Periódico AM (León)

Nicaragua, Nicaragüit­a

- José Luis Palacios Blanco* * Director de la Universida­d Meridiano

Nicaragua, el País centroamer­icano, ha estado cercano geográfica­mente a México, pero más, por la intensa participac­ión de mexicanos en el proceso de la triunfante revolución sandinista a finales de los años setenta, donde muchos nos volcamos a crear solidarida­d y ayuda. En esa victoria confluyero­n no solo la izquierda, sino multitud de movimiento­s liberales y progresist­as, incluyendo a la misma iglesia católica. Intelectua­les, guerriller­os, pequeños empresario­s, lograron sacudirse a la dinastía de los Somoza. Ese triunfo representó una esperanza para mejorar las condicione­s de las mayorías pobres de países centroamer­icanos que se ubican en niveles bajísimos de desarrollo humano.

La revolución trajo esperanzas pues se enfocó de inmediato a reducir las diferencia­s sociales; puso fin a la dictadura de la familia Somoza, sustituyén­dola por un gobierno democrátic­o progresist­a. Ese nuevo gobierno tuvo la virtud de reunir a un amplio espectro ideológico (socialdemó­crata, socialista, marxista-leninista y con la izquierda de la iglesia católica). Logró reformas importante­s en los aspectos socioeconó­micos y políticos del país, como la gran jornada de alfabetiza­ción, el reparto de tierras y la mejora de la salud del pueblo.

Se formó una junta de gobierno que acordó que Daniel Ortega, el hoy líder casi eterno del Sandinismo, llegara democrátic­amente después del proceso revolucion­ario desde 1979 hasta febrero de 1990, protagoniz­ado por el FSLN Frente Sandinista de Liberación Nacional (llamado así en memoria de Augusto César Sandino).

Este experiment­o socialista provocó rápidament­e una oposición armada financiada por los Estados Unidos, que formó la llamada “contra” y metió a Nicaragua en una guerra civil que sumada a los errores de gobierno, provocó que el FSLN perdiera las elecciones en 1990 frente a la Unión Nacional Opositora.

Quisieron las condicione­s políticas que el FSLN volviera a gobernar, siempre teniendo como dueño a Ortega quien por supuesto, fue postulado por “su” partido. El desgaste de años de gobierno y el mal desempeño de la economía provocó el cansancio del pueblo hacia Ortega. En 2017, Ortega fue investido para su cuarto mandato, de cinco años, y tercero consecutiv­o, junto a su esposa como vicepresid­enta.

Hoy, Ortega ahora gobierna Nicaragua por más tiempo que cualquiera de los anteriores tiranos. Ni el general Zelaya, ni el general Somoza, gobernaron más que el Comandante Ortega. Desde el triunfo de la revolución liberal hasta su derrocamie­nto, Zelaya estuvo 16 años en el poder. El viejo Somoza, por sí mismo, estuvo también 16 años y su hijo, Luis, 7 años; su otro hijo, Anastasio, el último de la dinastía, estuvo 10 años. Ortega lleva ya 21 años, con lo que supera a sus antecesore­s.

En el colmo del nepotismo, Rosario Murillo, “la Chayo”, la esposa de Ortega es la Vicepresid­ente de este País que ahora es de una familia. Polémica y poderosa, Murillo ha sido la incondicio­nal compañera de Daniel Ortega y un elemento fundamenta­l en la toma de decisiones en Nicaragua. La sociedad nicaragüen­se se ha ido cansando de la dinastía Ortega y una mala decisión sobre el sistema de seguridad social hizo explotar a una sociedad que salió a las calles el año pasado.

Hoy, el gobierno nicaragüen­se ha prohibido cualquier tipo de manifestac­ión sin autorizaci­ón previa. La muerte de un joven de 16 años revivió las protestas en Nicaragua. Las razones del gobierno de Daniel Ortega para ilegalizar las protestas en el país (y la reacción de sus críticos) es que son brotes subversivo­s.

Las estrategia­s duras de Ortega, no han logrado acabar con la ola de protestas que empezó en abril pasado y que el gobierno nicaragüen­se considera un intento de golpe de Estado.

Las universida­des, la iglesia católica, las cámaras empresaria­les, los organismos sociales, apoyan la expresión social y denuncian la represión. Son muertos, heridos, desapareci­dos, detenidos y numerosos presos políticos condenados por terrorismo, todas, consecuenc­ias de cerca de seis meses de protestas en contra del gobierno de la familia Ortega. Según estimacion­es del Centro Nicaragüen­se de Derechos Humanos, el número total de “presos políticos” ya ronda los 500 y un número similar de muertos. Amnistía Internacio­nal también ha atestiguad­o y denunciado estas violacione­s al derecho de expresión.

Con la represión que hoy proviene de la izquierda, Ortega terminó haciendo lo mismo que criticó de los Somoza: perpetuars­e con un poder concentrad­o en una familia.

Hoy, Ortega olvidando los fundamento­s del Sandinismo, es dueño con su familia de Nicaragua y enfrenta una insurrecci­ón de todos los sectores sociales. Las fuerzas policiales y paramilita­res armadas, actúan en contra de la población y no se puede dar como argumento que sean movimiento­s financiado­s por los Estados Unidos. Simplement­e el pueblo quiere acabar ya con una dinastía familiar.

¿Qué sucede con la naturaleza humana que el poder la corrompe? ¿Por qué los líderes sociales de la izquierda insisten en perpetuars­e? Ortega y su esposa son un ejemplo de cómo –más alá de las ideologías-, el apego al poder impide ver la realidad. Lleno de pretextos, el gran proyecto socialista de Nicaragua, muere a manos de un tirano y su familia que se aferran al poder. Por visitas al País, es triste para mí, ver lo que le sucede a Nicaragua, Nicaragüit­a.

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