Periódico AM (León)

Artilugios y otras mañas

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Pico lo llamaban, y por Pico lo conocían todos. Nadie sabía -ni él mismo- que su nombre era Pacífico. Hay santo de ese nombre. Su fiesta se celebra el 25 de septiembre, día también de los santos Herculano, Sabiniano, Lupo, Nilo y Anacario y de las santas Neomidia y Tata. Quizá por ese patrocinio Pico era de natural tranquilo y sosegado. Mientras los otros niños andaban a mojicones y trompadas, o subían a los árboles a buscar nidos o frutas, él se ocupaba en cortar flores para llevarle un ramito a su mamá. Su único amigo era Tolano, o sea Victoriano, compañero suyo de la escuela. Él no le tomaba a mal sus actitudes, y lo protegía de los chamacos que se burlaban de él. Sucedió que al terminar la secundaria Tolano salió del pueblo, pues anhelaba convertirs­e en escritor. El maestro de Español había leído una oda suya dedicada al aguacate, principal producto agrícola de la región, y lo animó a que saliera “de esta aldea” -así dijo- y que buscara su destino literario en “la gran urbe”. Pasaron los años -eso es lo que mejor saben hacer los muy canallas-, y Tolano sintió el deseo de visitar los sitios donde pasó su niñez y primera juventud. Tales regresos suelen ser muy tristes. Sucede casi siempre que nada es ya como antes, y si el hijo pródigo volvió al pueblo con una carga de nostalgias retorna a la ciudad con cuatro de melancolía­s. Tolano deseaba sobre todo ver otra vez a Pico, aquel amigo suyo de la infancia. Llegó al poblado una mañana que por ser de otoño era fresca y luminosa. Las empedradas calles del lugar brillaban todavía como ascuas con el rocío matinal, y en la umbrosa alameda centenaria el trino de las canoras aves. (Nota de la redacción. Nuestro estimado colaborado­r se extiende durante 14 fojas útiles y vuelta, a renglón cerrado, en la descripció­n de aquella mañana pueblerina, descripció­n que, aunque llena de encanto y de lirismo, nos vemos en la penosa necesidad de suprimir por falta de espacio). Mucho sorprendió a Tolano el hecho de que nadie le sabía dar razón de Pico. En todas partes preguntó por él: en la botica -todavía se llamaba así, y no farmacia-; en el restorán -ya no era fonda-; en la Escuela “Profra. Godofreda Luria”, el plantel de sus años infantiles. Nadie le pudo informar acerca del paradero de Pico. “A lo mejor se murió -le dijo una ancianita-. Aquí la gente se muere bastante”. Tolano desechó ese pensamient­o y fue a la cantina. Los cantineros conocen a todo el mundo, o por lo menos a la mayor parte. Tampoco el tabernero conocía a Pico. “¿Más o menos cómo era su amigo?” -le preguntó a Tolano. Éste hizo su retrato hablado lo mejor que pudo. “¡Ah, sí! -exclamó el de la taberna-. Ya sé de quién se trata. Pero ya no es Pico. Ahora es Paca”. “No entiendo” -se desconcert­ó Tolano. “Salió del clóset -explicó el sujeto-. Es gay. Tiene un salón de belleza en la siguiente esquina. Ahí lo encontrará”. Se apresuró Tolano y vio un local con el nombre en grandes letras: “Paca’s Esthétique”. Abrió la puerta, cauteloso y, en efecto, vio a su amigo. Ahora era otro muy distinto. Pintado como muñeca japonesa, lucía peluca rubia y pestañas que podían dar sombra a un regimiento. Vestía playera a rayas; pantalonci­to ajustado de los llamados “pescadores” y zapatos de tacón aguja acordonado­s hasta los tobillos. Vio Paca -o Pico- a su amigo Tolano, y antes de que éste pudiera articular palabra le dijo con tono retador: “Ni me digas nada, cabrón. Prueba”. Recordé este verídico suceso cuando leí acerca de los hombres que en Oaxaca se vistieron de mujer con tal obtener la candidatur­a a un puesto público. Segurament­e ese modo de hacer política es único en el mundo. Deberíamos patentarlo. FIN.

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