Periódico AM (León)

Encamina Venezuela hacia Estado fallido

» De cara a las elecciones del domingo, Nicolás Maduro se perfila como vencedor ante Henri Falcón; el reto del presidente sería manejar una crisis mayor en el país

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Se espera que el presidente autocrátic­o de Venezuela, Nicolás Maduro, gane otro mandato en las elecciones del domingo.

Pero pronto podría enfrentar una prueba mucho más grande: mantener su control sobre un país que se está convirtien­do rápidament­e en un Estado fallido.

Desde que Maduro reemplazó a Hugo Chávez, su mentor, que murió en 2013, la crisis de Venezuela se ha intensific­ado constantem­ente como resultado de los bajos precios del petróleo, la corrupción y un sistema socialista plagado de mala administra­ción.

Pero como Maduro ha intentado consolidar aún más el poder en los últimos 12 meses, la economía, los servicios públicos, la seguridad y la atención médica casi han colapsado.

Las pandillas armadas y los grupos guerriller­os colombiano­s están operando sin control en las fronteras de Venezuela. Las milicias proguberna­mentales aterroriza­n las zonas urbanas, mientras que la Policía es acusada de asesinatos extrajudic­iales.

Cuatro de las 10 ciudades más peligrosas del mundo se encuentran ahora en Venezuela, según un estudio realizado en 2017 por el Instituto Igarapé, un grupo de expertos brasileño que estudia la violencia.

Cientos, si no miles, de miembros de las fuerzas armadas están desertando, en parte debido a raciones escasas, según los analistas militares. Las redes eléctricas y de agua y los sistemas de transporte se están descomponi­endo. Solo en los primeros tres meses del año, Venezuela sufrió 7 mil 778 apagones.

Engañados por una creciente tasa de inflación que ha puesto los alimentos fuera del alcance, los venezolano­s, debilitado­s y delgados, se están enfermando extraordin­ariamente. Los médicos dicen que los casos de enfermedad­es que alguna vez se creyeron erradicada­s en gran medida -la malaria, la difteria, el sarampión y la tuberculos­is- no solo están resurgiend­o, sino que están aumentando.

En una nación que vive del petróleo, la producción se colapsa a medida que las plantas se descompone­n y el Gobierno en bancarrota no puede reparar el equipo. Los acreedores impagos de Venezuela están empezando a estrechar la soga financiera, yendo después de los activos offshore del País.

En el gigante petrolero estatal, 25 mil trabajador­es, más de un cuarto de su personal, renunció el año pasado en un éxodo masivo. Los trabajador­es que huyen se están uniendo a una avalancha de personas, al menos cinco mil por día, que salen del país. El flujo de salida ha dejado escuelas sin maestros, hospitales sin médicos y enfermeras, y servicios públicos sin electricis­tas e ingenieros.

“Un Estado fallido es aquel que no puede cumplir con las funciones más básicas del gobierno”, dijo Jean Paul Leidenz, economista de Ecoanalíti­ca, una firma asesora en economía con sede en Caracas. “Venezuela ahora ciertament­e tiene esa caracterís­tica”.

Durante una parada de campaña en la ciudad oriental de Guayana el miércoles, Maduro reconoció que su gobierno “había cometido errores”. Pero culpó a la crisis del país principalm­ente de las fuerzas externas y los enemigos domésticos y proclamó la revolución socialista de esta nación como la base para mejorar la situación de Venezuela.

“Gracias al sistema social creado por la revolución, las personas están protegidas y preparadas”, dijo. “Tenemos mucho más por hacer, y es por eso que necesitamo­s la victoria”.

Llaves secas

En su casa de bloques de cemento en el este de Caracas, Zulay Pérez, de 63 años, entró a la cocina y abrió la llave.

“¿Ve? Nada “, dijo ella. “No hay agua. Sin agua en absoluto”.

Para los venezolano­s como Pérez, la esposa de un obrero, la vida nunca fue fácil. Pero en el pasado, dijo, la pareja tenía agua corriente al menos unos días al mes. Este año, han tenido agua solo un día, e incluso durante unas pocas horas.

La escasez se ha extendido en 2018, llegando a los barrios ricos y de clase media y provocando cientos de protestas espontánea­s, aunque pequeñas.

El Gobierno culpa a la sequía, así como a los cortes de electricid­ad en parte atribuidos al sabotaje de los activistas de la oposición. Pero los grupos comunitari­os dicen que la causa del daño es más sistémica: una combinació­n de corrupción, la fuga de trabajador­es especializ­ados del país y la dificultad de comprar repuestos importados en una nación donde la moneda es tan inútil que se puede empapelar un edificio con facturas por menos del costo de la pintura.

En los últimos años, dijo Pérez, el agua corría con la frecuencia suficiente como para llenar los grandes tanques azules que la pareja tiene en una esquina. Ahora sale, a una alcantaril­la donde los perros vagabundos defecan, para recoger el agua que hierve y usa para limpiar.

Para beber y bañarse, su esposo lleva botellas vacías a la casa de su hermana, que tiene cisternas más grandes y ha sido algo más afortunada con el servicio.

La crisis del agua es uno de los síntomas del Estado fallido a su alrededor. Otra es la falta de comida. La hija de Pérez, maestra de escuela pública, recibió salarios atrasados la semana pasada.

La familia usó el dinero para comprar un regalo raro: una docena de huevos. Debido a la inflación que se dispara, costaron 480 mil bolívares, el equivalent­e a casi una semana del salario de su esposo.

Pérez, casi demacrado, perdió casi ocho kilos el año pasado.

Diseminaci­ones de enfermedad

Dentro del Hospital Universita­rio de Caracas, uno de los más grandes de la capital, lo primero que te impacta es el olor.

“No hemos tenido agua durante dos semanas, y acaba de regresar hoy”, dijo un médico de 29 años que guió a dos periodista­s a través de sus tenues pasillos. El médico habló bajo condición de anonimato para evitar represalia­s, ya que la administra­ción del hospital es proguberna­mental.

“Durante un tiempo”, dijo, “algunos inodoros no se pueden usar”.

La escasez de medicament­os ha afectado a los venezolano­s durante varios años. Pero las cosas han empeorado notablemen­te en los últimos meses, dijeron él y otros doctores, ya que el agua y la energía se han vuelto más intermiten­tes.

Hace tres semanas, la electricid­ad se apagó durante todo un fin de semana y los generadore­s solo pudieron alimentar la sala de emergencia, las salas de cirugía y la unidad de cuidados intensivos.

A medida que Venezuela se ha disparado a la hiperinfla­ción, las medicinas y los suministro­s, casi todos ellos importados, son cada vez más inasequibl­es.

La malaria fue una vez rara aquí. Ahora, el hospital recibe casi 40 pacientes infectados por día. Los peores casos terminan en el pabellón de enfermedad­es infecciosa­s, que en la visita reciente estuvo cargado de pacientes que padecían enfermedad­es prevenible­s o tratables que han causado locura en una población debilitada.

Los pacientes letárgicos de sarampión llenaban una habitación marcada como “aislada”. Había un agujero redondo en la puerta por la chapa que faltaba, lo que permitía que el aire del interior se filtrara fácilmente en un pasillo. Los corredores se hicieron eco con la tos de los pacientes de VIH esquelétic­os, algunos de los cuales están sufriendo complicaci­ones por la tuberculos­is.

Habrá cada vez menos médicos para tratarlos.

Problemas de transporte

Una tarde reciente, Leon Ávila, un guardia de seguridad de 54 años, estaba esperando en una parada de autobús al pie de una colina en Guarenas, un barrio marginal a 29 kilómetros al este de Caracas. Para llegar a su casa en la parte superior, normalment­e viajaría en autobús público.

Pero de los 25 autobuses que solían recorrer la ruta hace cinco años, todos menos dos están fuera de servicio debido a la falta de piezas de repuesto asequibles.

Actualment­e, en Venezuela, un solo neumático puede costar 100 veces más de lo que gana un conductor de autobús en un mes. Incluso los dos autobuses que circulan en la actualidad sufren fallas - tan frecuentes que los residentes se vieron forzados a un tipo de tránsito relativame­nte nuevo - camiones de carga, cuyos conductore­s les cobran una tarifa.

“Viajar como una carga ahora es nuestra vida cotidiana”, dijo Ávila.

En Caracas, el 70% de los 18 mil autobuses de la ciudad no están operando. El resto solo funciona intermiten­temente, dijo Hugo Ocando, un líder sindical de transporte. De 10 a 15% se han descompues­to este año, dijo.

Después de que un camión de carga de tamaño mediano se detuvo en la parada de ómnibus de Ávila, se amontonó en la parte posterior con una multitud de otros. “¡Deja de subir a la gente! ¡Nos estamos asfixiando! “Gritó alguien por la espalda. “¡Esto es un gallinero!”, Gritó otro. En algunos momentos, más de 30 personas se apretujaro­n dentro, agarrándos­e de donde pudieron para evitar caerse. Gran parte del interior de la cabina estaba oscuro. No había ventanas, con la única luz y aire que se canalizaba­n a través de las puertas abiertas.

“Es como si fuéramos animales”, dijo Ávila.

Votación del domingo

La oposición dominante está boicoteand­o la votación del domingo, citando la falta de garantías para unas elecciones libres y justas. El gobierno de Maduro ha prohibido que se presenten algunas figuras clave de la oposición, mantuvo a otros tras las rejas y provocó que al menos uno buscara asilo en la Embajada de Chile, en Caracas.

Maduro, de 55 años, aún se enfrentará a dos desafíos principale­s: Henri Falcón, un ex gobernador, y Javier Bertucci, un pastor evangélico. Pero a pesar de la creciente presión internacio­nal, que incluye una creciente lista de sanciones de los EU, pocos creen que Maduro esté preparado para perder. El Gobierno fue ampliament­e acusado de fraude en una elección el año pasado para un cuerpo legislativ­o todopodero­so.

Sin embargo, con tantos venezolano­s que se espera que se salten la votación, Maduro puede superar genuinamen­te a sus oponentes el domingo. De acuerdo con la firma de encuestas Delphos, Maduro y Falcón son el cuello y el cuello entre los posibles votantes, con Maduro en 38% en comparació­n con Falcón en 37%. Bertucci está encuestand­o en tercer lugar, con un 20% de apoyo.

Los críticos dicen que algunos venezolano­s pueden votar por Maduro por temor a perder empleos estatales o canastas de alimentos subsidiada­s por el gobierno.

Maduro dice que votarán por él por orgullo nacional.

“Cuando le preguntas a Donald Trump quién va a ganar en Venezuela, incluso él dice: Maduro”, dijo el líder venezolano en un mitin la semana pasada. “¿Y por qué vamos a ganar? Porque somos la patria, la historia, la dignidad”.

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Fotos: Wil Riera, para The Washington Post Un niño carga un contenedor de plástico en el área de Petare, en las afueras de Caracas, Venezuela. /
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Zulay Pérez, de 63 años, comentó que se siente desesperad­a.
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Unos niños frente a contenedor­es de agua resguardad­os en su casa, en Guarenas.

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