorila: dobló las rejas de su jaula, salió de ella y tomando en sus membrudos brazos a la espantada Celiberia se perdió con ella entre los árboles. “¡Ah! -exclamó consternad­a la señorita Himenia-. ¿Qué tiene ella que no tengamos nosotras?”. Don Chinguetas se topó en la calle con un antiguo compañero de escuela. “¡Hola, Ulpiano! -lo saludó con alegría-. ¡Qué gusto me da verte!”. Le indicó el otro: “Ya no me llamo Ulpiano. ¿Recuerdas las cuchufleta­s que me hacían todos por ese extraño nombre terminado en -ano? Fui con un juez; inicié un procedimie­nto de jurisdicci­ón voluntaria y me cambié el nombre”. Don Chinguetas le preguntó: “¿Cómo te llamas ahora?”. Respondió el amigo: “Lúculo”. Don Sinople Gules, señor de buena sociedad, hablaba de sus antecedent­es familiares. “Mi abuelo -relatóviaj­ó de Europa a América en barco en busca de libertad. Desgraciad­amente sólo un mes pudo gozar ese preciado bien”. Alguien se sorprendió: “¿Por qué tan poco tiempo?”. Explicó don Sinople: “En el siguiente barco lo alcanzó mi abuela”. Albertano Malatesta, el nuevo miembro de la banda de don Carmelino, uno de los más importante­s jefes de la Mafia, le hizo un inocente albur al gánster. Cuando éste se burló de la prominente panza de Albertano él le contestó: “Es de agosto p’acá”. Se atufó el mafioso al ver que los que estaban ahí contenían la risa al escuchar aquel albur. Sin embargo el alburero no receló cuando esa misma tarde uno de los hombres de don Carmelino le pidió que fuera con él a un bosque en las afueras de la ciudad. Se acercaba ya la noche; las sombras invadían la floresta; soplaba entre las frondas un viento sibilante y los ojos de las alimañas montaraces brillaban con siniestro fulgor en las tinieblas. “¡Caramba! -se estremeció Malatesta-. ¡Me da miedo este bosque tan solitario, tan oscuro!”. Replicó el otro: “¿Y qué no diré yo, que tengo que regresar solo?”. Estamos en “La hermana de lord Byron”, restorán de lujo. De pronto una joven pareja que se hallaba ahí cenando se tiró al suelo y se puso a hacer el amor apasionada­mente a la vista de los azorados comensales. El gerente del establecim­iento acudió al punto y reprendió al violinista gitano que había estado junto a la mesa de los amantes: “Te dije, Tzigano, que no tocaras con tanta emoción”. FIN.

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