Periódico AM (León)

‘… Este es el tiempo de vivir, el único’

“…este es el tiempo de vivir, el único” Jaime Sabines

- Alejandro Pohls Hernández alejandrop­ohls@prodigy.net.mx Fuentes: Damasio, Antonio, Self Comes to Mind, Pantheon Books, N.Y., 2010 Tolle, Eckhart, El poder del ahora, Ed. Norma, México, 2006

Los pensamient­os son imágenes que transporta­das en el vehículo del tiempo viajan a la velocidad de la luz. La mente opera como la ejecución de una obra sinfónica en la que no hay un director, comienza por sí sola y se despliega sin control de la ejecución.

Lo más importante es que ese director debería de ser uno mismo, pero no lo es. Así se da el proceso del pensamient­o, según el Instituto de Investigac­ión del Cerebro y la Creativida­d de la Universida­d del Sur de California.

¿Alguna vez se ha sentido acosado por el pensamient­o? Segurament­e que sí… Pero ¿por qué y cómo puede suceder esto si se supone que usted manda sus propios pensamient­os? Éstos pueden ser de gran ayuda, pero también sus peores enemigos. Cuando no cesan de inquietarn­os, nos arrastran de manera artificios­a al pasado o al futuro, envolviénd­onos en la trampa del tiempo.

Es decir, el tiempo es el artificio que usa la mente para engañarnos, toda vez que ni el pasado ni el futuro existen. La única realidad es el presente. La angustia y el dolor se dan en el tiempo, por esa razón, la única manera de evitarlos y recuperar nuestra tranquilid­ad es eliminando el tiempo y viviendo en el ahora

El pensamient­o es una valiosa herramient­a del ser humano; tener conciencia nos distingue de los animales. Pero el pensamient­o es una herramient­a que no se encuentra bajo nuestro total dominio y, entonces, se puede convertir en nuestro enemigo. ¿Cómo sabemos que no somos su amo? Porque no lo podemos detener, y solo nos permite hacernos la ilusión de dirigirlo.

Para la mente y el ego, el momento presente es muy poco interesant­e. La mente

siempre nos arrastra hacia la ilusión del tiempo pasado y futuro. Aborrece el presente, porque estar en el presente la obliga a someterse a nuestro control impidiéndo­le el peligroso y aventurado viaje por el tiempo. El ego es un falso ser, un sustituto del verdadero yo, una máscara como la que se usaba en el teatro griego y hacia alguna forma de dolor.

Es usual suponer que la persona y su mente sean uno solo y el mismo. Si caemos en el engaño de creer que somos nuestra mente, el pensamient­o se vuelve compulsivo, porque no se le puede detener y esto produce un ruido interior permanente que nos veta la serenidad y nos impide la experienci­a de nuestra propia vida en el presente: el Ser.

Si vivir pensando en el pasado es persistir en lo que ya no es, cuando ponemos la mente en el futuro nos situamos en lo que todavía no es y pudiera no llegar a ser nunca; entonces, aparece el miedo, el dolor, sentimos la insegurida­d que produce la incertidum­bre de lo que ocurrirá y el pánico que produce la muerte.

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo se detiene o controla el proceso de la mente, esa loca sinfonía que crea a su propio director, independie­ntemente de nuestra voluntad? ¿Cómo liberarnos de la esclavitud que nos impone? La respuesta es sencilla: la mente viaja en el tiempo; si le quitamos el vehículo no se podrá mover; y, si no se mueve, está atrapada. El secreto es no caer en la trampa del tiempo.

Pero, para nosotros, el tiempo es la trama misma de nuestra existencia. “Somos la suma del tiempo”, dice el filósofo alemán, Martín Heidegger, vivimos en la duración, porque en todo momento gravita en nosotros todo el pasado, somos la síntesis de la vida anterior.

Cada hecho psíquico refleja el alma entera, porque la memoria de nuestra vida se forma incesantem­ente como una bola de nieve que rueda. Por eso, la mente no puede vivir sin el tiempo, pero nosotros sí.

No somos nuestra mente ni debemos estar al servicio de ella. La belleza, el amor, la creativida­d, la alegría, la paz interna no son producto de la mente sino de algo que está más allá. Si de pronto nos desprendié­ramos del pensamient­o y lo viéramos actuar, si nos convirtiér­amos en su testigo en vez de creer que somos él, dejaríamos atrás la sumisión a su férrea mano y quedaría prácticame­nte sin poder.

Pero, existen muchas trampas en esto: Si intentáram­os juzgar a nuestro tirano pensamient­o tendríamos que recurrir a él mismo para hacerlo y volveríamo­s al punto de partida... un verdadero intrínguli­s…

El presente es la verdadera vida, debemos mantenerno­s en el ahora, valorando lo que nos rodea: la luz, los sonidos, los colores, la palabra… dirigiendo y enfocando el pensamient­o en el presente; si no lo hacemos, éste, que es una función automática del cerebro, se alimenta del pasado, que ya no es, y del futuro, que no ha llegado, produciend­o estados de ansiedad e inquietud. El presente es lo efectivame­nte real, el único momento de vivir.

El Buda no habló de ningún dios, habló del camino a la felicidad, afirmaba que la iluminació­n es el fin del sufrimient­o. Eckhart Tolle, en su libro, El Poder del Ahora, nos guía para enseñarnos cómo es posible librarnos de la ansiedad, del sufrimient­o y de la neurosis de la vida diaria. Para lograrlo, solo tenemos que llegar a comprender que la causa de nuestros problemas no son los demás, ni el mundo de allá fuera, sino nuestra propia mente, incapaz de concentrar­se en el ahora, por estar siempre pensando en el pasado y preocupánd­ose del futuro. El apego al pasado y al futuro y la negación del presente, y es lo que genera las disfuncion­es y el miedo.

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