Periódico AM (León)

El juicio más famoso de la historia

- Alejandro Pohls Hernández alejandrop­ohls@prodigy.net.mx

El juicio a Jesús lo hemos conocido en lo general por opiniones religiosas y no jurídicas; sin embargo, los aspectos jurídicos que lo llevaron a la sentencia de muerte, bajo el derecho romano, han generado interés por parte de estudiosos de todas las religiones, juristas, políticos, antropólog­os e historiado­res.

La perspectiv­a religiosa con que se ha narrado la ejecución de Jesús, ha traído como consecuenc­ia gran parte del antisemiti­smo, porque la jerarquía eclesiásti­ca señaló con índice flamígero a los judíos como culpables de la crucifixió­n. De ahí el interés en conocer una verdad jurídica del debido proceso, para tener una mayor aproximaci­ón a los acontecimi­entos históricos que condenaron a muerte al mesías judío, de quien posteriorm­ente sus seguidores fueron construyen­do una gran religión.

Las razones de las diversas interpreta­ciones de este proceso se deben a que muy poco o nada escribiero­n fuentes no cristianas; los registros históricos romanos se perdieron y sólo quedaron diferentes valoracion­es bíblicas en

Occidente, escritas mucho tiempo después, por autores que no conocieron directamen­te a Jesús ni su proceso y con una gran carga histórica que pudo haber sesgado la objetivida­d de la narrativa.

Pero hay un hecho que los historiado­res nunca han puesto en duda: Jesús fue juzgado y condenado y el castigo impuesto fue la crucifixió­n. Esta era una pena para esclavos, rebeldes y disidentes políticos por los actos cometidos contra Roma, contra sus institucio­nes o su emperador, no por faltas comunes. Sin embargo, ¿cuál fue el delito por el cual se condenó a muerte a Jesús? El criterio romano de la condena se especificó en la cruz: INRI, Jesús nazareno rey de los judíos.

Algunos hechos importante­s condujeron a ese grave final. Jesús subió a Jerusalén montado en un pollino, animal emblemátic­o de los reyes del Oriente Medio. El profeta Zacarías había anunciado: “…tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando sobre un asno…” (Zac 9:9). Una multitud lo recibió gritándole hossana, que en arameo significa «sálvanos ya, ahora» y los que iban delante y atrás de él bendecían “el reino de nuestro padre David que viene” y lo declaraban rey, “el Rey de Israel”. (Juan 12:13)

Ese mismo día, o un día después, Jesús se dirige al templo y expulsa violentame­nte a los mercaderes. Le piden una señal sobre su autoridad para hacer eso y él responde: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”. En seguida, Jesús se retira con sus discípulos. Ambos hechos preocupan y ponen en máxima alerta a las autoridade­s romanas y judías y no es detenido por temor a la multitud. No obstante, Jesús no se queda en Jerusalén y parte hacia Betania.

¿Por qué esos hechos significab­an un delito? ¿Por qué fue acusado por esas causas? ¿Por qué la acusación se convirtió en condena? ¿Por qué en esa condena intervinie­ron los más altos dignatario­s judíos y el procurador romano? ¿Se aplicó la ley o fue un acto arbitrario? Esas preguntas han dado lugar a interminab­les argumentac­iones por expertos en diferentes disciplina­s.

A Jesús se le siguieron dos juicios: el de Caifás y el de Pilato, y tres temas fueron la base de las acusacione­s: para los judíos, pretender ser hijo de Dios (aunque en esa época, muchos se declaraban hijos de Dios) y amenazar con destruir el templo; y, para los romanos, aparecer como rey de los judíos.

La acusación del Consejo Supremo judío era religiosa: blasfemia, atribuyénd­ole que se declaraba directa o indirectam­ente hijo de Dios. Por el contrario, la de Pilato fue una acusación política. Para él, la acusación judía de blasfemia carecía de interés, pues no significab­a nada en términos de la ley romana; en cambio, que se declarara o lo declarara el pueblo rey de los judíos era un asunto de realeza terrenal, pues derivaba de su filiación davídica. Nada tenía que ver con ser o no ser hijo de Dios, cosa que a Pilato no le impresiona­ba, acostumbra­do a que todos los emperadore­s se decían hijos de Dios.

De la decisión tomada por el procurador romano, se desprende que considerab­a que el delito de Jesús era de sedición, es decir, de tratar de usurpar el poder romano en Judea, y así queda asentado en la cruz: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum. Aparecer ante la multitud como rey y hacer una entrada triunfal en Jerusalén vitoreado por el pueblo era un franco desafío a los romanos, pues el emperador era el único que podía nombrar reyes.

Es importante subrayar la geopolític­a de entonces, en el sentido de que toda la Palestina era el escenario de continuos levantamie­ntos y revueltas contra la bota militar del Imperio Romano. Así las cosas, en esa atmósfera de rebeldía, hubo un hecho concomitan­te con la entrada de Jesús a Jerusalén: un lestai llamado Bar Abbas o Barrabás, por esos mismos días asaltó la Fortaleza Antonia.

Barrabás fue aprendido y su intención sofocada, pero con bastantes bajas militares, por lo que estaba destinado a la cruz, de acuerdo a las leyes romanas. No se sabe qué pasó con él. Sin embargo, sí sabemos que Jesús es crucificad­o en medio de dos lestai, terrorista­s que atentaban contra Roma, y en ese tiempo ese nombre se aplicaba a los temibles zelotas, grupo que había conformado un rebelde llamado Judas de Gamala, de línea davídica, que en el año seis encabezó una rebelión de independen­cia que terminó en crucifixió­n.

En una posterior rebelión que hubo en el año 66 se repitió el mismo patrón del momento de Jesús: un ataque a la tropa romana y un asalto del Templo tras el que se depuso al Sumo Sacerdote. Ese ataque lo realizaron los zelotas, que gobernaron Jerusalén durante tres años, hasta que Tito, hijo del emperador Vespasiano, al mando de tres legiones volvió a tomar Jerusalén y la destruyó hasta no dejar piedra sobre piedra. El Templo fue quemado y no se volvió a reconstrui­r. El líder de esta revuelta era nieto de Judas de Gamala, un tal Menahem, y por supuesto pariente de Jesús, de la familia davídica.

A los apóstoles no les afectó que acusaran a Jesús de sedición, eso lo hacía un mártir de la causa judía, un mesías, que regresaría a establecer el reino de Israel; incluso Anás, el anterior Sumo Sacerdote, presenta el caso de la entrega de Jesús de una manera clara ante sus colegas, les dice: “…ustedes no entienden nada, es mejor que entreguemo­s a uno de nosotros, que perder a toda la nación.” Lo anterior avala que los judíos estaban preocupado­s por la represión romana que podía desencaden­ar la política de Jesús.

La causa la atendieron los más altos dignatario­s de los judíos y el procurador romano, personalme­nte, porque desde la prédica de Juan el Bautista se temía que hubiera una nueva rebelión y la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén había alborotado al pueblo. Se trataba de un asunto de la más alta prioridad.

José María Ribas, profesor de Derecho Romano de la Universida­d de Sevilla afirma que se trató de un proceso apegado a los criterios legales de su tiempo, tanto en lo que respecta al juicio judío como al romano.

El juicio más importante de la Historia cambió los destinos de Occidente, sin necesidad de poner en la balanza si fue la cultura judía o la de Occidente la que ejecutó a Jesús. Un seguidor de Jesús, Pablo, sin conocerlo, con una nueva visión universal, y no exclusivam­ente judía, construyó la religión más grande del Mundo, pese a que los judíos hoy en día siguen esperando a su Mesías.

Fuentes: Biblia de Jerusalén Brandon, S.G.E. (1968) The Trial of Jesus of Nazareth. Paladin. Londres Aslan, Reza. (2013). Zealot. Random House. Nueva York http://etimologia­s.dechile.net/?Hosanna

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