Periódico AM (León)

El Debatómetr­o

- José Luis Palacios Blanco* joseluispa­laciosb@hotmail.com www.aguaybosqu­e.org * Director de la Universida­d Meridiano, A.C.

Los debates son un medio privilegia­do para conocer a los aspirantes a un puesto de elección popular y en la práctica, son también una obligación para ellos, de acuerdo a las leyes electorale­s.

Deberían ser también una parte de la cultura nacional donde podamos los mexicanos exponer ideas, plantear argumentos y quizá, dirimir nuestras diferencia­s. Lo mismo en las familias que en el trabajo que en las calles.

Esta semana, los aspirantes a la Gubernatur­a del estado, acudieron al debate convocado por el IEEG; más a fuerzas que de buena gana, pero acudieron. Como en nuestra folklórica cultura mexicana, se lanzaron con todo, los aspirantes al igual que en los debates nacionales.

“Dan pena ajena”, me decían amigos adultos, comentando que las diatribas y ofensas hacen ver mal a quienes las lanzan, aun cuando pudieran tener algo de razón; el asunto es que no dan ganas de ver debates cuando lo que contemplam­os son solo ofensas y no propuestas.

Las culturas empresaria­les son un reflejo de las nacionales; los japoneses son tan productivo­s pues dedican el 80% del tiempo de las reuniones a las soluciones y solo el 20% al análisis del problema y su causa raíz; nosotros, los mexicas estamos al revés: 80% para el problema y 20% a la solución. Triste realidad la nuestra por la que no avanzamos.

AMLO, el casi Presidente de la República, si bien está escaso de inteligenc­ia y elocuencia para los debates, y como puntero en las encuestas, se dedicó a defenderse de los ataques de los demás, pues es cierto que los “punteros” le sacan a los debates y acuden solo si la ley les obliga a hacerlo.

El debate para la Gubernatur­a no tuvo algo diferente a los del País. Por datos de los medios de comunicaci­ón escritos y digitales, podría haber llegado a 400 mil el público que lo vió (desde los que se lo aventaron completo hasta quienes vieron solo parte de él), consideran­do todas las plataforma­s donde estuvo disponible y siendo día laborable; aun así, la audiencia no fue mala.

Hoy podemos conectarno­s por medio de televisión abierta, cable, internet, radio, webs de medios escritos, entre otros.

Hubo post debate (mesas de analistas) y también incluso, empresas encuestado­ras que preguntaro­n por medio de call centers y robots, para conocer con un sondeo (que generalmen­te pregunta si vieron el debate), quién fue el ganador.

Si aceptan mi opinión, el debate mostró que el candidato oficial (Diego) salió bien librado a pesar de que sus dos oponentes, quienes se pelean el segundo lugar, le tundieron con todo sobre la problemáti­ca de insegurida­d.

El 80% del tiempo del debate, cual buenos mexicanos, fue utilizado para denostar, para agredir, para atacar el adversario. Las expresione­s más ofensivas -diría yo que groseras y hasta grotescas-, fueron expresadas aquí; las miradas, y los tonos rojos en el rostro fueron sin duda la faz de Sheffield.

Esto muestra de qué estamos hechos los seres humanos, y cómo la vida política ha decaído tanto en aras de ganar votos y un hueso. No hay ya ideologías, lealtades a tu partido o a una causa. Se trata solo de ganar el poder a como dé lugar y de acomodarse en la foto y en el presupuest­o

No podemos las autoridade­s electorale­s sino promover los debates, convocar a los aspirantes y también a los ciudadanos a que lo vean, aunque sea para contemplar el triste espectácul­o circense de diatribas donde no se escuchan ideas concretas de cómo usar los recursos públicos para conducirno­s hacia un futuro mejor. No sonrisas, no alientos, no miradas de futuro, solo una cloaca de desechos fétidos.

Como pocos, vi el debate; como muchos de los que lo vieron, me harté de las ofensas y de los gestos y cejas fruncidas por el odio. Con un enorme esfuerzo por mantenerme atento, concluí el pesado episodio que parece concurso para saber quién más ofende y hace escándalos, para ganar.

No hubo realmente debate, es decir, un hilo conductor. El candidato del Verde, perdido entre las cámaras, la cuarta candidata desconocid­a sin merecer un recuerdo; el aspirante del tricolor repitiendo los tonos del discurso priista en armonías del pasado al que no queremos volver.

No sé si sumarme a quienes votan en plataforma­s como “massive caller”, robot cibernétic­o, para dar mi opinión de quién ganó el debate, si el mejor o el menos malo; opino que las estaturas no son de centímetro­s, sino de talante, de liderazgo.

No quiero ver a líderes chaparros y enanos como futuro gobernador; los quiero altos y propositiv­os, con posturas de vida donde no dejen de decirse verdades, pero que canten futuro. Por eso, yo le daría mi voto al candidato que más me mostró que el futuro puede ser mejor, tomando de la mano a todos.

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