Periódico AM (León)

La carrera que nunca gané

- Maca Arena macaarenad­o@gmail.com

Cuando tenía aproximada­mente 10 años mi madre me inscribió en una carrera de atletismo de la escuela. Segurament­e era para fomentar la vida activa a su ya hiperactiv­a hija.

La cuestión es: nunca había hecho atletismo. Recuerdo que en la prueba de salto mi madre me explicó con los dedos de la mano cómo debía de doblar las rodillas para llegar lo más lejos posible. Allí, a media hora de empezar.

Si en la película la niña logra solventar su falta de experienci­a con un talento natural que le viene de no se sabe dónde, este no era el caso. Fue un fracaso tras otro, y no podía ser de otra manera ante mi total falta de competenci­a.

El brinco hizo reír a los del kínder, desde entonces los miré con recelo. No me engañarían otra vez sus cachetes rojizos. Pero lo que más me marcó fue la carrera.

Con mi natural optimismo cimentado en ninguna base real, me vi con la medalla de oro, saludando a la tribuna mientras mi maestra de sexto decía: “y yo que pensé que Maca no daba una”. Pues no, me gasté toda la energía en los primeros metros. Cuando vi que a nada de llegar a la meta me adelantaro­n 10 atléticas niñas mi ego se fue al suelo y frené en seco. Entré a la meta con un trauma infantil más que agregar a la lista de la jungla que otros llaman escuela.

Ya en la madurez, no hace mucho tiempo. Me di cuenta que en muchos aspectos quiero lo mismo que aquel sábado por la mañana: la recompensa sin el esfuerzo.

Un maratón sin sus respectivo­s entrenamie­ntos. Un trabajo con un sueldo de muerte, donde no me exploten y tenga a 50 personas asintiendo a mis geniales ideas creativas. Un libro con mi nombre en el lomo arriba de todos los best sellers sin haberme enfrentado a muchas páginas en blanco. Una relación estable sin aceptar los errores e imperfecci­ones. Unas amistades que nunca fallan y a quiénes nunca les he fallado. Y una familia perfecta.

Así que eso intento últimament­e, enfocarme en que cada metro cuenta y que en la mayoría de los pasos habrá sus cantidades de euforia, dudas, cansancio y logros indispensa­bles.

Ayer volví a correr. Me duele cada centímetro de mi anatomía, pero voy con una sonrisa que dice: “puede ser que aquella vez me rindiera, pero esta vez pondré un pie detrás del otro hasta que la vida me detenga”.

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