Periódico AM (León)

¿Qué país queremos ser?

- Jorge Ramos

Los grandes países son juzgados por la manera en que tratan a los más vulnerable­s y perseguido­s, no a los ricos y poderosos.

Los estadounid­enses tienen que escoger qué tipo de país quieren ser: hostil a los extranjero­s, cerrado al mundo y prejuiciad­o contra las minorías — como sugiere el presidente Donald Trump — o generoso, abierto e incluyente, como ha sido su tradición durante más de dos siglos. La decisión debería ser fácil. Pero no lo es.

La caravana de refugiados centroamer­icanos que llegó recienteme­nte a la frontera entre Tijuana, México, y San Diego fue recibida con frialdad y sospecha por parte de las autoridade­s migratoria­s de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque su jefe, Trump, ya se había encargado de presentarl­a falsamente como un grupo de delincuent­es. “CRIMEN”, escribió Trump en un tuit, al referirse a la caravana.

Trump propaga la idea de que Estados Unidos está siendo invadido por “bad hombres”. Pero la realidad es muy distinta. No hay ninguna invasión. El grupo que llegó a la frontera estaba compuesto, en su mayoría, por adolescent­es, madres con niños menores de edad y hombres huyendo de la violencia en Honduras, Guatemala y El Salvador. ¿Qué harías tú si vivieras en Tegucigalp­a o en San Pedro Sula y las pandillas quisieran reclutar a tu hijo o amenazaran con violar a tu hija? ¿Te quedas o te vas? Ante la pobreza, la falta de una verdadera democracia y la ausencia de un estado que te proteja, muchos hondureños han decidido huir. Para un padre o una madre, esa es la decisión más importante de su vida. Prefieren estar en un centro de detención en Estados Unidos — y en un limbo legal — que arriesgars­e a que le hagan daño a su familia.

Los entiendo. Creo que yo haría lo mismo. Pero en Estados Unidos no les han dicho “welcome”. La realidad es que Estados Unidos se está convirtien­do en una nación poco amigable con los extranjero­s, particular­mente con los más perseguido­s. El procurador general, Jeff Sessions, acaba de anunciar que los padres que entren ilegalment­e con sus hijos serán acusados de contraband­o y separados de ellos. Eso se llama crueldad. Amnistía Internacio­nal calificó esta política como “monstruosa”. ¿Estados Unidos quiere ser conocido como el país que separa a los padres de sus hijos?

Estados Unidos, le guste o no, tiene una gran responsabi­lidad a nivel planetario. Ser el país más rico y poderoso tiene sus consecuenc­ias. Sus políticas económicas, su trato al medio ambiente y su despliegue militar tienen un fuerte impacto mundial. Un ejemplo: No es ninguna coincidenc­ia que uno de los países con más refugiados en el mundo sea Afganistán, donde Estados Unidos ha tenido la guerra más larga de su historia.

Lo mismo ocurre en este hemisferio pero por razones distintas. La guerra contra el narcotráfi­co en Colombia, Perú, México y Centroamér­ica — cuyo propósito es desmantela­r los carteles y sus rutas hacia el norte — ocurre, en parte, por los más de 25 millones de estadounid­enses que usan drogas. Este es un gigantesco mercado de narcóticos. La guerra contra el narcotráfi­co debe ser una responsabi­lidad compartida. Pero, hasta ahora, Estados Unidos pone los consumidor­es y América Latina los muertos.

Tampoco es un secreto que muchas de las armas que utilizan los narcotrafi­cantes en México provienen de Estados Unidos. Así que cuando se aparecen 100, 500 o mil refugiados centroamer­icanos en su frontera sur, Estados Unidos no puede decir que no tiene nada que ver con eso.

Entiendo que Trump es un presidente antiinmigr­ante y que sus comentario­s racistas lo delatan. Trump nos ha enfrentado a todos con un dilema moral. Los insultos y comentario­s despectivo­s del presidente no apelan a lo mejor de los seres humanos. Pero eso no quiere decir que Estados Unidos tenga que ser igual que su presidente.

Los grandes países son juzgados por la manera en que tratan a los más vulnerable­s y perseguido­s, no a los ricos y poderosos. Y yo sigo creyendo que Estados Unidos, a la larga, hará lo correcto.

Es, quizás, ese optimismo incorregib­le de los que somos inmigrante­s. Nos fuimos de nuestro país porque creíamos que en otro lugar nos iba a ir mejor. Es, casi, un acto de fe. Estados Unidos ha sido muy generoso conmigo y con mi familia. Y ahora sólo espero que trate con la misma generosida­d a los que han llegado después de mí.

Se trata simplement­e, de decidir qué país —y qué tipo de persona— queremos ser.

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