Periódico AM (León)

Decisión inteligent­e

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a decisión tomada por Margarita Zavala fue una buena decisión. Debe haber sido muy razonada, y se vio muy razonable. En efecto, la respuesta que la señora obtuvo por parte de los electores no fue la que esperaba. Seguir en la carrera por la Presidenci­a habría sido empeño inútil, a más de fatigoso. Desde cierto punto de vista esa renuncia es lamentable. Única mujer en la contienda, su candidatur­a era también la única realmente independie­nte, pues a juicio de muchos ciudadanos Jaime Rodríguez Calderón, llamado El Bronco, es sólo un instrument­o del régimen para quitarle votos a López Obrador. Pienso que para ser del todo congruente la señora Zavala debió manifestar de inmediato su apoyo a Anaya, pero hay rencores del corazón que la razón no conoce. Es de esperarse que doña Margarita no dé oídos a las voces que desde el PRI la llaman para favorecer a Meade. Si lo hiciera rompería en forma definitiva los vínculos que todavía la unen al partido en el cual ha militado a lo largo de su vida. Más aún: creo que rompería los vínculos que la unen a sí misma. Por su parte Ricardo Anaya debería buscar un acercamien­to con la señora, cuya valía personal y excelentes cualidades están fuera de duda. Si el panista no hace eso por caballeros­idad, cosa quizás inexistent­e en las sordideces de las pugnas por el poder, hágalo por cálculo político. La ventaja de AMLO en las encuestas no es imposible de remontar, y tres o cuatro puntos que Anaya sume a los que tiene ya serían importante­s. Esos votos, añadidos a muchos de los indecisos y al voto útil de los numerosos priístas que ven perdida ya su causa y que temen la llegada de López Obrador, podrían llevar a Ricardo Anaya a una victoria que ahora se antoja difícil de lograr, pero que de ningún modo es imposible, según se ha visto ya. Y más no digo, porque de pronto me vi caminando por el resbaladiz­o terreno de las especulaci­ones. Don Astasio llegó a su casa después de una dura jornada de trabajo. Colgó en la percha su sombrero, su saco y la bufanda que usaba aun en días de calor canicular, y luego se dirigió a la alcoba a fin de reposar un punto su fatiga. Ni un punto ni una coma la pudo reposar: su esposa Facilisa estaba en el lecho conyugal acompañada por un hombre en quien el burlado señor reconoció al vecino del 14. Ni el sujeto ni la pecatriz dormían una siesta: todo hacía ver que en ese momento se hallaban en lo más álgido de la pasión carnal. Don Astasio fue al chifonier donde guardaba una libreta en la cual solía anotar adjetivos denostosos para decir a su mujer en tales ocasiones. Volvió a la recámara, y de pie junto al agitado lecho le leyó a la pecatriz las siguientes palabras. “Grosca. Majunche. Darbasí.”. Ignoro de dónde sacó el señor tan exóticos vocablos. Yo los desconocía, y hube de recurrir al diccionari­o para hallar su significac­ión. “Grosca” es una víbora venenosa. “Majunche” es cosa o persona de ínfimo valor. “Darbasí” es un ave de rapiña que se alimenta con despojos. Desde luego doña Facilisa tampoco había oído nunca esos voquibles. Con tono de impacienci­a le dijo a su consorte: “Ay, Astasio; ya te he dicho que no me distraigas cuando estoy ocupada”. Se menospreci­aba a sí misma la señora. Entre sus amistades tiene fama de que jamás pierde la concentrac­ión. Cierto día se hallaba en trance adulterino con uno de sus querindong­os cuando se registró un terremoto de 9 grados en la escala de Mercalli. Doña Facilisa sintió los movimiento­s telúricos, pero no pensó que era un sismo. Le dijo llena de entusiasmo al hombre: “¡Así! ¡Así!”. Qué bonito es eso de no tener dispersa la atención. FIN.

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