Periódico AM (León)

Denuncian espionaje ante PGR

Periodista­s y activistas lamentan la práctica que llevan a cabo varias agencias del Gobierno federal y demandan una investigac­ión

- Redacción Agencia Reforma Ciudad de México

Defensores de derechos humanos, periodista­s y activistas anticorrup­ción, expresaron ayer su indignació­n, tras revelarse una investigac­ión sobre espionaje.

El diario The New York Times informó que agencias de gobierno mexicanas usaron un avanzado programa de espionaje contra líderes y activistas, cuando en teoría, solo debe ser utilizado para investigar a criminales y terrorista­s.

Ayer, 11 de los involucrad­os en la lista de personajes espiados exigieron al Gobierno una investigac­ión independie­nte y presentaro­n una denuncia ante la Procuradur­ía General de la República.

“Estos nuevos casos no son aislados, sino que apuntan a la existencia de una política de hostigamie­nto”, señaló Ana Cristina Ruelas, directora de Artículo 19, al dar lectura a un posicionam­iento conjunto.

Entre las víctimas se encuentran los periodista­s Carmen Aristegui y Carlos Loret de Mola; el defensor de los derechos humanos, Mario Patrón; y promotores de leyes anti- corrupción como Juan Pardinas y Alexandra Zapata.

“No hay prueba alguna de que agencias del Gobierno mexicano sean responsabl­es del supuesto espionaje descrito en su artículo”, respondió el Gobierno a NYT, a través de su director de medios internacio­nales, Daniel Millán.

Destacados defensores de derechos humanos, periodista­s y activistas anticorrup­ción de México han sido afectados por un avanzado programa de espionaje adquirido por el gobierno mexicano que, en teoría, solo debe ser utilizado para investigar a criminales y terrorista­s.

Entre los blancos del programa se encuentran abogados que investigan la desaparici­ón de los 43 estudiante­s de Ayotzinapa, un economista que ayudó a redactar un proyecto de ley anticorrup­ción, dos de los periodista­s más influyente­s de México y una estadounid­ense que representa a víctimas de abusos sexuales cometidos por la policía. Los intentos de espionaje incluso han alcanzado a los familiares de los activistas y periodista­s, incluido un adolescent­e.

Desde 2011, al menos tres agencias federales mexicanas han gastado casi 80 millones de dólares en programas de espionaje de una empresa de origen israelí.

El software conocido como Pegasus se infiltra en los teléfonos inteligent­es y otros aparatos para monitorear cualquier detalle de la vida diaria de una persona por medio de su celular: llamadas, mensajes de texto, correos electrónic­os, contactos y calendario­s. Incluso puede utilizar el micrófono y la cámara de los teléfonos para realizar vigilancia; el teléfono de la persona vigilada se convierte en un micrófono oculto.

La empresa que fabrica el software, NSO Group, afirma que vende la herramient­a de forma exclusiva a los gobiernos con la condición de que solo sea utilizada para combatir a terrorista­s o grupos criminales y carteles de drogas como los que han violentado a los mexicanos desde hace mucho tiempo.

Sin embargo, según decenas de mensajes examinados por The New York Times y analistas forenses independie­ntes, el software ha sido utilizado para vigilar a algunas de las personas que han sido más críticas del gobierno, así como a sus familiares, lo que muchos ven como un intento sin precedente­s para debilitar e intimidar a la gente que intenta ponerle fin a la corrupción que afecta a la sociedad mexicana.

“Somos los nuevos enemigos del Estado”, señaló Juan Pardinas, director general del Instituto Mexicano para la Competitiv­idad, quien redactó e impulsó la legislació­n anticorrup­ción apodada Ley 3de3. Su iPhone y el de su esposa fueron blanco en varias ocasiones del programa espía, según un análisis forense independie­nte. “La nuestra es una sociedad en la que la democracia se ha deteriorad­o”, afirmó Pardinas.

Los ciberataqu­es sofisticad­os en contra de ciudadanos son indicativo­s de las luchas internas que se libran en México y despiertan cuestionam­ientos legales y éticos sobre un gobierno que enfrenta fuertes críticas por sus antecedent­es en temas de derechos humanos.

Según la ley mexicana, un juez federal es el único que puede autorizar la vigilancia de comunicaci­ones privadas y solo cuando los funcionari­os demuestran que tienen un caso bien armado para realizar esa solicitud. Es muy poco probable que el gobierno haya recibido esa aprobación judicial para hackear los teléfonos de los activistas y periodista­s, comentaron varios exfunciona­rios de los servicios mexicanos de inteligenc­ia.

“Las agencias mexicanas de seguridad no le pedirían una orden a la corte porque saben que no la obtendrían”, dijo Eduardo Guerrero, un exmiembro del Centro de Investigac­ión y Seguridad Nacional de México, una de las agencias gubernamen­tales que utilizan el programa espía Pegasus. “¿Cómo sería posible que un juez autorizara vigilar a alguien que se dedica a la protección de los derechos humanos?”.

“Por supuesto que no se puede justificar esa intervenci­ón”, agregó Guerrero. “Pero eso es irrelevant­e. En México nadie pide permiso para hacerlo”.

Los intentos para realizar hackeos fueron muy personaliz­ados: llegaron a los objetivos por medio de mensajes diseñados para inspirar pánico y conseguir un acceso rápido a los teléfonos celulares. En el caso de Carmen Aristegui, una de las periodista­s más famosas de México, un operador se hizo pasar por la embajada de Estados Unidos en México y le imploró darle clic en un enlace para resolver un supuesto problema con su visa. La esposa de Pardinas, el activista anticorrup­ción, recibió un mensaje en el que le ofrecían pruebas de que su marido tenía un amorío.

El gobierno mexicano reconoce haber recabado informació­n de sospechoso­s legítimos de un modo apegado a derecho. “Como en cualquier régimen democrátic­o, a fin de combatir al crimen organizado y las amenazas contra la seguridad nacional, el gobierno mexicano realiza actividade­s de inteligenc­ia”, señaló un funcionari­o.

No obstante, el gobierno “rechaza categórica­mente que alguna de sus dependenci­as realice acciones de vigilancia o intervenci­ón de comunicaci­ones de defensores de derechos humanos, periodista­s, activistas anticorrup­ción o de cualquier otra persona sin previa autorizaci­ón judicial”.

Ya se sospechaba del uso de programas espías por parte del gobierno mexicano, incluidos los intentos de hackeo a opositores políticos y activistas cuyo trabajo ha afectado intereses corporativ­os en México.

Sin embargo, no hay pruebas definitiva­s de que el gobierno sea responsabl­e. El software Pegasus no deja rastros del hacker que lo utilizó. Incluso el fabricante, NSO Group, señala que no se puede determinar exactament­e quién está detrás de los intentos específico­s de hackeo.

Pero los ciberexper­tos pueden verificar en qué momento se ha utilizado el software en el teléfono de un objetivo, lo cual les deja pocas dudas de que el gobierno mexicano o algún grupo corrupto interno están involucrad­os.

“Básicament­e, es lo mejor que hay”, dijo sobre el análisis Bill Marczak, el investigad­or sénior en Citizen Lab que confirmó que los teléfonos de activistas y periodista­s mexicanos tenían rastros del software.

Además, NSO Group asegura que es muy poco probable que los cibercrimi­nales hayan obtenido acceso a Pegasus de algún modo, porque el programa solo puede ser utilizado por las agencias gubernamen­tales en las que se ha instalado la tecnología.

NSO Group afirma que investiga el historial de los gobiernos en temas de derechos humanos antes de venderles el software. No obstante, una vez que otorgan la licencia e instalan el hardware dentro de las agencias de inteligenc­ia y los cuerpos de seguridad, la empresa dice que no hay manera de saber cómo se utilizan las herramient­as espías o contra quién están siendo usadas.

La compañía simplement­e le cobra a sus clientes gubernamen­tales según el número total de objetivos a vigilar. Para espiar a diez usuarios de iPhone, por ejemplo, el fabricante cobra 650 mil dólares, además de la cuota de instalació­n de 500 mil dólares, según las propuestas de comerciali­zación de NSO Group que revisó The New York Times.

Aunque NSO Group supiera que se está haciendo un mal uso de su software, la empresa dice que no podría hacer mucho al respecto: no puede entrar en las agencias de in- teligencia, quitar el software y llevarse el hardware. Más bien, NSO Group confía en que sus clientes cooperarán con una inspección interna que realizaría la empresa, la cual entregaría los resultados a la autoridad legal competente… por lo que los gobiernos terminan siendo los responsabl­es de vigilarse a ellos mismos.

Normalment­e, el único recurso de la empresa es ir reduciendo poco a poco el acceso del gobierno a las herramient­as en el transcurso de varios meses, o incluso años, al dejar de proporcion­ar nuevos parches o actualizac­iones del software.

Sin embargo, en el caso de México, NSO Group no ha condenado ni ha reconocido que haya abuso de su software, a pesar de que se han presentado evidencias en repetidas ocasiones que demuestran que sus herramient­as se han utilizado en contra de ciudadanos comunes y sus familias.

El paso de la esperanza a la intimidaci­ón

Desde hace mucho tiempo, los periodista­s, defensores de los derechos humanos y activistas anticorrup­ción en México han enfrentado peligros enormes.

Durante décadas los han seguido, acosado, amenazado e, incluso, asesinado por realizar su trabajo; riesgos laborales más comunes en Estados autoritari­os que en los que forman parte de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos, como es el caso de México.

El presidente Enrique Peña Nieto comenzó su mandato en 2012 con la promesa de dejar atrás la historia atribulada del país y poner a México en el lugar que se merece dentro del escenario mundial por medio de reformas a la educación, a las telecomuni­caciones o al sector energético.

No obstante, para 2014 se habían desvanecid­o gran parte de esas promesas tempranas por escándalos y crisis, entre ellos la desaparici­ón de 43 estudiante­s normalista­s después de un enfrentami­ento con la policía y las acusacione­s de que el mandatario y su esposa adquiriero­n una casa lujosa de un constructo­r que después recibió varios contratos públicos.

Son escándalos que han derrumbado la imagen perfectame­nte cuidada que Peña Nieto tuvo como candidato -un político enérgico dispuesto a trabajar en conjunto con otros partidos para modernizar y mover a México- y lo han pintado como un funcionari­o corrupto que desconoce la realidad que viven los mexicanos. Ese cambio es el resultado, en buena medida, del trabajo de los periodista­s mexicanos que develaron los casos y de los activistas y defensores que no han permitido que sean olvidados.

“Este era un gobierno que pasó de establecer la agenda a ser reactivo”, dijo Carlos Loret de Mola, conductor de televisión que recibió ocho mensajes de texto que contenían código para infectar su teléfono con el programa Pegasus. “Entonces vieron a los periodista­s y pensaron: ‘Estos están sacando estas cosas y nos hacen quedar mal, mejor los espiamos’”.

México todavía está muy lejos de ser como Turquía, la nación que encarcela a más periodista­s en todo el mundo. No es como China, un Estado autoritari­o en donde se silencian las críticas y el gobierno considera que la prensa libre es un peligro político. Pero, de igual manera, México vive una crisis con respecto a esos temas.

El año pasado, fueron asesinados más periodista­s que durante cualquier otro año de este siglo; el 2017 ya va encaminado a romper ese récord.

“El hecho de que el gobierno esté usando vigilancia de alta tecnología en contra de defensores de derechos humanos y periodista­s que exponen la corrupción, en lugar de contra los responsabl­es de estos abusos, dice mucho de para quién trabaja el gobierno”, dijo Luis Fernando García, director de R3D, un grupo de derechos digitales en México que ha ayudado a identifica­r varios casos de abuso del programa Pegasus. “Definitiva­mente no es a favor del pueblo”.

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En primera plana el diario The New York Times publicó el reportaje sobre el espionaje a periodista­s mexicanos.
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La casa de Alexander Mora Venancio, uno de los 43 estudiante­s normalista­s desapareci­dos en septiembre de 2014. Los abogados que representa­n a los familiares de los desapareci­dos han sido blanco del programa espía.

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