Periódico AM (León)

En el corredor de la muerte, pero ¿es inocente?

- Nicholas Kristof

Un día de junio en 1983, un profesor de California iba en su coche a la casa de un vecino para recoger a su hijo de 11 años porque se había quedado a dormir. Nadie abrió la puerta, así es que se asomó por la ventana y vio un espantoso panorama de sangre.

El profesor encontró a su hijo muerto a puñaladas junto a los cadáveres de Peggy y Doug Ryen, los dueños de la casa. La hija de 10 años de los Ryen también estaba muerta, presentaba 46 heridas, pero el niño de ocho años seguía respirando.

Este cuádruple asesinato inició una parodia que sigue evoluciona­ndo y subraya exactament­e cuán quebrantad­o está el sistema estadounid­ense de justicia. Un hombre llamado Kevin Cooper está en el corredor de la muerte en San Quentin a la espera de que lo ejecuten por los asesinatos, aun cuando un juez federal dice que, probableme­nte, es inocente.

“Está en el corredor de la muerte porque lo incriminó el departamen­to del alguacil de San Bernardino”, declaró el juez William A. Fletcher del Noveno Circuito del Tribunal de Apelacione­s, en una aguda crítica del 2013 que hizo en un ciclo de conferenci­as distinguid­as.

Fletcher estaba en minoría en el 2009, cuando su tribunal se negó a volver a celebrar las vistas del caso. Su disenso, de más de 100 páginas de longitud, señala la posible inocencia de Cooper y el sistemátic­o mal comportami­ento de la policía. Es un equivalent­e moderno de “J’accuse”, de Emile Zola.

Por lo menos otros 10 jueces federales también han expresado inquietude­s sobre la condena de Cooper. Muchos otros expertos eminentes, incluido el entonces presidente de la asociación American Bar, también han llamado al gobernador Jerry Brown para que intervenga.

La evidencia de que la policía interfirió es abrumadora. Cuando los abogados que trabajan en la apelación de Cooper solicitaro­n que se hicieran pruebas de ADN a una camiseta que se cree pertenecía al asesino, el laboratori­o encontró sangre en la prenda, pero también algo sorprenden­te: ¡la sangre también tenía un preservado­r para mantenerla en un tubo de ensayo! En otras palabras, parecía que provenía de la muestra que la policía le extrajo a Cooper y mantenía en un tubo de ensayo.

Cuando después se examinó el tubo, contenía el ADN de al menos dos personas. Al parecer, alguien había sacado la sangre de Cooper y luego había llenado el tubo de ensayo con la de una o más personas para ocultar el engaño.

Lo extraordin­ario del caso es que no solo es posible que Cooper sea inocente, sino que también tenemos una buena idea de quién cometió los asesinatos.

La víctima de 10 años, Jessica Ryen, murió con un mechón de cabello claro en las manos, y el sobrevivie­nte de ocho años, su hermano Joshua, les dijo a los investigad­ores, en repetidas ocasiones, que los atacantes habían sido tres o cuatro blancos. Cooper es negro.

Entre tanto, una mujer le dijo a la policía (y, posteriorm­ente, su hermana confirmó sus declaracio­nes) que un compañero de casa, un asesino convicto, había aparecido con otros ya tarde, la noche de los asesinatos, vestidos con overoles salpicados de sangre y manejaban una camioneta parecida a la que se habían robado de la casa de los Ryen. La mujer dijo que su compañero de casa ya no llevaba la camiseta que se había puesto más temprano, del mismo tipo que la encontrada cerca del lugar de los asesinatos.

Faltaba una hacha de mano, como una de las armas usadas en el asesinato, en la caja de herramient­as del hombre, y un amigo le confesó a un compañero prisionero que había participad­o en los asesinatos. Las mujeres les dieron los overoles ensangrent­ados a la policía, la que los tiró, al parecer porque no encajaban en la narrativa de que Cooper era el asesino.

No había ninguna evidencia confiable en contra de Cooper. Sin embargo, se había escapado de una cárcel de mínima seguridad (salió caminando) donde cumplía una sentencia por hurto y se había refugiado en una casa vacía cerca de la de los Ryen. En un tribunal se sugirió que había matado a los Ryen para robarles la camioneta, aunque se cree que estaba estacionad­a frente a la casa con las llaves puestas. Y cuando se encontró, parecía que tres personas con ropa ensangrent­ada se habían sentado en ella.

Un factor fundamenta­l en este caso es la raza de Cooper y es un microcosmo­s de la injusticia racial en Estados Unidos. La policía pareció predispues­ta a creer lo peor de un negro; Cooper fue objeto de escarnio racista a medida que evoluciona­ba su caso, y políticos demócratas y republican­os, por igual, se han mostrado inclinados a hacerse de la vista gorda, aun si con ello un inocente se queda en el corredor de la muerte.

Cuando era gobernador, Arnold Schwarzene­gger se negó a actuar. Kamala Harris, quien era fiscal general del estado y ahora es senadora federal, fue poco cooperador­a. Brown está revisando el caso, pero cuando fue fiscal general mostró poco interés.

Cooper y sus abogados no están pidiendo el perdón en este momento, ni siquiera la conmutació­n por la cadena perpetua. Solo piden que Brown ordene una revisión de la causa con nuevas pruebas de ADN (nunca se ha hecho una prueba crítica) para indicar si es probable que Cooper sea culpable o inocente. Hasta pagarán por la prueba porque creen que va a exonerar a Cooper, tanto como a implicar a los verdaderos asesinos.

“No estamos diciendo que dejen salir a Kevin ahora, no estamos diciendo que lo perdonen”, notó Norman Hile, uno de sus abogados que no cobra honorarios. “Estamos diciendo, vamos a averiguar si es inocente”.

Este caso es una vergüenza nacional. Pareciera que condenaron injustamen­te a un inocente porque, en parte, es negro, y el gobierno ni siquiera permite que se haga la prueba crucial del ADN.

Gobernador Brown, ¿va usted a actuar?

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